lunes, 19 de octubre de 2020

Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción

Andreu Escrivà
Y ahora yo qué hago: Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción
Capitán Swing, 2020

"Al enfrentarme a ensayos de medio ambiente, muchas veces he acabado más confundido que decidido a pasar a la acción. Preso de la sensación de estar a las puertas de un apocalipsis inminente, y tras leer las posibles soluciones que me obligarían (o así lo percibía yo) a cambiar radicalmente de vida, sentía que la lectura me había frustrado, en vez de espolearme y darme herramientas para actuar. Había conseguido convencerme, sí, pero no de sus propuestas, sino de lo difícil que sería que tuviesen algún efecto. Entendía que lo que me proponían era sacrificarme para que apenas se notara, bajo la mirada acusadora del autor, y sin saber si el resto de la gente seguiría mis pasos".


Escrito con un lenguaje claro y directo, con este libro Andreu Escrivà no busca "engordar ni un solo gramo tu mochila de ecoansiedad", pero sí "reforzar sus costuras". Si bien no es un recetario (aunque el anexo propone un completo listado de acciones posibles para empezar a llevar un estilo de vida bajo en carbono), sí pretende animar a plantear y responder a una pregunta muy concreta: "ante este panorama ¿yo qué hago? Incluso sabiendo que la culpa no es nuestra, que hacen falta cambios sistemáticos..., ¿cuál es mi papel en todo esto?". Y en su respuesta a esta pregunta el autor busca alejarse de la que, supuestamente, sería la manera en la que lo viene haciendo una gran parte del movimiento ecologista: con un discurso colapsista, anticapitalista, minoritario, "radical", en última instancia meramente declarativo, imposible de llevar a la práctica por la inmensa mayoría de las personas. Lo expresaba así en una entrevista:

"Creo que los modelos de hiperperfección son contraproducentes. Cuando tú ves a alguien que es doña perfecta o don perfecto, te das cuenta de que no puedes imitarlo y todo lo que haces te parece mal, incoherente y poco valioso. Tenemos que fijarnos en gente que lo haga un poquito mejor que nosotros, pero que nos muestra que son cambios posibles".

Es muy cierto que determinadas aproximaciones a la crisis ecológica pueden generar en muchas personas un sentimiento de desesperación que las haga caer en el catastrofismo (no hay nada que hacer), la impotencia (de qué vale lo que yo haga) y, en definitiva, la inacción. También que ciertas formas "heroicas" de ejemplificar el compromiso ecosocial al estilo de Wendell Berry y su negativa a comprar un ordenador o del más espectacularizado No Impact Man, que Escrivà denomina "contraste moralizante de la hiper-perfeccón ecosocial", lejos de actuar como inspiración para el cambio pueden acabar generando desánimo y frustración. Necesitamos propuestas y modelos a escala humana, sí, pero de esta humanidad construida también por tres siglos de capitalismo, con su poso de violencia antropológica.

Desde esta perspectiva, el libro de Escrivà me parece muy apreciable: informa, conciencia (sin necesidad de crear mala conciencia) y anima a actuar personalmente, pero con vocación de impulsar procesos colectivos de transformación.

Hace una veintena de años que vengo impartiendo en diversos cursos de postgrado, especialmente en los que oferta el Instituto de Estudios sobre Desarrollo y Cooperación Internacional HEGOA, una materia que lleva por título "Ética y desarrollo". Algunos de sus contenidos más recientes pueden encontrarse AQUÍ. Todas las dificultades que apunta Escrivà también las he experimentado en esas clases: desde la pasividad por elevación (cualquier acción personal de autocontención o sobriedad es moralina reformista, lo que hay que hacer es revolucionar la realidad) hasta la inacción por saturación (el problema es tan enorme que ya no tiene solución, o lo que yo pueda hacer no sirve para nada), aunque la actitud más habitual es la primera: discursos incendiarios y modos de vida indiferenciables del mainstream; como critica Terry Eagleton, un ultraizquierdismo "tan impoluto como impotente"

