sábado, 12 de marzo de 2022

El forense apresurado y la víctima ucraniana

A la vista de su eco en Twitter, leo el artículo de Rafael Poch titulado "El forense y la víctima". El autor maneja dos tesis, supuestamente vinculadas mediante una relación causal. 
 
[1] La primera, que la invasión rusa sobre Ucrania podría haberse evitado en diciembre del año pasado si se hubiese accedido al "más que razonable catálogo presentado por Moscú a EE.UU. y la OTAN". Que Poch califique de "más que razonables" unas peticiones que a renglón seguido considera "un catálogo de máximos en algunos puntos" no deja de ser contradictorio, pero el autor sostiene (no lo justifica) que "Rusia se habría contentado con [algunas] concesiones [...], como la retirada de infraestructuras militares de sus fronteras y la neutralidad de Ucrania". De ahí su primera conclusión: Washington (siempre y solo Washington, ni la UE ni Ucrania parecen jugar ningún pael relevante) "optó por no negociar nada esencial", buscando (¿provocando?) la invasión. 
 
No he podido encontrar un documento en el que se recoja el catálogo de exigencias de Moscú; he encontrado referencias al mismo, como una de France 24, que las califica de "amenaza" y de "ambiciosas exigencias radicales": todo muy poco informativo y demasiado valorativo. Sí he podido leer la respuesta de la OTAN y de Washington, que me permite imaginar esas demandas. Tanto estas como la respuesta recibida configuran la típica "alianza de neuróticos" (sugerente concepto propuesto por Charles Taylor en Acercar las soledades y que yo he utilizado aquí o aquí) inevitable cuando se asume la lógica militarista. Desde esta perspectiva y aunque Poch no ofrece pruebas de que Washington se haya negado a entrar en una negociación viable con Putín, no niego su plausibilidad. Pero lo que se presenta como tesis confirmatoria debería abordarse como hipótesis a investigar.
 
[2] El autor no considera necesario embarcarse en esta tarea de justificación porque en su artículo maneja una segunda y más desasosegante tesis igualmente no justificada: la de que Washington se negó a negociar "a la baja" con Putín porque lo que buscaba no era impedir la agresión sobre Ucrania sino provocarla: "si el plan A de Washington para Ucrania era convertirla en un ariete contra Rusia, el plan B era que Rusia se metiera por sí sola en una especie de Afganistán eslavo, es decir provocar la criminal acción de Moscú contra Ucrania con el resultado de un catastrófico desgaste del adversario". Terrible. ¿Plausible? Pues también: en fin, estamos hablando del mismo Washington (ese infame "complejo militar-industrial") agazapado tras Vietnam, Pinochet, la contra antisandinista o Irak. Pero, de nuevo, el artículo de Poch no presenta como evidencia otra cosa que un informe de análisis estratégico publicado en 2019 por la RAND Corporation (uno de los más tenebrosos componentes del citado complejo, denunciado por Kubrick con esa referencia a la "Corporación BLAND" en Teléfono rojo, volamos hacia Moscú) y una referencia a una entrevista en la que Zbigniew Brzezinsky (un halcón que sobrevoló durante años la Casa Blanca) se vanaglorió de haber logrado "que los rusos se metieran en la trampa afgana", provocando así "el colapso del imperio soviético". De nuevo se trata de una hipótesis plausible, pero no es más que eso, una hipótesis que habría que investigar, no una tesis probada como asume Poch.
 
[3] El marco analítico que nos propone el artículo es, como ya he dicho, plausible: ¿y si en lugar de dejarse llevar por los brzezinskis y RANDcorporators que cabildean por Washington la OTAN hubiera negociado con Putin asumiendo sus demandas más razonables, basicamente "la retirada de infraestructuras militares de sus fronteras y la neutralidad de Ucrania"? ¿Proporcionar armas a Ucrania es la mejor forma de ayudar a ese país? Comparto sus dudas ("¿Contribuirá eso a aminorar la sangría o a incrementar la presión militar rusa que hasta ahora ha sido discreta y puede ser mucho peor, según estiman los observadores militares? ¿Mejorarán las condiciones para una negociación con el mayor nivel de destrucción del país que será su consecuencia?"; bueno, salvo lo de la presión militar "discreta": se me revuelve el estómago al leerlo). 
 
Pero el marco interpretativo de Poch no es el único posible: ¿y si las demandas razonables de Putín no eran sino un trampantojo que encubría su decisión de invadir en cualquier caso Ucrania? ¿y si una RAND Corporation moscovita ya descontó en 2019 los costes para Rusia de una acción de guerra como esta? ¿y si un Brzezinsky empotrado en el Kremlim lleva años susurrandole a Putín que hay que atraer a la OTAN a la trampa ucraniana (o georgiana, o estonia...) para provocar así el colapso del imperio estadounidense? ¿Y eso de que la seguridad de Rusia podría peligrar si hay bases de la OTAN en Ucrania, en una época en la que las grandes potencias militares cuentan con misiles intercontinentales que pueden alcanzar los 12.000 kilómetros? Y luego está la víctima, Ucrania: algo tendrá que decir sobre la agresión que está sufriendo y sobre la forma de detenerla, ¿no?
 
[4] Y esto último me lleva a lo que más me enfada del artículo: la posición forense que asume su autor. "El cadáver está ahí, aún caliente. Es el cadáver de una mujer joven asesinada por su matón con quien hasta 1991 compartió domicilio soviético". Ya está: la joven Ucrania ha sido asesinada por su ex pareja, Rusia. No pidamos al forense Poch que "marque el paso" junto con quienes defienden proporcionar armas a Ucrania o, incluso, impulsar una intervención militar de la OTAN en la guerra. El forense se aproxima a la escena del crimen "con el objetivo profesional de certificar 'técnicamente' las causas y circunstancias del crimen, a efecto de su esclarecimiento judicial", y en esta tarea debe abstraerse de los gritos "entre indignados y emocionados" de un público que señala al victimario -“¡Pero, ¿es que no ha visto quién le ha disparado?!”-  y del que surgen "llamadas al linchamiento". El forense, valedor de "los valores de la Ilustración", debe mantenerse "por encima de todo eso, por encima del horror, de la emoción y del redoblar de tambores". Porque explicar, en efecto, no es sinónimo de justificar; lo digo sin reservas, lo creo sinceramente. Pero las explicaciones tienen su tiempo y es fundamental acertar y plantearlas en el momento apropiado.
 
Las analogías las carga el diablo y Rafael Poch no podía haber utilizado una más desafortunada para abrir su artículo. Si realmente estuviéramos hablando del caso de una mujer joven asesinada por el matón con quien compartió domicilio, ¿de verdad asumiríamos la perspectiva a la que nos invita el artículo? 
 
El problema es que no hablamos de un cadáver. No, lo que "está ahí" no es el cadáver de una mujer joven; lo que está aquí es una mujer joven aún viva, golpeada sin cesar por el matón con el que convivió hace un tiempo. Tiene los labios partidos, parece que un brazo roto, sangra por la nariz; mientras intenta parar los golpes con el brazo sano mira con rabia a su agresor, no se pliega a su violencia. La violencia continua, se incrementa. La víctima pide ayuda. El forense mira a su reloj, lanza un suspiro de fastidio, mira con displicencia a quienes gritan "¿pero es que no veis que la está matando?" y espera a que el matón termine con su tarea para que él pueda dedicarse a la suya.

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