domingo, 31 de marzo de 2019

Anboto

Llevaba mucho tiempo queriendo regresar al Anboto. Pueden haber pasado 20 años desde la última vez que lo subí. Por aquella época era una de las cimas que acostumbraba a subir cada año.
Así que, a pesar de esa hora robada al sueño, para las 8:30 ya estaba en el parking del Santuario de Urkiola. Había ya bastantes coches, y varias cuadrillas empezaban a caminar cuando yo llegaba. Ha sido el anuncio de lo que iba a ser el día: centenares de personas por todos los sitios.
Subiendo las rampas del Urkiolamendi (de toda la vida) iban quedando atrás Mugarra y Untzillatx, a la derecha destacaba el Gorbea, y por la izquierda iba mostrándose el cresterio del Alluitz.

 
 
 
 

Desde Urkiolamendi ya se veía todo el camino elegido para hoy: la crestería que va desde Larrano hasta el Anboto. Las campas de Pol Pol estaban todavía sumidas en la sombra que proyectaba la mole del Anboto.


En Larrano, foto a la ermita de Santa Barbara y ánimo para encarar las rampas que, primero por hierba y luego por roca, llevan hasta la cima del Kurutzeta. Por el camino, unas cabras de enormes cuernos me miran con desinterés, posando con el Gorbea al fondo.

 
 
 
 
 

Un grupo subía por delante: sus siluetas se recortan llegando a la cima del Kurutzeta.



Desde la cima del Kurutzeta se aprecia la hermosura de la crestería hasta el Anboto, oscuro a contraluz. Hacia atrás, el Alluitz.

 

Un pequeño descenso y otra vez a trepar por la cresta hasta el Elgoin, la última cima antes de llegar a Anboto. Ya empezaba a haber mucha gente bajando por la cresta. También subían algunos.

 
 

Desde Elgoin la cima está ya cerca. Se trata de continuar por la cresta, casi en horizontal, hasta conectar con el camino que sube desde Pol Pol.

 

Entre Elgoin y Anboto me habré cruzado con unas quince personas, y por el camino normal subían a montones. De verdad, desde la pista del Polo Pol ascendía un molesto murmullo perfectamente audible. Demasiada gente para mi gusto.
La cumbre estaba copada. Así que ha sido llegar y sin parar regresar por mis pasos. Sólo que, en lugar de por la crestería, he regresado a Larrano por un sendero a media altura del que nunca había oído hablar, que he encontrado gracias a unos hitos. Hay tramos muy bonitos. Por el camino, otro rebaño de cabras.

 
 
 


Desde Urkiolamendi, foto de toda la crestería. Y una panorámica desde el Mugarra hasta el Anboto.

 

domingo, 17 de marzo de 2019

Una comida en invierno

Hubert Mingarelli
Una comida en invierno
Traducción de Laura Salas Rodríguez
Siruela, 2019

"No nos había dicho cuántos iban a llegar. Sabía que a nosotros no nos daba igual ocho que ochenta, sabía que el número era importante. Porque si llegaban muchos, era de temer que empezásemos a declararnos enfermos esa misma noche".

El narrador de esta historia es un soldado alemán que, junto con su compañeros Bauer y Emmerich, forma parte de una compañía dedicada a poner en práctica la Solución Final en una zona remota de Polonia.
El narrador y sus compañeros prefieren "la caza a los fusilamientos", pues estos les resultan "deprimentes", de manera que consiguen que su comandante les conceda el permiso para adentrarse en un paisaje helado, mordidos por un frío inmisericorde:
"Nos detuvimos para fumar. A nuestro alrededor solo había campos inmensos. El viento hacía ondular la nieve, había lecantado ondas largas y regulares que el frío había petrificado hacía tiempo. Mirábamos a nuestro alrededor como si estuviésemos en medio de un mar completamente blanco".

Mientras avanzan, Emmerich comparte con sus compañeros sus preocupaciones respecto de su hijo. Preocupaciones banales, como que pueda empezar a fumar. Un Emmerich cuyo destino, como se nos anuncia ya desde las primeras páginas,va a ser trágico.


Mientras leía la novela he recordado la impresionante investigación del historiador Christopher R. Browning titulada Aquellos hombres grises (Traducción de Montse Batista, Edhasa 2002), en la que se analiza el caso del Batallón de Reserva Policial 101 y su participación en las matanzas de personas judías en Polonia:

"Como se les consideraba demasiado mayores para ser útiles en el Ejército alemán, en lugar de eso habían sido destinados a la Policía del Orden. Muchos eran reclutas novatos sin experiencia previa en el territorio ocupado por Alemania. [...] 
El batallón tenía órdenes de matar judíos, pero no así cada uno de los individuos. Aun así, del 80 al 90 por ciento de los policías siguieron matando a pesar de que casi todos, al menos en un principio, estaban horrorizados y asqueados por lo que estaban haciendo. Sencillamente, romper filar y dar un paso al frente o adoptar abiertamente una conducta inconformista era algo que superaba a la mayoría de los hombres. Les era más fácil limitarse a disparar. [...]
Aquellos que no disparaban se arriesgaban al aislamiento, al rechazo y al ostracismo, una perspectiva muy desagradable en el ámbito de una unidad hermanada y destinada en el extranjero, en medio de una población hostil, por lo que el individuo no tenía prácticamente ningún otro sitio donde encontrar apoyo y contacto social".

