domingo, 2 de agosto de 2009

Precariedad laboral, precariedad vital

"Jóvenes, sobradamente preparados, y en paro" (PÚBLICO).

«Sí; caminamos, y el tiempo también camina, hasta que, de pronto, vemos ante nosotros una línea de sombra advirtiéndonos que también habrá que dejar atrás la región de nuestra primera juventud» (Joseph Conrad, La línea de sombra).

Joseph Conrad, el genial autor de obras como Lord Jim, El agente secreto o El corazón de las tinieblas, firma también una narración de fuerte contenido autobiográfico que lleva por título La línea de sombra. En la misma relata las experiencias de su primer mando como oficial en un buque de la marina mercante británica. Esa experiencia supuso para Conrad el momento que marcó su transición de la juventud a la edad adulta, el momento en que atravesó la línea de sombra, “esa región crepuscular que separa la juventud de la madurez”.
En los tiempos en que Conrad escribió sus novelas no era demasiado difícil trazar los límites de esa línea de sombra. Como no lo ha sido a lo largo de todo ese siglo, hasta prácticamente la década de los Noventa. Durante todo ese tiempo el acceso al mercado de trabajo ha sido, como norma, el primer paso por mediación del cual el ciudadano varón de las sociedades industriales se adentraba en esa región crepuscular que separa la juventud de la madurez. Un primer paso casi siempre inexorable, que encadenado a otros pasos –emparejamiento, constitución de hogar independiente, procreación- iba siguiendo un sendero que lo llevaría, finalmente, a ingresar en la edad adulta.
Hoy, por el contrario, se vive en toda su extensión un fenómeno descrito por Alfonso Moncada en 1979 y al que denominó la adolescencia forzosa. Años antes, como recuerda José Luis López Aranguren en La juventud europea y otros ensayos, Julián Marías se refería al mismo fenómeno como a “una anormal prolongación de la etapa juvenil [como consecuencia de que] la independencia económica suficiente para contraer matrimonio o establecerse y vivir por cuenta propia, suele llegar tarde”.
Desde una perspectiva sociológica, la juventud puede ser considerada como un tiempo de espera hasta el ingreso en la edad adulta. En nuestra sociedad, el ingreso en la edad adulta viene señalado por la asunción de una cuádruple responsabilidad: a) productiva, mediante el acceso a un estatus ocupacional, laboral o profesional estable; b) conyugal, mediante la formación de una pareja sexual estable; c) doméstica, mediante la constitución de un domicilio autónomo; y d) parental, mediante la procreación. Estamos hablando, por supuesto, no de la asunción efectiva de estas responsabilidades, sino de la posibilidad real de asumirlas si así se desea. La juventud, entonces, no es sino la duración de un tiempo de espera: el tiempo que transcurre desde la pubertad hasta el momento de poder asumir esas cuatro responsabilidades. De ahí que se considere joven a la persona fisiológicamente madura que no posee todavía ocupación remunerada estable, cónyuge estable, domicilio propio estable..., es decir, que carece de responsabilidades sociales, pero que aspira a tenerlas.
Hay una cuestión que condiciona absolutamente la posibilidad práctica de ese cambio de estatus social que supone el paso de la juventud a la edad adulta: al acceso a un trabajo remunerado estable. Esta es la condición para poder plantearse en libertad la formación de una pareja, la constitución de un hogar independiente o la procreación. Es por ello que puede que para una determinada generación la juventud no termine nunca, pues nunca podrán acceder a un puesto de trabajo estable que les abra las puertas a la asunción libre de responsabilidades sociales: desde esta perspectiva, serán "jóvenes" de 30, 40 años...
Porque lo cierto es que el mercado de trabajo, en la actualidad, no hace sino extender y alargar esa línea de sombra a la que hacíamos referencia. Se crea empleo, sí, pero la temporalidad marca la pauta. No resulta difícil que un joven acceda a un empleo, sí, pero es casi siempre un empleo precario, que de ninguna manera permite sentar las bases económicas que permitan asumir las responsabilidades que la vida adulta conlleva.

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