Estamos acostumbrados, cuando hablamos del trabajo, a utilizar adjetivos tales como “justo”, “digno”, “con derechos”. Todas estas son expresiones ya familiares para el mundo obrero, forman parte de su tradición. Pero, ¿decente? La primera referencia al trabajo decente la encontramos en la Memoria del Director General de la Organización Internacional del Trabajo con ocasión de su 87.ª reunión en junio de 1999, donde se nos presenta la que a partir de ese momento va a ser la renovada posición de esta organización en relación al trabajo: “La OIT milita por un trabajo decente. No se trata simplemente de crear puestos de trabajo, sino que han de ser de una calidad aceptable. No cabe disociar la cantidad del empleo de su calidad”. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua ofrece seis definiciones del término “decente”: 1) honesto, justo, debido; 2) correspondiente, conforme al estado o calidad de la persona; 3) adornado, aunque sin lujo, con limpieza y aseo; 4) digno, que obra dignamente; 5) bien portado; 6) de buena calidad o en cantidad suficiente. Algunas de estas definiciones –la 2, la 4 y la 6- se adaptan como un guante al ideal de trabajo reivindicado históricamente por el movimiento obrero: hablamos de trabajo decente cuando existe en cantidad suficiente, es de buena calidad y puede definirse como digno, fundamentalmente porque su realidad se corresponde con la dignidad intrínseca de la persona humana. Se va clarificando el término. Sin embargo, aún puede quedar una duda: ¿por qué no hablar, directamente, de trabajo justo, digno o con derechos? ¿No estaremos utilizando un circunloquio que, en última instancia, no hace sino bajar un escalón en el nivel de exigencia que la reivindicación del trabajo precisa, especialmente en tiempos como estos? Es esta una sospecha que no cabe echar, sin más, en saco roto. Atendamos, si no, a lo que está ocurriendo con el discutido concepto de flexiseguridad. Por otro lado, si una organización como la OIT respalda la reivindicación del trabajo decente, convirtiéndola en centro de su actividad, tampoco podemos ignorarla sin más. Para llenar de contenido la propuesta de la OIT debemos referirnos a la reflexión realizada en 1996 por el filósofo judío Avishai Margalit en su libro La sociedad decente: “¿Qué es una sociedad decente? La respuesta que propongo es, a grandes rasgos, la siguiente: una sociedad decente es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas”. Las instituciones son modos de comportamiento considerados normales y, por lo mismo, aceptados como tales, dados por supuesto, por la mayoría de los miembros de una sociedad. Son algunos de estos comportamientos institucionalizados los que están en el origen de muchas formas de discriminación y de desigualdad que, por ser consideradas “normales”, pasan desapercibidas. Pues bien: el mercado de trabajo es una institución social. Trabajar no es, sin más, producir, o vender la fuerza de trabajo; es hacerlo en un marco de normas sociales que definen lo que es empleo y lo que no es, lo que es y no es un buen empleo, lo que es ser un buen trabajador o un buen empleador, etc., y en un marco de regulaciones legales que organiza en la práctica la actividad laboral. Es esta norma social la que ha cambiado profundamente en las últimas dos décadas, de manera que hoy lo normal es estar precarizado. Lo es, desde luego, para las nuevas generaciones de trabajadoras y de trabajadores –mujeres, jóvenes e inmigrantes, principalmente- incorporadas al mercado de trabajo desde los años Noventa. En este contexto institucional, bajo el dominio de esta nueva norma social de empleo, es el funcionamiento normal del mercado de trabajo el que genera hoy las mayores indecencias. De ahí la importancia de atender a las condiciones institucionales que permiten o facilitan la humillación de las y los trabajadores. Pensar el mercado de trabajo como institución social, necesariamente normativizado, es fundamental en estos tiempos en los que la ortodoxia dominante apuesta de manera abierta por la desinstitucionalización del trabajo, forzando a la individualización más extrema de las relaciones laborales. El Secretario General de la Confederación Sindical Internacional, Guy Ryder, señalaba en una entrevista lo siguiente: “En los años venideros, el trabajo decente podría perfectamente figurar en otras ocho o diez declaraciones internacionales sin que por ello lleguen realmente a promoverlo los principales actores de la gobernanza mundial. Es necesario que esas mismas instituciones hagan un giro de ciento ochenta grados. Deben renunciar al dogmatismo y reconocer que las ortodoxias neoclásicas no constituyen una panacea para el desarrollo social. La prosperidad económica y el progreso social no son un resultado del tan mentado efecto de goteo. Para que todos puedan acceder a ellos se requieren derechos habilitantes, amplios sistemas de protección, efectivas políticas laborales y prioridades macroeconómicas que estimulen la creación de empleos”.
