Pero de ahí a sostener que "estas nuevas herramientas permiten a la ciudadanía de a pie una comunicación global y directa sin intermediarios ni control de flujos de información", posibilitando una Revolución 2.0, media un abismo.
Tampoco aquí vamos a encontrar esa comunidad ideal de comunicación habermasiana. El entorno digital no es ajeno a los males de la desigualdad de acceso y poder. Diga lo que diga Manuel Castells, la brecha digital -las brechas digitales- sí existe.
Hace ya unos bastantes años tuve ocasión de publicar en la revista TELOS un artículo que titulé Participación y democracia ante las nuevas tecnologías: retos políticos de la sociedad de la información. El debate, pues, viene de lejos.
Remitiéndome a Herbert Marcuse, debemos asumir que "el progreso técnico es una necesidad objetiva tanto para el capitalismo como para la emancipación". Pero no cabe aceptar acríticamente el discurso dominante sobre el proceso de innovación tecnológica. Y es que en demasiadas ocasiones la tecnología, con su enorme potencial transformador, se convierte en disculpa perfecta para dejar de pensar la sociedad y su aún mayor capacidad para convertirse en catalizador estructural de las consecuencias de esa misma tecnología
En una fecha tan temprana como 1963, en el transcurso de una conferencia de la Universidad de Barcelona, exponía Manuel Sacristán su reflexión en torno al potencial liberador de las técnicas de mecanización y de automatización, capaces de ayudar a superar "la irracionalidad estructural de la división del trabajo", pero advirtiendo de la falacia que supone pensar que el simple progreso tecnológico necesariamente va a desembocar en tal superación.
Por el contrario, en su opinión es más que plausible imaginarse, en la irracional sociedad capitalista, un uso irracional de las técnicas de racionalización del trabajo: "Imagínese que en una sociedad de este tipo irracional se renueva totalmente la técnica del proceso de producción mediante la automatización, etc. Quedan entonces liberadas enormes energías humanas que no tienen ya aplicación al trabajo mecánico y que, por tanto, sólo pueden desarrollarse económicamente y racionalmente accediendo al trabajo creador, a la administración de la sociedad. Pero esta dirección comunitaria está en contradicción con la estructura del dominio de clase que es propio de la sociedad en que vivimos y que se toma en el ejemplo. Entonces, si no se produce una victoriosa reacción de los casualmente liberados del trabajo mecánico, la sociedad irracional tiene aún una salida irracional para preservar el poder de la clase dominante: puede recurrir al gigantesco despilfarro de mantener a los antiguos trabajadores mecánicos en una situación de proletariado parasitario, alimentándoles, divirtiéndolos y lavándoles el cerebro gratuitamente a cambio de tenerles alejados de la dirección de la sociedad".
En otras palabras, resulta una ingenuidad en el mejor de los casos, cuando no una simple ocultación de la verdad, pensar que los cambios técnicos, por más revolucionarios que parezcan, implican necesariamente cambios sociales en una línea de progreso. La pregunta es crucial: ¿por qué una sociedad estructuralmente injusta va a tener que profundizar en las posibilidades de superación de la injusticia que le ofrecen los medios técnicos que esa misma sociedad produce? Nos hallamos aquí ante ese más que dudoso supuesto de las concepciones idealistas de la historia que Göran Therborn denomina Efecto Münchhausen -"la capacidad de los seres humanos para elevarse por sus propios medios ideológicos"-, en referencia a una de las aventuras del célebre barón narradas en 1785 por Raspe, en la cual pudo aquel salir del pozo en el que había caído con su caballo tirando de sus propios cabellos.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no nos liberan de la obligación de reflexionar sobre los viejos problemas sociales de la emancipación, la libertad, la autonomía y la solidaridad. El problema no es el satélite, el ordenador o la telefonía digital, como no lo ha sido el libro, el periódico o la radio. tampoco son la solución. El problema fundamental no estriba en el soporte de la información, sino en el modelo de sociedad en que dicha información circula y al servicio de la cual se pone.
El suplemento dominical del grupo Vocento, Xl Semanal, nos informaba este pasado domingo del llamado "blogger de la pizarra". Lo fundamental sigue siendo el mensaje, no el medio. Siendo el medio, y más los nuevos medios, muy importantes. Por supuesto.
5 comentarios:
Te ha quedado un 'poco chapa' para el medio en el que está escrito. ;)
¿Ves? Es el problema del medio, que acaba por comerse el mensaje. Y tu eres un poco vengativo, ¿no? ;))))
Ese pre-juicio me pre-ocupa. Veo que el ambiente, que al final es también un medio, cala en ti.
Conste que me ha parecido interesante y sugerente y pretendía ser sólo una constatación.
Serio problema cuando los medios acaben bloqueando por estructura determinado tipo de mensajes.
Nos vemos
Propósito para hoy: examinar mi "cale" para, en su caso, des-ambientarme con el fin de des-prejuiciarme y, sobre todo, des-preocuparte.
Y conste que este medio, que estos medios, cada vez me parecen más "enteros", es decir, más útiles. Y acogedores de casi todo tipo de estructuras y contenidos comunicativos.
Nos vemos, sí. Abrazo.
!¿Por qué la democracia no se ha extendido a esferas técnicamente mediadas de la vida social a pesar de un siglo de luchas? ¿Será porque la tecnología es excluyente de la democracia, o porque ésta ha sido utilizada para surprimirla? El peso del argumento apoya la segunda conclusión. La tecnología puede sostener más de un solo tipo de civilización tecnológica y tal vez un día pueda incorporarse a una sociedad más democrática que la nuestra."
Andrew Feenberg. ( Teoría crítica de la tecnología).
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