domingo, 17 de mayo de 2020

Zamaia, Gongeda... y más

Esta mañana he salido de casa a las 7:40. He subido por la Fuente del Oro hasta la zona de Zamaia: básicamente el camino por el que descendí en la excursión del 3 de mayo. He pasado por los buzones de Zamaia y Gongeda, 616 y 668 m. según Mendikat.

 
 
 
 
Ganekogorta.
 
 
 
 Ganeroitz, desde Zamaia.
 
 Mina Antón.
 
 
Zamaia.
 
Gongeda, desde Zamaia.
 
Gongeda.
Gallaraga (izda.) y Aguilatos (dcha.) desde Gongeda.
Zamaia, desde Gongeda.


Mi idea era proseguir hasta la cumbre de Aguilatos, un tanto a desmano. El viejo mapa de Javier Malo indica un sendero que, desde el collado de Gongeda landa o Urkitzu (556 m.), parece mantener la altura hasta aproximarse al Aguilatos. Pero o no existe, o está cerrado por la maleza, o no he sabido encontrarlo.


Como era muy temprano (a las 9:35 estaba en la cima de Gongeda), me he animado a bajar por la pista que, pasando por el embalse de Nocedal o Lingorta, lleva hasta el barrio de La Quadra. La verdad es que al principio confiaba en dar con una ruta que me encaminara hasta Aguilatos, pero nada. El descenso es empinado pero agradable, con gran variedad de árboles y algunas bonitas cascadas. He llegado casi hasta el embalse, situado a unos 240 metros de altitud.

Embalse de Nocedal.
 
 Gongeda.
 
 
 
 
 
 
 
 

Desde el embalse he ascendido las duras rampas que llevan hasta el collado de Pagero landa, entre Pagero y Gallarraga, a 797 metros de altitud. He llegado al collado a las 11:35, lo que quiere decir que he dedicado casi dos horas a bajar 300 m. para a continuación ascender 550, sin encontrar el dichoso sendero ni hacer ninguna cumbre. En términos de eficiencia y utilidad, una cagada; desde una perspectiva científica, un ejercicio de ensayo y error; desde el punto de vista de la actividad física, una excelente inversión para el verano: hoy las piernas han trabajado de lo lindo.


Gallarraga.
 
Collado de Pagero
Gallarraga.
 

Desde el collado de Pagero he rodeado la cumbre para llegar hasta la pista que sube desde el collado de Gongeda hasta el Ganekogorta. Bordeando las peñas de Zamaia he regresado a casa pasando por el barrio de El Somo. Me estaba quitando las botas a las 13:35. Casi seis horas de sube y baja. Otro día volveré, pero subiré al Gallarraga y desde ahí bajaré hasta Aguilatos. Otro día.

Embalse de Nocedal.
Gongeda y Zamaia.
Dos rapaces me han deleitado con una hermosa coreografía aérea.












Atravesando el bosque se llega a la pista que sube  a Ganeko desde Gongeda.




Gongeda y Zamaia.
Collado de Gongeda y cima de Gongeda.



Albergue Mendizain.

Ermita de San Martín, en el barrio El Somo.

martes, 12 de mayo de 2020

Dalva

Jim Harrison
Dalva
Traducción de Esther Cruz Santaella
Errata naturae, 2018

"La distancia desde el porche hasta los tres cuervos que dormían en un álamo muerto de la carretera era infinta. Como también lo eran padre, madre, hijo e hija, amado, caballo y perro. Estaba en el porche, era una tarde calurosa de junio, y ante mí había cientos de tardes de junio en las que aquí mismo las muchachas sioux habían buscado huevos de pájaros, las hembras de búfalo habían parido, habían rondado los coyores y, mucho antes de todo eso -en la prehistoria, nos cuentan-, los cóndores, con una envergadura de nueve metros, habían remoloneado en las aguas termales de las colinas, en el curso del Niobrara".

