domingo, 17 de mayo de 2009

I.I.: Izquierda Insensible

El periódico PÚBLICO se ocupaba ayer ampliamente de la actuación de la Abogacía del Estado para que el Tribunal Supremo anule la lista de Iniciativa Internacionalista a las Elecciones Europeas. Una frívola columna de Isaac Rosa -"Cualquier día descubro que soy batasuno"-, un encomiástico perfil de Alfonso Sastre -"Nunca ha condenado la violencia de ETA pero sí ha denunciado las ilegalizaciones"... ¿y?-, un tramposo y flojísimo artículo de Carlo Frabetti -"No somos pedófilos"-... me llevan a escribir estas líneas.

A mí también me preocupa, y mucho, el espacio de sombra en el que se mueve en ocasiones la acción judicial contra el terrorismo de ETA. Me preocupa el recurso a metáforas organicistas -como "contaminación"- y el abuso de conceptos tan difíciles de objetivar como el de "entorno".

En diciembre de 2007 escribía en EL CORREO un artículo refiriéndome al proceso 18/98 y, en concreto, a la pieza correspondiente a la Fundación Joxemi Zumalabe, en el que entre otras cosas decía lo siguiente: "Lamento y critico que los procesados no hayan hecho un gesto público de reconocimiento hacia las víctimas. Pero desde el principio he creído que este proceso era un profundo error construido sobre una falacia objetiva (ETA es todo, todo es ETA) y hoy me siento obligado a repetirlo. El filósofo norteamericano Richard Bernstein escribe en su ensayo El abuso del mal que en nuestros días se apela al mal como arma política para enmascarar cuestiones complejas, bloquear el pensamiento original y reprimir la discusión y el debate públicos. Esta apelación abusiva, nacida de nuestra incapacidad de vivir con la incertidumbre, la contingencia y la ambigüedad, supone la corrupción de la política democrática. Él se refiere al 11/9. Creo que podemos decir lo mismo del 18/98".

Dos años antes, en marzo de 2005, ya había escrito también sobre ese tema en EL PAÍS: "ETA ha sido una piedra que, arrojada con enorme fuerza, chocó contra la superficie del estanque vasco levantando una columna de agua que todo lo anegó. La piedra se hundió hasta el fondo revolviendo los lodos que toda sociedad aspira a mantener reposados. Aquella piedra generó una sucesión de ondas concéntricas que desde entonces no han dejado de renovarse, alcanzando hasta el último confín del estanque vasco. Las ondas de aquella piedra no se reducen a la dimensión criminal de la culpa, estrictamente limitada a quienes han cometido o han colaborado en la comisión de crímenes. Hay culpa política (se ha consentido mucho y durante mucho tiempo), hay culpa moral (se ha colaborado mucho en el mantenimiento y la legitimación del terrorismo, aun cuando no se estuviera de acuerdo con él) y hay culpa metafísica (se ha esperado demasiado a actuar y a decir mientras se cometían los crímenes). Ciertamente, los niveles de imputabilidad práctica son muy distintos en cada caso y se difuminan hasta desaparecer a medida que nos alejamos del punto de impacto. La culpa no se reduce a su dimensión criminal, pero esta dimensión criminal no puede extenderse a todas las culpas. Al contrario, la naturaleza del Estado de derecho consiste, justamente, en la delimitación precisa de tales dimensiones. Y yo me pregunto: ¿estamos sabiendo distinguir entre todas esas culpas, relacionadas pero diferentes?".

He expuesto estas ideas publicamente en diversos foros, en cursos, en escritos colectivos... y he hecho algunas cosas más.

Por eso me duelo de que PÚBLICO informe tan asépticamente sobre este tema. Me parece bien que critique la decisión del Tribunal Supremo, pero me estremece que se de por bueno que en este país existan personas como Sastre o como Frabetti que simplemente consideran que el sufrimiento que causa ETA a decenas de miles de personas es algo opinable, algo sobre lo que se puede callar, no sé si algo irrelevante. Me duele la falta de sensibilidad de Isaac Rosa para con quienes en Euskadi sufrimos una insoportable falta de libertad por la amenaza terrorista.

Termino con algo que escribía en septiembre de 2006 en EL PAÍS: "Es exigible la expresión de alguna distancia frente a la violencia. Con claridad. Y esto sí es exigible a todos y cada uno de los componentes –personas, iniciativas u organizaciones- que conforman ese denominado, incluso abusivamente, 'entorno' de ETA. Aunque sólo sea la 'madurada distancia intelectual de los
acontecimientos' tras la que se refugió Renato Curcio, fundador de la Brigadas Rojas, cuando en 1991 el Gobierno italiano se planteó, finalmente sin éxito, la posibilidad de su excarcelación como medida de gracia".

De acuerdo en que la no expresión de esta distancia no es causa suficiente para la persecución penal de esas personas. ¿Pero no cree PÚBLICO que cuando menos merecerían algún reproche moral?

Que al menos escriban mil veces: "Aborrezco tus ideas pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarlas". Porque eso es lo que no hacen, aquí en Euskadi.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces se frivoliza con la violencia: Se quiere escapar del pensamiento único, de la tiranía mediática, de lo que nos imponen que opinemos, diciendo "Yo no me doblegaré", "Yo aún soy joven", "Yo aún soy rebelde" "Yo aún vivo mi particular mayo del 68, y sigo arrancando adoquines de las calles para lanzarlos a la policia"

Es dificil de explicar a algunos que no todo es opinable, que no todo es relativo, que no todo es según el color del cristal conque se mira.

En este mundo tan descreido, hay que afirmar que aún quedan verdades absolutas. La violencia de ETA no es opinable, ni defendible, ni segun se mire, ni segun con qué se le compare; Tampoco son opinables la pedofilia, la violencia de género, la trata de blancas, el tráfico de drogas, etc.

Hay una labor de deslegitimación social y afeamiento de conductas que nos implica a todos: Coquetear con la acción violenta no es más joven, ni más guay, ni más rebelde, ni más de izquierdas.

Es de descerebrados. Es de insolidarios. Es inhumano. Es de ímbéciles morales. Es intolerable y sobre todo, señores de El Periodico, no tiene ninguna gracia.