El bosque de los urogallos
Traducción de Regina López Muñoz
Volcano, 2018
"Allí nadie mandaba, y él tampoco, pero cada cosa era más suya que de cualquier otro, porque la tierra, el aire, el agua no tienen dueño, sino que son de todos los hombres, o mejor, de quien sabe hacerse tierra, aire, agua, y sentirse parte de toda la creación".
Como ya he contado, descubrí a Mario Rigoni Stern gracias a Philippe Claudel, que en su libro Bajo el árbol de los toraya hace una elogiosa referencia a este autor italo-fronterizo. Tras disfrutar de sus tres libros editados por Pre-Textos -Historia de Tönle, El sargento en la nieve y Estaciones- estos días he leído El bosque de los urogallos, la segunda de sus obras, publicada originalmente en 1962.
Encontramos aquí los grandes temas de Stern: la vida en los pueblos de la alta montaña, la naturaleza salvaje, la caza, la guerra (aunque en esta ocasión no sea "su" guerra). Lirismo y realismo se combinan con maestría para describir la cotidianidad de mujeres y hombres sencillos, que en la paz o en la guerra se esfuerzan por sacar adelante sus vidas en escenarios generalmente naturales, en los que el paisaje se convierte en un personaje más.
En el prólogo, Paolo Cognetti señala que, a pesar de poder considerarse como el primer nature writer de Italia, a Stern no le gustaba el término "naturaleza", prefiriendo las palabras "bosque" y "silvestre", que para él tenían un profundo significado:
"Una vez lo transformó en salvestre, para explicar qué era el bosque para él, 'algo salvestre que se vuelve salvífico, que conduce a la salvación'. ¿Qué es para usted la oración, le preguntaron. 'Estar solo en el bosque', respondió él".
Un libro delicioso.
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