Los tres soldados protagonistas de esta historia podrían pertenecer al Batallón 101. Asqueados por participar en fusilamientos masivos de población civil inerme, carecen sin embargo de la fuerza moral para negarse. Tres "hombres grises" embarcados en una guerra genocida que los supera y anula, de cuyas consecuencias más inmediatas intentan escaquearse. Pero hasta esta acción mínima les causa remordimientos:
"El alba quedaba muy atrás. Nos decidimos a hacer aquello para lo que nos había dejado marchar nuestro comandante. Aunque solo fuese por agradecimiento. Sentíamos que estábamos en deuda por habernos escapado del fusilamiento. Así que había llegado la hora de devolver lo que se nos había ofrecido. Pero en el fondo no nos lo creíamos. No pensábamos que fuésemos a encontrar a ninguno. Lo único que nos empujaba a intentarlo era el agradecimiento que sentíamos hacia nuestro comandante".

Pero encuentran a uno. Y acabarán compartiendo con él y con un cazador polaco una magra cena, en una cabaña desvencijada, asediados por un frío helador, conformando un escenario de angustia y desasosiego. Y discutirán qué hacer. Y valorarán las consecuencias de actuar de una o de otra manera.Y acabarán haciendo lo único que les permitirá, al día siguiente, volver a librarse de participar en los fusilamientos.

miércoles, 13 de marzo de 2019

"Ni aquí ni allí": un drama nativo americano

Tommy Orange
Ni aquí ni allí
Traducción de Julia Osuna Aguilar
Alianza de Novelas, Madrid 2018.

"Empezamos a hacer powpows porque necesitábamos un sitio donde juntarnos. Algo intertribal, algo antiguo, algo para conseguir dinero, algo por lo que trabajar, para nuestra joyería, nuestras canciones, nuestros bailes, nuestra percusión. Seguimos haciendo powpows porque no hay tantos lugares donde podamos estar todos juntos, donde podamos vernos y escucharnos.
Todos fuimos al gran powpow de Oakland por distintas razones. Las hebras colgantes y enredadas de nuestras vidas se juntaron en una trenza, atada a la espalda de todo lo que habíamos estado haciendo para llevarnos hasta allí. Llevamos kilómetros viniendo. Y llevamos años, generaciones, vidas, viniendo envueltos en oraciones y trajes hechos a mano, unidos por abalorios y costuras, emplumados, trenzados, bendecidos y malditos".

Esta novela, la primera de su autor, entrelaza las vidas de Tony Loneman, Dene Oxendene, Opal Viola Victoria Bear Shield, Edwin Black, Bill Davis, Calvin Johnson, Jacquie Red Feather, Orvil Red Feather, Blue Vapor of Life, Thomas Frank, Loother y Lony... Mujeres y hombres de la comunidad nativa americana, con distintos porcentajes de sangre india, registrados en algunos casos, no en otros. Indios urbanos. Vidas complejas, vidas duras, vidas rotas, vidas trabajadas y trabajadoras. Vidas que acaban confluyendo en el gran powpow ("Reunión social intertribal de nativos americanos que comenzó a celebrarse a finales década de 1880. En la actualidad ... es una celebración de la identidad nativa a través de la danza, el canto, la percusión y otras actividades") de Oakland.
También las de Octavio Gomez y Daniel Gonzales, que han planeado robar el dinero para premios en las distintas categorías de danza.
Una historia coral, muy bien escrita, sobre una realidad que, a pesar de estar muy alejada de la nuestra, no nos resulta extraña.

domingo, 3 de marzo de 2019

Ganekogorta

Después de muchas semanas encerrado en casa los fines de semana, recupero las salidas montañeras. Empezando por lo más cercano y conocido, pero no por ello menos atractivo: el Ganekogorta.


 
 

Un ratito de charla con Rafa. Ya ha hecho cuadrilla y han cambiado las arpas por instrumentos de percusión.


Visita al Lapurzulogana. Desde aquí el Ganeko parece estar más lejos de lo que en realidad está.

Poco a poco, hasta la cumbre. Disfrutando, como siempre, aunque habitualmente subo por la vertiente de Zamaia. Igual por eso se me había olvidado la cantidad de gente que puede andar por aquí un domingo.
 
 

Muchísimo viento. Bajada rápida. Parada en el refugio, pincho de tortilla y cerveza, y para abajo.