Harkaitz Cano
La voz del Faquir
Traducción del euskera por Jon Muñoz
Seix Barral, 2019
El Faquir del título es Imanol Larzabal, "Imanol Lurgain" en el libro. Su historia pública es, creo, bien conocida:
Antifranquista, militante del "frente cultural" de ETA, encarcelado en 1968, exiliado en París (lo que, para un afrancesado como él tuvo que ser más bien un tiempo de suprema libertad), volvió a España acogido a la amnistía de 1977, ya plenamente artista, comprometido con todas las causas pero definitivamente desvinculado de ETA. Cantautor de sensibilidad, voz y presencia escénica incomparables, intérprete de algunas de las más hermosas canciones de la historia de la música vasca y española.
Quienes me conocen de esas sobremesas de cancionero y guitarra saben de mi fervor por tantas de sus canciones: Lau
haizetara, Euskadin, Kastillan Bezala, De Trevilleren azken kanta,
Mayo, Nire Euskaltasuna, Kopla berriak, Mendian gora, Oroimeneko portua, Maitiak galde egin zautan, Poeta
kaxkarra, Maitia nun zira, Al oído, Ausencia... No pueden faltar en nuestros cancioneros.
En julio de 1985 fue protagonista -activo o accidental, la duda sigue- de la fuga de Joseba Sarrionaindia y José Ignacio Pikabea, condenados por pertenencia a ETA, que escaparon de la prisión de Martutene ocultos en los altavoces del grupo de músicos que acompañaba a Imanol en un concierto en esa cárcel. A su calidad artística se sumó su reconocimiento político por un mundo abertzale para el que siempre había sido sospechoso de españolismo por su cercanía al maoísmo de EMK. Sobre esos convulsos años artístico-políticos recomiendo el artículo de Ander Delgado "De los cantautores al Rock Radical. Una aproximación a la música popular y juventud en la vida política del País Vasco (1960-1990)".
Cuando ETA asesinó a su antigua dirigente María Dolores González Catarain, ‘Yoyes’, Imanol participó en el homenaje que se le tributó en Ordizia el 18 de octubre de 1986.El País hablaba al día siguiente de que asistieron al acto miles de personas. Yo no lo recuerdo así: recuerdo una tarde-noche oscura y húmeda, una Ordizia de pintadas insultantes y visillos entreabiertos. Guardo como oro en paño la publicación que se distribuyó aquella noche en aquel acto.
A partir de ahí Imanol sufrió boicots y amenazas. También recibió apoyos, pero seguramente fueron menos, o esperaba más, o los sintió menos. Empezó a pasar cada vez más tiempo fuera de su amado San Sebastián hasta acabar viviendo en Alicante, donde murió.
Escuché cantar a Imanol en directo por primera vez en el cine de mi pueblo, sería el año 1978. Ya me he referido a lo que siento por sus canciones y su forma de interpretarlas. Nos acompañó en algunas actividades de Gesto por la Paz. Cuando murió sentí que desaparecía un compatriota de época. Cuento todo esto para justificar las reservas con las que me he aproximado al libro de Harkaitz Cano. Uno está ya muy mayor como para que le cuenten su propia historia o para que le toquen sus mitos. Me pasa lo mismo con todos los libros que abordan la historia reciente de Euskadi, que tanto han proliferado en los últimos años. Libros en los que suelo encontrarme citado, como protagonista o participante en algún acontecimiento o por haber escrito algo al respecto.
Debo decir que ninguna de esas reservas estaba justificada en el caso de La voz del Faquir. Se trata de un libro en el que es más importante la persona de Imanol que su dimensión pública, aunque ambas se entremezclan hasta el punto de que persona y personaje acabaran fundiéndose.
Construido a partir de entrevistas con personas que conocieron bien a Imanol, a caballo entre la biografía y la novela, el libro nos acerca al proceso de (auto)construcción del artista, del cantante cuya voz y presencia dominaba la escena como un perfecto crooner:
"-Olvida la guitarra, Imanol. [...] Está bien para cantar en un tugurio o en un bar, pero... no eres lo suficientemente bueno como para tocar sin bajar la barbilla. Y si te alejas del micro tendrás problemas en los teatros de gran aforo, ¿entiendes?
El micro, claro, era un detalle. Si aquel era el precio para conseguir teatros de gran aforo, estaba dispuesto a prescindir de la guitarra. [...] Elegancia. la posición erguida, en primer lugar; luego, todo lo demás".
También a su proceso ideológico, que es el proceso ideológico de toda una generación, de toda una sociedad, tal vez de todas las generaciones en todas las sociedades:
"-¿Y el derecho de actuar en defensa propia, por puro instinto?
-Si no domamos el instinto, no somos nada. Además, algo me dice que tú crees que el instinto es algo colectivo... Y el instinto no puede ser grupal.
-¿Qué quieres decir con eso?
-La osadía de generalizar la subjetividad es la perdición de todas las revoluciones. Considerar general lo que no es más que la idea de un pequeño grupo. [...] Ahí radica, en mi opinión, vuestro error...
-¿Nuestro error? En esta parte de la mesa solo estoy yo, que yo sepa.
-Algo me dice que tú eres de esos que están dispuestos a agitar la bandera en favor de aquellos a los que el instinto les falla".
El libro nos muestra a un Imanol complejo y contradictorio, pero fascinante. Al final del libro (pp. 363-364), al final ya de la vida de Imanol, hay una escena en la que regresa a Torrevieja tras una intervención médica en San Sebastián y se encuentra con su compañera de entonces. Escrita con una delicadeza profunda, refleja lo mejor del personaje (su inmensa capacidad de seducción) y lo mejor del autor del libro: una enorme capacidad de escribir sobre sentimientos sin caer en el sentimentalismo.
En una entrevista, el autor dice de su libro: "Como novelista, me gustaría pensar que conduzco al lector hasta el corazón del bosque y lo abandono allí para que piense un rato". Lo ha conseguido. Un libro hermoso y necesario.
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