Esta es la situación. La propuesta del trabajo decente supone un indudable avance en nuestra capacidad de diagnóstico sobre la realidad del mundo del trabajo. Se trata, también, de una poderosa herramienta para fortalecer nuestra capacidad de análisis de las situaciones reales de trabajo. Pero por sí misma no modifica en nada nuestra capacidad de intervención sobre esas mismas situaciones. Esta sigue dependiendo de los viejos recursos de siempre: de la unidad solidaria entre mujeres y hombres que, partiendo del hecho de que comparten condiciones de trabajo, no se resignan a dejar de compartir, también y sobre todo, humanidad. Pues, como ya quedó proclamado allá por 1871, el género humano es la internacional. O no será.
1 comentario:
Creo que debemos de hablar además de trabajo decente, debemos de hablar de trabajo responsable. Trabajo decente y responsable.
El trabajo decente hace referencia a las condiciones extrinsecas que se deben de dar( regulaciones, instituciones, valores sociales.....)para poder acceder, disfrutar o ejercer un trabajo digno.
El trabajo responsable es nuestra necesaria aportación para que el trabajo sea decente.
Responsable, siguiendo también a la RAE en una de sus acepciones, dice que dicho de las personas es "quien pone atención y cuidado en lo que hace o decide".
Por tanto, para tener un trabajo decente hay que tomar una postura activa, no vale solo la adaptación a las condiciones extrinsecas dejando la responsabilidad a terceros y unicamente aceptar o rechazar aquello que se nos trata de imponer. Tener un trabajo decente exige responsabilidad por parte del ciudadano. La dignidad del trabajo solo se podrá dar por la responsabilidad que se tiene al ejercerlo.
Una toma de conciencia sobre la responsabilidad en el trabajo y una postura activa en su desempeño se hace hoy mas que nunca necesaria. Me explico.
Llama la atención por preocupante en todas las encuestas sobre las preferencias de acceso al trabajo de los jovenes. En un porcentaje elevadisimo, todas coinciden , en que las preferencias se sitúan dentro del ámbito de la Administración o de las grandes empresas multinacionales consolidadas.
Por otra parte, la insatisfacción creciente de las personas con su trabajo va en aumento, asi tambien se recoge en todas las encuestas.
Y sin embargo, la degradación permanente de los derechos va avanzando. Las conciliacion familiar se va tornando imposible, la movilidad real y el cambio a un status social superior a traves del trabajo va siendo cada vez mas dificultoso ( recuerdo el post sobre el libro de Rothkof que está en este blog sobre este asunto).
Estas dos causas estan haciendo principalmente que las condiciones laborales ( las instituciones del trabajo) esten cada dia mas precarizadas porque nadie quiere responsabilizarse de su devenir laboral y/o profesional, todos quieren que les venga dado o impuesto. La postura mas frecuente oscilará entre la resistencia pasiva a las imposiciones y el pasotismo mas abosoluto en cuanto a la responsabilidad contraída con el trabajo correspondiente.
No hay trabajo decente, sin trabajo responsable. Estamos dejando además que unos pocos, con intereses muy concretos, marquen nuestro rumbo. Tenemos que espabilar.
Por tanto no vale con reclamar un trabajo decente.
Para considerar un trabajo decente hay que "tomar conciencia" de que el trabajo decente lo elaboramos nosotros mismos.
Hay que trabajarse el trabajo decente. Responsabilicemonos de ello.
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