Aunque Escrivà reconoce que "el capitalismo es insostenible  con la propia definición de desarrollo sostenible", considera que "abominar del capitalismo, sin ningún tipo de paliativo o atenuante, implica perder a una buena parte de los lectores u oyentes a quienes debería dirigirse cualquier comunicación sobre cambio climático". Y Escrivà no quiere "perder a nadie por el camino". Por ello propone, no sé si cómo recurso padagógico-metodológico o porque realmente lo cree así, "suponer que el capitalismo, como sistema, no es el origen de todos los males (climáticos, al menos), sino la forma en que los males se manifiestan y retroalimentan, se multiplican y aceleran"; desde esta perspectiva, lo que en realidad haría el capitalismo es "amoldarse a nuestra naturaleza humana y explotar sus puntos débiles". De ahí que defienda, por ejemplo, el Green New Deal aunque sea como un "instrumento de transición" que nos permita ganar algo de tiempo. Y ello a pesar de advertir de que nos queda "muy poco" tiempo para actuar: ¡apenas una década!.

Y es aquí cuando el libro pierde fuelle. Consigue desmontar las excusas para la inacción, logra abrir itinerarios para la acción personal y colectiva contra el cambio climáticos, y esto es algo, como ya he dicho, que hay que valorar; pero no incomoda, no empuja a la lectora o al lector fuera de eso que ahora denominan "zona de confort", actitud que siempre ha hecho fracasar los procesos de cambio social, como explica Victor Hugo en Los miserables refiriéndose a la primera de las dos grandes (y fallidas) revoluciones del siglo XIX en Francia: 

“La de 1830 fue una revolución detenida a media playa. ¿Y quién detiene la revolución a media playa? Es esa parte de la clase media compuesta de los que de nada se han hecho algo, y miran sólo a su conservación. ¿Y por qué? Porque esta clase media es el interés satisfecho: ayer era el apetito, hoy es la plenitud, mañana será la saciedad. Se ha querido equivocadamente hacer de esa parte de la sociedad representada en, el tendero que gana, una clase. Esta clase media es simplemente la parte contenta del pueblo. El individuo de esta llamada clase es el hombre que tiene ahora tiempo para sentarse; y una silla no es una casta. Mas por querer sentarse demasiado pronto, se puede detener la marcha del género humano; y ésta ha sido siempre la falta de esa parte del pueblo” (las cursivas son mías). 

El problema es, literal y materialmente, el capitalismo. De ahí que la mezcla de satisfacción e insatisfacción que me queda tras leer el libro de Escrivà no esté motivada por su perspectiva "reformista" (la misma mezcla de satisfacción/insatisfacción resulta de cualquier otra lectura en clave "radical"), sino que es consecuencia de la diabólica complejidad del reto al que nos enfrentamos: cambiar todo un sistema en funcionamiento y con nosotras y nosotros dentro. "Lo que tiene potencial de mayorías -advierte Jorge Riechmann en 15/15\15no nos saca del atolladero ecológico. (Es el modelo del borracho buscando las llaves bajo la farola, en el chiste). Y lo que nos sacaría del atolladero ecológico no tiene potencial de mayorías…".

Lo expresaba bellamente José Luis Sampedro en El río que nos lleva“¿cómo proyectar desde la óptica vigente si es el primer obstáculo a lo futuro?”  ¿Cómo desear algo distinto desde el interior de esta eficaz fábrica de deseos bastardos y domesticados que es el capitalismo? Y antes que él lo planteaba Herbert Marcuse en El final de la utopía (1967).