Esta es una historia de mujeres fuertes y sensuales, capaces de disfrutar plenamente de la vida, aun cuando sus propias vidas estén atravesadas por el dolor. Naomi, la madre de Dalva, viuda tras la muerte de su marido en Corea; la hermana de Dalva, Ruth, separada y ennoviada con un cura; y muchas más: Rachel, Lena, Maureen, Frieda, Karen...

Y sobre todo la protagonista, Dalva, "un nombre extraño para alguien de la parte alta del Medio Oeste", llamada así porque sus padres se enamoraron de un disco de samba que trajo de uno de sus viajes su tío paterno Paul, y que incluía una canción titulada "«Estrella Dalva», o «estrella de la mañana»" (en realidad sería estrela d'alba). Un personaje fascinante: una hermosa mujer de cuarenta y cinco años, amante adolescente de un joven medio sioux, madre adolescente que no pudo criar a su hijo pero que nunca ha dejado de buscarlo, trabajadora social, ranchera, criada en un ambiente de armonía perfecta entre la naturaleza y la cultura, rodeada de caballos, perros, ganado, praderas, arroyos, bosques y fauna salvaje, tanto como de los libros de Yeats, Dickens, Melville, Whitman, Faulkner y... ¡Lorca!.

Dalva tiene una parte de sangre sioux heredada de su abuelo, que hizo fortuna y fundó la familia más antigua del condado. El bisabuelo de Dalva, J.W. Northridge, mantuvo una intensa relación con los sioux oglalas, de los que se erigió en defensor frente a la política de desposesión y exterminio de los pueblos nativos que culminaría en la masacre de Wounded Knee.

Un historiador, Michael, desea acceder a los diarios del bisabuelo, de los que Dalva es custodia. Un personaje a ratos vomitivo (arrogante, alcohólico; "De todos los hombres desnudos que había visto en mi vida, era el menos atractivo según los términos de valoración más usuales", dirá Dalva), pero que es también el personaje más cómico de la historia ("Más que un cliché o una parodia, Michael era una anomalía"), que acabará manteniendo una intensa, compleja y hermosa relación con la protagonista.

Un libro poderoso, apasionado, de paisajes infinitos, que incluye el suicidio más épico en el que quepa pensar. Un relato aluvial cuyo primer plano transcurre en 1986, pero que en un segundo y fundamental plano nos retrotrae a los años 1865-1891 mediante los diarios del bisabuelo Northridge. Diarios que narran el destino trágico de dos pueblos, reconciliados, tal vez, en la persona de Dalva. Memoria familiar elevada a la categoría de memoria histórica.

"Northridge fue un testigo del crepúsculo de los dioses, y al lado de eso los constructos wagnerianos son tonterías ridículas. Estuvo justo allí cuando todo quedó a oscuras, completamente a oscuras. Vivió entre gente que hablaba con Dios y que creía que «Dios» le respondía a través de la boquilla de la propia tierra. Por supuesto, no hay necesidad de romantizar a los sioux ni a ninguna otra tribu. Bajo el prisma de la historia, resulta aparente que las tribus quedaron todas destruidas porque eran «malas para los negocios». Como es natural, éramos y somos estadounidenses para nosotros mismos, pero para ellos fuimos perfectos «alemanes», y obviamente ellos se sintieron en gran parte igual que los polacos o los franceses más adelante, frente a la horda de conquistadores teutones. Los indios eran bastante decorativos en la guerra. Quizá se aplicase el principio, en cierto modo newtoniano, de que una nación en guerra tiende a permanecer en guerra, y después de nuestra persecución «civil» los indios cayeron víctimas de una operación de limpieza, el mismo tipo de cosas que luego intentamos hacer en Corea y en Vietnam, y que actualmente se están probando en América Central. Toda la maquinaria estaba allí, la habían dejado después de la Guerra de Secesión, así que, por qué no usarla? Verdaderamente, éste es el fatalismo de una especie primitiva".