domingo, 29 de mayo de 2022

Dos miradas ciudadanas a la ciudad (en realidad, cuatro)

Matthew Beaumont
El caminante: Encontrarse y perderse en la ciudad moderna
Traducción de Ana Pérez Galván
Alianza, 2021

"Por lo que a mí respecta, ningún paseo es baldío, a diferencia, por ejemplo, de un viaje en coche. En una ciudad -sobre todo una dominada por los automóviles, que son medios de transporte más individualistas que colectivos y más privados que públicos- caminar es lo que habitualmente me hace sentirme vivo. Me hace sentirme vitalmente conectado con los incesantes circuitos de energía de la ciudad y, a la vez, sutilmente desconectado de ellos. Es estimulante y narcótico".


Lo dejó dicho la más grande defensora de la ciudad de y para las personas, Jane Jacobs: "Las calles y sus aceras son los principales lugares públicos de una ciudad, sus órganos más vitales. ¿Qué es lo primero que nos viene a la mente al pensar en una ciudad? Sus calles. Cuando las calles de una ciudad ofrecen interés, la ciudad entera ofrece interés; cuando presentan un aspecto triste, toda la ciudad parece triste" (Muerte y vida de las grandes ciudades, Península, 1967; traducción de Ángel Abad. Afortunadamente reeditada por Capitán Swing, 2020; traducción de Ángel Abad y Ana Useros). [¡Cuánto me ha influido esta enorme mujer!].
 
Beaumont hace suya la proclama jacobsiana y firma un hermoso y vibrante libro en el que nos transforma en acompañantes del callejear urbano de escritores y artistas tan destacados como Edgar Allan Poe, Charles Dickens, Edward Bellamy, H.G. Wells, G.K. Chesterton, Ford Madox Ford, Georges Bataille y Ray Bradbury, con ocasionales "cameos" de Charles Baudelaire, André Breton, Giorgio de Chirico, Henri Miller, T.S Elliot, Walter Benjamin o James Joyce, entre otros, y apoyado en los saberes y decires de Barthes, Zizek, Harvey o Lefebvre. 

Profesor de Literatura Inglesa, Beaumont compone un canto a la errancia urbana -a la libertad de caminar la ciudad, de observarla, de absorberla-, fundamento físico-material de la ciudadanía moderna, en contraposición a la creciente tendencia a la exclusión y la privatización de los espacios públicos. En este sentido, me ha parecido especialmente intereante el capítulo 10 del libro ("Enajenarse"), el único en el que Beaumont no nos hace acompañar de ningún flâneur ilustre sino que nos confronta directamente con una ciudad clasista, segmentada:

En la sociedad de clases, todos los edificios, pero especialmente los corporativos o los financiados por el Estado, se encuentran efectivamente en estado de sitio, por muy inocentes u hospitalarios que pretendan ser, no solo en relación con el medio ambiente sino también con las personas. [...] Las fachadas de todos los edificios están implicadas en la cuestión irreductiblemente política de sortear los antagonismos sociales, es decir, tanto de reforzarlos como de neutralizarlos o intentar resolverlos. [...] Todo edificio debe poder admitir y rechazar al mismo tiempo a los que se acercan a él; atraer y repeler. Todo edificio debe poder asimilar a algunas peronas e intimidar y discriminar a otras. [...] Todos los edificios, tanto por su forma como por su función social, favorecen a un tipo de personas sobre otro.

Un libro muy sugerente, al que solo pondría un pero, y es la ausencia de flâneuses, de mujeres callejeando y apropiándose de la ciudad: solo encontramos a Virgina Woolf. Para compensar esta ausencia, vuelvo a recomendar el maravilloso libro de Anna Mª Iglesia La revolución de las flâneuses
(Wunderkammer, 2019).
 
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Eric Klinenberg
Palacios del pueblo: Políticas para una sociedad más igualitaria
Traducción de Paula Zumalacárregui
Capitán Swing, 2021

"La distancia social y la segregación -tanto en los espacios físicos como en las líneas de comunicación- engendran polarización, mientras que el contacto y la conversación nos recuerdan que todos somos humanos, sobre todo cuando el trato es recurrente y entraña pasiones e intereses compartidos. En las últimas décadas, hemos perdido las fábricas y las ciudades industriales donde antaño los distintos grupos étnicos formaban comunidades obreras. Hemos hecho que nuestros barrios estén más segregados por clase. [...] Estas condiciones facilitan la vinculación social en el seno de ciertos grupos, pero, como fomentan la polarización, dificultan tender puentes sociales. Y divididos pereceremos. No va a ser fácil restaurar el espíritu de propósito común y de humanidad compartida necesario para la vida ciudadana, pero, como no construyamos infraestructuras sociales de mayor calidad, la ardua tarea que nos aguarda será imposible. Está en juego el futuro de nuestra democracia".
 
 
Este libro, uno de los trabajos de sociología urbana más interesantes que he leído en los últimos años, conecta directamente en su crítica con las preocumaciones de Beaumont sobre la privatización de los espacios urbanos pero también, en su horizonte de futuro, con la defensa de Jane Jacobs de una ciudad viva, incluyente y democrática. 
 
Su  punto de partida es el concepto de infraestructura social, la idea de que la ciudad construida (las aceras, las plazas, los edificios públicos...) configura el tipo de relaciones sociales que surgen entre sus habitantes:

Cuando la infraestructura social es sólida, fomenta que amigos y vecinos traben relación, se apoyen y colaboren entre sí; cuando está deteriorada, inhibe la actividad social y obliga a que tanto las familias como las peronas que viven solas tengan que  buscarse la vida. La infraestructura social tiene una importancia tremenda, porque las interacciones locales cara a cara -en el colegio, en los parques infantiles y en la cafetería de la esquina- cimientan toda la vida pública. Las personas establecen vínculos en sitios que cuentan con infraestructuras sociales saludables no porque pretendan forjar una comunidad, sino porque es inevitable que las relaciones prosperen cuando las peronas tienen un trato prolongado y recurrente (sobre todo, mientras hacen actividades con las que disfrutan).

La vida social precisa de unas condiciones materiales (infraestructurales) adecuadas. Apostar por buenas infraestructuras sociales, públicas y de acceso universal (escuelas, parques, plazas, bibliotecas...), que inviten a detenerse y encontrarse, que no sean simples espacios sino que se conviertan en lugares, en hábitats de significado, es imprescindible si queremos detener y revertir la tendencia a la mercantilización de la vida urbana.

He escrito sobre estas cuestiones aquí y aquí.
 
uente: https://citas.in/frases/2025100-jane-jacobs-en-si-misma-una-acera-urbana-no-es-nada-es-una-a/

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