miércoles, 29 de julio de 2020

Escupir en la iglesia: un sí de izquierdas al brexit

Timothy Appleton
Escupir en la iglesia: un sí de izquierdas al brexit
Lengua de Trapo, 2020

"Los sectores de izquierdas que siguen creyendo que lo único que nos protege del capitalismo bárbaro de nuestros propios Estados-nación es el modelo social europeo, deberían quizás invertir su análisis: en realidad, lo único que, por el momento, nos protege del capitalismo de la UE es el modelo social -y esto depende de nuestra propia decisión soberana, democrática, patriótica y popular- de nuestros Estados-nación".


Appelton es británico de origen aunque vive en España, doctor en Filosofía por la Complutense, profesor en la Universidad Camilo José Cela y de izquierdas. Lo contrario del estereotipo de leaver que manejan los medios de comunicación y que, en parte, reflejan los estudios sociales: una persona de edad avanzada, poco formada y de derecha. De ahí el interés de este ensayo, en el que defiende un brexit de izquierdas (o lexit) convencido de que la Unión Europea es, en su esencia misma, "un bloque neoliberal y antidemocrático", por lo que de ninguna manera puede aspirar a tener un planteamiento de izquierdas. Como se afirma en el texto que abre este comentario, Appleton reivindica, desde un planteamiento alineado con la teoría populista de izquierda de Laclau y Mouffe, una vuelta a la nación como única estrategia contra el neoliberalismo rampante.

En su opinión la gente, las clases populares, llevan tiempo dando la espalda al proyecto europeo, con su desafección electoral, con el fracaso de los referéndums sobre el Tratado que establecía una Constitución para Europa y, de manera definitiva, con su apoyo al brexit. La contrapartida de este rechazo sería su reivindicación de soberanía política que las proteja: "Si la izquierda ya no quiere representar el deseo de soberanía de un pueblo, la derecha radical vendrá y encontrará una manera de hacerlo".

Tiene razón Appleton cuando sostiene que "la única manera de tener una integración económica y financiera exitosa en el continente es que se dé primero una integración política", pero se equivoca a la hora de caracterizar esa integración política. Como prueba de la inexistencia de un demos europeo, de una identificación entre todas las personas que conformarían esa Europa unida, plantea lo siguiente: "Si un aleman prefiere ver a un griego malnutrido antes que una transferencia de fondos de su país al otro, puede extrapolarse que no existe suficiente identificación personal entre los europeos para crear una unión económica funcional". No sé, tampoco lo creo, que todos los alemanes prefieran la malnutrición de los griegos a la solidaridad con ellos. Y, en todo caso, la integración política tiene más que ver con factores institucionales que con esa dimensión emocional (lo que no supone despreciar el efecto de las emociones políticas). No hay nación (ni región, ni ciudad) en la que no podamos identificar tensiones de solidaridad, tensiones que en muchos casos dan lugar a nacionalismos fiscales. Pero lo que garantiza la redistribución en sociedades complejas es la existencia de mecanismos de redistribución institucionalizados. ¿Faltan en Europa este tipo de instituciones? Sí. Pero esta ausencia es un argumento en favor de más, mejor y diferente Europa.

Como señala Isidro López, citando al historiador Alan Milward, "una de las funciones centrales de la UE desde sus principios ha sido reconstruir el Estado-nación desde la esfera transnacional, antes que minarlo".

Así lo planteaba Milward en un artículo publicado en 1997:

"La Comunidad ha proporcionado una de esas raras situaciones de armonía en que la política exterior brota directamente de los imperativos de la política doméstica. [...] La medida en que los distintos países controlan todavía la unión es la mejor defensa del argumento que asegura que ésta fue creada en interés de aquéllos.
El brazo ejecutivo de la Unión, la Comisión Europea, no tiene capacidad para recaudar impuestos, que han de serle entregados por intermedio de las distintas naciones. Su presupuesto alcanza a poco más del 1% del producto interior bruto de la Unión. Su burocracia es más reducida que la de la mayoría de las grandes ciudades europeas. El Tratado de Roma prohíbe expresamente la existencia de un déficit presupuestario. El consejo de ministros de la Unión, que ejerce la función legislativa, consiste en una serie de comités compuestos íntegramente por ministros de los distintos gobiernos nacionales. Las amplias líneas de su política están determinadas por un Consejo Europeo formado por los presidentes de los distintos países. Por lo que respecta al Parlamento Europeo, digamos que no dispone de un hogar permanente ni de un sistema unificado de elecciones, que el único control que ejerce sobre el gasto consiste en un rechazo total del presupuesto, que su único control efectivo sobre los nombramientos que se realizan con destino a la Comisión es la amenaza, difícil de usar en la práctica, de rechazarlos en su totalidad y que no tiene derecho a iniciar legislación alguna. De acuerdo con los criterios europeos, no se trata de un parlamento en absoluto, sino más bien una institución de carácter ceremonial como la monarquía"
.

El enemigo elegido por Appleton es realmente fácil de abatir (intelectualmente hablando). Sin entrar en su supuesta esencia, algo complicado de hacer con las herramientas de la investigación empírica, no cabe duda de que la Unión Europea acumula desde hace decadas todos los déficits democráticos en los que cabe pensar. Su diagnóstico en este aspecto es certero y fundado. El problema, como tantas veces, está en los adjetivos que acompañan a los sustantivos que combate o que reivindica: entre los primeros destaca el de "europeismo ciego"; entre los segundos, el de "izquierda verdadera" [las cursivas son mías]. 

El problema de la izquierda, en Europa igual que en cualquiera de sus países y ciudades, es su debilidad. En eso estamos de acuerdo. Pero pensar que es posible evitar esa debilidad mediante la mera reducción de la escala política en la que actúa, mediante la construcción de izquierdas patrióticas, me parece un "delirio" -así (des)califica a iniciativas como DiEM25- o, lo prefiero, una apuesta tan complicada y no tan legítima como la de construir una izquierda europea. Tan complicada por lo de la debilidad de la izquierda, que no se resuelve con simples cambios de escala (ni hacia arriba ni hacia abajo). Y no tan legítima por los riesgos que tiene el patriotismo, incluso el que se formula con las mejores y mas incluyentes intenciones.

El propio Appleton se ve obligado, por mor de su soberanismo, a cuestionar el principio de libre circulación de personas migrantes por razones económicas, aunque al tiempo afirme el derecho absoluto a migrar de persona refugiadas o demandantes de asilo. No nos explica cómo es posible armonizar ambas perspectivas. Pero cuando afirma que "siempre debemos correr el riesgo de una subjetivación regresiva si queremos conseguir, en algún momento, una 'progresista'", mucho me temo que no es él (ni yo) quien va a sufrir las consecuencias derivadas de asumir ese riesgo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Otra publicación que permite (generosamente) al lector aprender cosas. Entre ellas, en mi caso, la palabra y concepto "leaver", que desconocía. No sé si en España se da este tipo, supongo que sí, pero la mayoría de personas de edad avanzada y limitaciones culturales que conozco no son de derechas.

Buena publicación. Saludos y gracias.