Los condenados de la metrópolis
Traducción de Raquel Bermúdez
Bellaterra, 2021
"Estas experiencias breves pero intensas me han hecho entender que antes de emprender el viaje no hay un cálculo 'utilitarista' del migrante que estudia en una mesa los datos económicos y sociales para escoger el mejor país al que ir; aquel que le ofrece las mejores oportunidades con los mismos riesgos. Más bien parece que nos encontramos ante auténticas fugas: lo primero que se piensa es en escapar del propio país, luego todo lo demás. Por lo tanto, el migrante busca una libertad negativa, busca 'liberarse de'. De modo que partir es la última alternativa en busca de algo desconocido, pero ciertamente mejor que su condición actual".
Estos días, en los que se multiplica la solidaridad con las personas refugiadas que salen de Ucrania huyendo de la guerra criminal de Putin, conviene recordarnos que la distinción entre personas refugiadas y personas migrantes es más una convención jurídico-administrativa que una diferencia real: unas huyen de la guerra o la persecución política, otras se fugan de la prisión de la pobreza y del campo de concentración de la ausencia de futuro. Sin retroceder ni un milímetro en nuestra solidaridad para con las personas ucranianas debemos reconocer que estamos lejos, muy lejos, de alcanzar los mínimos de solidaridad que precisan las personas migrantes que ya habitan en nuestras ciudades o que intentan cruzar nuestras fronteras.
Este libro nos permite acercarnos a las vidas de quienes ya están aquí, mujeres y hombres (fundamentalmente) que habitan la ciudad invisible, muchas veces ilegítima, la del robo o el tráfico de drogas, siempre precaria y casi siempre al servicio de quienes, gracias a su condición de ciudadanas y ciudadanos, habitan en la ciudad legítima. Las personas migrantes que aparecen en sus páginas no son las más fáciles de observar, reconocer y tratar:
"En Los condenados de la metrópolis hablo de hombres y mujeres que no han aceptado vivir acampados entre cadáveres de automóviles en la periferia o en cobertizos abandonados, que creen que no es justo trabajar ocho horas al día en un campo de tomates por 20 euros, arriesgándose igualmente a acabar en la cárcel por clandestinos; hombres y mujeres que no aceptan que se les encierre en un CIE, las galeras étnicas de nuestros tiempos, no por haber cometido un crimen, simplemente por haber nacido en otro país. Hombres y mujeres que después de afrontar un viaje largo y trágico, creen que es injusto no tener ningún tipo de derecho ni acogida humana, y por esta razón deciden rebelarse".
Su rebelión no es política, ni colectiva; no pretende impulsar ninguna revolución. Es una rebelión individual, adaptativa, táctica,un buscarse la vida en los rincones oscuros y los patios traseros de una sociedad que, a pesar de tantos siglos transcurridos, sigue funcionando con la misma lógica que enunciara Aristóteles en su Política: "Lo cierto es que no hay que elavar al rango de ciudadano a todas las personas que necesitan de la ciudad para existir" (Traducción de Patricia de Azcárate, Espasa-Calpe, 1978, 13ª ed.).
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