Maneras de estar vivo. La crisis ecológica global y las políticas de lo salvaje
Traducción de Silvia Moreno Parrado
Errata naturae, 2021
"La manera humana de estar vivo, enigma entre los enigmas, solo adquiere sentido si está entramada con los otros miles de maneras de estar vivo que los animales, vegetales, bacterias y ecosistemas reivindican a nuestro alrededor".
Baptiste Morizot reflexiona sobre la crisis ecológica como una crisis de relación de las sociedades humanas con el conjunto de los seres vivos, a quienes reducimos a la categoría de recurso natural, bajo la que se vislumbra una "crisis de sensibilidad", es decir, "un empobrecimiento de las relaciones que podemos sentir, percibir, comprender y tejer con los seres vivos". La crisis ecológica es una crisis relacional. Para afrontarla propone reconocernos en minoría, un "cosmopolitismo multiespecie" frente al especismo antropocéntrico. Practicar la "diplomacia entre especies" que compartimos un mismo mundo (con interesantes propuestas para la cohabitación entre lobos y pastoreo ovino), una diplomacia de las interdependencias que aspira, modestamente, al ajuste más que a la justicia:
"Ajustar exige un trabajo, un desplazamiento, un coajuste permanente, una negociación; no se trata solo de descubrir lo justo y pasar a otra cosa, porque lo justo no existe, sino de hacer el esfuerzo, desde el principio pero también una y otra vez, para que la relación siga siendo justa, para que el concierto siga siendo justo, como en una orquesta. No es una cuestión de moral, sino de artesanía práctica, una sensibilidad, un gusto empático: quien ajusta es un artesano, como un sastre, atento a la singularidad, siempre listo para retocar".
Morizot filosofa desde la práctica, rastreando manadas de lobos entre la nieve en el macizo del Vercors, uniéndose a sus aullidos y relacionándose con el lobo como alien kin o pariente ajeno: "todos los seres vivos tenemos un cuerpo denso de tiempo, hecho de millones de años, entramado de familiares ajenos y bullente de ancestralidades disponibles". Esto del "parentesco ajeno" de Morizot me ha recordado a las reflexiones de Donna Haraway sobre los oddkins o "parentescos raros" como forma de "ampliar las estructuras de parentesco y negarse a pensar que esto es algo exclusivamente humano" [Donna Haraway y Marta Segarra, El mundo que necesitamos, Icaria, 2020]. Y si Roman Krznaric nos insta a ser "buenos antepasados" Morizot nos anima ser buenas descendientes, dando las gracias a nuestros "antepasados prehumanos [...] que con tanta dificultad nos han traído hasta aquí":
"Al pequeño mamífero placentario, similar a un ratón de campo, superviviente de la extinción del Cretácico-Terciario que engulló a los grandes saurios, por transmitirnos en relevo el milagro de la vida sexuada, de la viviparidad, de la plenitud afectiva de la paternidad. A la primera célula que, por endosimbiosis, incorporó una bacteria que se convirtió en mitocondria, un orgánulo que activa constantemente en nuestros cuerpos ese prodigio que es la síntesis de la energía. Al homínido cubierto de pelo, desnudo, que tuvo la genialidad de descubrir el fuego y con ello originó, tanto por filiación como por invención cultural, la forma de vida que somos ahora.
Y, por extensión, ¿acaso no debemos inventar unos rímales de agradecimiento para los polinizadores que cada año dan pie a la primavera vegetal y nos traen los alimentos; para la vida de los suelos cuya microfauna es el gran campesino acéfalo; para los bosques que fabrican ese caparazón respirable que es la atmósfera?".
Un libro chamánico, antítesis de cualquier dualismo (¡qué curioso que el posfacio lo firme un Damasio, pero no el de El error de Descartes, sino Alain Damasio, escritor de ciencia ficción), lleno de sugerencias. He aprendido y disfrutado mucho con su lectura.
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