lunes, 22 de junio de 2020

Gilead

Marilynne Robinson
Gilead
Traducción de Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté
Galaxia Gutenberg, 2016 (4ª edición)

"Jack dijo: 'Cuando era joven, pensaba que si no te andabas con cuidado era eso lo que te esperaba, una vida establecida.
Ella dijo: 'Yo siempre supe que no era así. Lo que yo buscaba era justamente una vida de esa clase. De noche, solía mirar por las ventanas de las casas y me preguntaba cómo sería'".


Empecé a introducirme en el universo narrativo y moral de Marilynne Robinson a través de Lila, la tercera de sus novelas protagonizadas por las mujeres y hombres que habitan la pequeña localidad de Gilead, en Iowa. Digo universo narrativo y moral porque su obra literaria, escrita con delicado estilo, parece estar al servicio de un proyecto profundamente moral. Como escritora "persigo la gracia, entendiendo que es algo superior a la sabiduría", contestaba en una entrevista. Como se afirma en un iluminador artículo de The New Yorker, "la sabiduría moral de Robinson parece inseparable de sus dones como escritora". Estoy absolutamente de acuerdo. Pero, por favor, que nadie malentienda esta referencia a la moral.

Marilynne Robinson es una persona explícitamente religiosa (calvinista) pero plenamente comprometida con la libertad y la pluralidad de creencias y experiencias de vida. Lo apuntaba en una entrevista en 2015: "Para mí, el mundo laico es el gran espacio neutral y compartido que garantiza la libertad religiosa a cualquiera que forme parte de ese espacio. No creo que sea enemigo de la religión, creo que la protege. Hay que estar verdaderamente entregado a la idea de la autoridad de un culto dominante para ver un enemigo en el laicismo". Robinson concibe la experiencia religiosa como esencialmente personal, pero imposible de deslindar de la vida comunitaria. Lo explicaba así en otra entrevista:

"He ido a la misma iglesia durante más de 20 años. Es mi pueblo, por así decirlo. Veo a los niños venir al mundo y los ancianos irse, y veo que se desarrollan vidas a mi alrededor. Eso es una pequeña parte de [lo que signfica acudir a la iglesia]. Entonces tengo la ocasión, rara en el mundo, de escuchar a un hombre bueno y erudito decir algo que él considera verdadero, a una congregación que escucha de buena fe cualquier verdad que tenga para ofrecer. Finalmente, pienso diferente, de otra manera, en ese lugar que en cualquier otro lugar. Es como si pudiera dejar de lado al mundo y a mí misma durante una hora y escuchar y pensar de manera más pura".

Es por eso que sus novelas, caracterizadas por la presencia de personajes con un fuerte protagonismo, serían ininteligibles sin el contexto comunitario en el que se desarrollan. Lila es una mujer joven con una vida pobre y trágica que en los años veinte construirá una nueva vida en Gilead y se casará con el reverendo John Ames, viudo y mucho mayor que ella; su mirada y su voz vertebran todo el relato que se narra en Lila. En Gilead es el reverendo Ames quien, en los años cincuenta y gravemente enfermo, escribe una extensa carta a su hijo de siete años, fruto de su matrimonio con Lila, para que la lea cuando él haya muerto; John Ames es el único narrador y todo lo que ocurre en la novela, todo lo que sabemos del resto de personajes, lo conocemos a través de sus escritos. Cambia la mirada (Lila / Ames) de la persona que narra la historia, y todo lo que llegamos a saber es lo que una u otro nos cuentan. Pero esa mirada en principio parcial y sesgada supera los estrechos límites individuales gracias a la población de Gilead, no solo un simple escenario sino un personaje fundamental.

En una entrevista con motivo de la publicación en España de Lila, Robinson expresaba su preocupación por el hecho de que las sociedades democráticas estén olvidando su fundamento, que no es otro que "la predisposición a confiar en la buena voluntad de los otros". Esta es, seguramente, la acariciadora sensación que nos queda al cerrar los libros de Robinson: la de haber disfrutado del privilegio de pasar unas horas en un lugar y con unas gentes más propias de un tiempo pasado que, sin embargo y lejos de cualquier melancólica pesadumbre, nos enseñan la posibilidad futura de una vida más simple, humana y comprensible.

"Crei que, mientras caminaba con Jack Boughton, advertí en su rostro una mueca de ironía por haber depositado una esperanza en este triste rincón del mundo; también aprecié el coste que representaba para él abandonarlo. Y supe qué esperanza se había formado. Era precisamente la que el pueblo pretendía fomentar, que allí se podía llevar una existencia sencilla sin sobresaltos. [...] Jugar a lanzarse pelotas al atardecer, oler el río, oír pasar el tren. Estos pequeños pueblos fueron una vez baluartes destinados a resguardar esa paz".

No son libros fáciles. Para leer con sosiego. El mismo sosiego que nos regalan.

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