"Nos encontramos hoy ante el problema de que la transformación es objetivamente necesaria, pero que precisamente las capas clásicamente definidas como agentes de la transformación no sienten la necesidad de la misma. Hay que empezar por suprimir los mecanismos que ahogan esa necesidad subjetiva, pero esto presupone a su vez la necesidad subjetiva de eliminar esos mecanismos. Es ésta una dialéctica de la que no encuentro salida"

Hay que agradecer a Andreu Escrivà que haya escrito este libro. Para muchas personas servirá para hacer una entrada "suave" en la temática de la transición ecosocial. Para otras muchas, más próximas a la perspectiva colapsista, (nos) resulta útil para repensar la forma en que comunicamos nuestras propuestas. Pero al libro le sobra, pienso, un poco de buen rollismo y le falta, creo, un tanto de razonada mala leche. Aceptando que la radicalidad, la urgencia, el enfado y, a veces, la amargura, comunican mal. Por expresarlo de otra manera: es este un libro interesante, útil para hacer pedagogía sobre el compromiso contra el cambo climático, pero la dirección de salida de este compromiso habrá de estar orientada hacia direcciones más exigentes, como la que hacía Chris Edges en el libro La muerte de la clase liberal (traducción de Jesús Cuellar), publicado también por Capitán Swing: "La crisis climática es una crisis política. O bien desafiamos a la élite empresarial, lo cual conllevará la desobediencia civil, el rechazo de la política tradicional en pos de un nuevo radicalismo y la sistemática vulneración de las leyes, o nos consumiremos". Pero sabiendo que posiciones abiertamente anticapitalistas no resuelven, por serlo, ninguna de las contradicciones a las que se enfrenta el planteamiento de Escrivà.

Asier Arias finalizaba así un artículo publicado en 2019 en la revista Mientras Tanto"Avanzamos «hacia el colapso catastrófico de las sociedades industriales» habiendo dejado atrás hace décadas la oportunidad de emprender alguna clase de «transición socioecológica razonable». Así las cosas, incluso «evitar los peores daños» podría ser hoy una meta, quizá, demasiado ambiciosa; pero resulta inexcusable permitir que esta idea desemboque en el abatimiento, el cinismo o la indiferencia: no podemos vender tan barata la base y la médula de cuanto apreciamos".

Por su parte, Jorge Riechmann finalizaba una entrevista de este año con la publicación digital Critic con estas palabras: "Yo, si pudiera aconsejar al lector de CRÍTIC, le diría esto: por un lado, piense cómo puede organizarse de manera colectiva, no individual, en su vida cotidiana y las cosas cercanas para alimentarse, moverse, vivir de un modo lo más sostenible posible. Y, por otro lado, en paralelo, piense como luchar políticamente ante los grandes retos como la movilidad, el modelo energético, un programa agroecológico global… El objetivo final es muy difícil, sí. Mientras tanto, sin embargo, hay que hacer cosas. Pero no en soledad ni de manera aislada. Lo que podemos hacer es organizarnos de forma que, cuando las señales de la gran catástrofe sean ya visibles para la gran mayoría de la población, tengamos margen suficiente para poder responder lo mejor posible".

En fin, el libro de Escrivà hace pensar, y pensar en clave crítica y activa. Recupero su valiosa intención: contribuir a que cada cual pueda "cocinar [su] propia receta de activismo climático, acción individual y transformación colectiva", superando la tentación de la inacción y el pecado del desánimo. Yo también quiero pensar, como Georges Didi-Huberman en Supervivencia de las luciérnagas (Traducción de Juan Calatrava, Abada Editores, 2012), en el poder transformador de los pese a todo.:

"Pero una cosa es designar la máquina totalitaria y otra otorgarle tan rápidamente una victoria definitiva y sin discusión. ¿Está el mundo tan totalmente sometido como han soñado -como proyectan, programan y quieren imponernos- nuestros actuales «consejeros pérfidos»? Postularlo así es, justamente, dar crédito a lo que su máquina quiere hacernos creer. Es no ver más que la noche negra o la luz cegadora de los reflectores. Es actuar como vencidos: es estar convencidos de que la máquina hace su trabajo sin descanso ni resistencia. Es no ver más que el todo. Y es, por tanto, no ver el espacio -aunque sea intersticial, intermitente, nómada, improbablemente situado- de las aberturas, de las posibilidades, de los resplandores, de los pese a todo".

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