La inmigración puede disolver Europa. El paradigma democrático contiene una ficción fundamental, que yo llamo de inclusión ilimitada: cualquiera se puede presentar a mi puerta, sobre todo si está escapando de la represión, y encontrará hospitalidad. Es un principio sacrosanto, pero se puede aplicar solo a individuos. Aquí tenemos el caso de subcontinentes enteros que se transfieren a Europa. Ese choque es fatal desde el punto de vista económico, porque va a gravar nuestros presupuestos sociales, y cultural, porque la inmensa mayoría son islámicos. Y provienen de países con una cultura del trabajo débil o inexistente; la mayoría son varones que plantearán problemas de acompañamiento sentimental, por decirlo así, y tienen un ritmo de reproducción mucho más alto. Se han inventado mitos, como que, al sufrir Europa una crisis demográfica, los recién llegados van a compensarlo. Pero son islámicos y esa es una diferencia radical. Ante esto, la izquierda ha adoptado la filosofía de “que vengan todos”. Pero eso no es una filosofía, es la renuncia a tomar una decisión. Y ha hecho un regalo monumental a la derecha. De ahí que el futuro de países como Francia, Austria o los escandinavos esté definido por la mala gestión del tema de la inmigración. Y Europa se desplazará hacia la derecha.
Este es un argumento central de su último libro, El hada democrática (Taurus, 2016). Considera Simone que la democracia en Europa afronta un grave riesgo de descomposición causado por los excesos derivados de la "aspiración a la democracia directa" y por el error de que "durante decenios se ha dejado entrar en toda Europa occidental a importantes flujos de inmigración, tanto legal como clandestina, sin ningún filtro ni medida de control eficaz".
El razonamiento no es nuevo, y ha sido planteado hace unos años bajo la fórmula del dilema progresista, entendido como la contradicción intrínseca entre apertura a la diversidad y mantenimiento de la cohesión social. Lo he abordado en el trabajo Confianza ciudadana y capital social en sociedades multiculturales (Ikuspegi, 2010; aquí en euskera).
Simone considera que la "actitud de hospitalidad a cualquier coste [...] producto de la propensión solidaria de las izquierdas y del humanitarismo cristiano católico", ha generado una suerte de "extremismo humanitario" que ha permitido que en algunos países europeos "hasta los inmigrantes técnicamente clandestinos han podido disfrutar gratuitamente de servicios y derechos que los residentes financian con sus impuestos, como los de enviar a sus hijos a la escuela y tener asistencia sanitaria".
Y aquí es donde Simone se transmuta en ese Giovanni Sartori que, en su último libro titulado La carrera hacia ningún lugar (Taurus, 2016), propone cosas como una "ciudadanía revocable": junto al ius sanguinis y al ius soli propone (aunque más bien parece que no sería tanto una tercera vía para acceder a la ciudadanía, sino el criterio fundamental para Sartori) "la concesión de la residencia permanente, transferible a los hijos pero siempre revocable, a cualquiera que entre en un país legalmente con los papeles en regla y un puesto de trabajo, no digo asegurado, pero sí prometido o creíble. En espera de descubrir cuántos seremos, si los podremos absorber o no, esta fórmula concede tiempo y no hace daño". De acuerdo en que esta formula nos concede tiempo (otra cosa es lo que ocurre con el tiempo "prestado" a las personas inmigrantes), pero ¿de verdad no hace daño? Una ciudadanía forzosamente temporal y precaria, hasta nuevo aviso, ¿permite de verdad construir una sociedad cohesionada? Pero Simone tan sólo es capaz de ver los problemas que para las sociedades receptoras supone la inmigración:
La masa de inmigrantes -considera una parte de los ciudadanos- no está compuesta sólo por gente que huye de guerras y persecuciones y por trabajadores (indispensables para un continente que envejece), sino también por marginados, ociosos, integristas religiosos, delincuentes y componentes de bandas criminales... [que] aprenden rápidamente a reivindicar derechos a la europea. [...] Crean, además, discriminaciones positivas que no pueden sino indisponer a los nativos: piénsese que la acogida de los inmigrantes recién llegados le cuesta a cada gobierno europeo centenares de millones de euros al año.
Simone recordaba en El monstruo amable que estar en la izquierda exige un arduo y sostenido esfuerzo para sostener un improbable artificio dirigido a modular impulsos, deseos y aspiraciones ("no tenemos sueños baratos") sobre los que se apoya con plena comodidad la derecha. Frente a la "naturalidad de la derecha", con sus postulados de superioridad (yo lo soy todo, tú no eres nadie), de propiedad (lo mío es mío y punto), de libertad (hago lo que me da la gana), de no injerencia (no te metas en mis asuntos) y de superioridad de lo privado sobre lo público, tan similares a las "convicciones que exhibe el niño en sus primeras relaciones con los demás", la "artificialidad de la izquierda", fundada sobre "elaboraciones donde la naturaleza se corrige, se remodela, se refrena, y en parte se niega". Esta aproximación de Simone fue lo que más me interesó de su primer libro: la idea de que "las posiciones de izquierdas son abstractas, laboriosas e inestables", ya que "para estar en la izquierda hace falta haber metido en cintura los impulsos descritos en los postulados de la derecha, con un grado variable de esfuerzo sobre uno mismo, es decir, de renuncia, incluso a costa de negar o limitar sus propios intereses". De ahí "el aspecto al mismo tiempo admirable y demencial de la izquierda (y es lo que la aproxima en ciertos aspectos a algunas formas de devoción religiosa): ¿renunciar cuando uno puede tener? ¿Privarse cuando uno puede acumular? ¿Igualarse cundo uno puede prevalecer?".
El razonamiento no es nuevo, y ha sido planteado hace unos años bajo la fórmula del dilema progresista, entendido como la contradicción intrínseca entre apertura a la diversidad y mantenimiento de la cohesión social. Lo he abordado en el trabajo Confianza ciudadana y capital social en sociedades multiculturales (Ikuspegi, 2010; aquí en euskera).
Simone considera que la "actitud de hospitalidad a cualquier coste [...] producto de la propensión solidaria de las izquierdas y del humanitarismo cristiano católico", ha generado una suerte de "extremismo humanitario" que ha permitido que en algunos países europeos "hasta los inmigrantes técnicamente clandestinos han podido disfrutar gratuitamente de servicios y derechos que los residentes financian con sus impuestos, como los de enviar a sus hijos a la escuela y tener asistencia sanitaria".
Y aquí es donde Simone se transmuta en ese Giovanni Sartori que, en su último libro titulado La carrera hacia ningún lugar (Taurus, 2016), propone cosas como una "ciudadanía revocable": junto al ius sanguinis y al ius soli propone (aunque más bien parece que no sería tanto una tercera vía para acceder a la ciudadanía, sino el criterio fundamental para Sartori) "la concesión de la residencia permanente, transferible a los hijos pero siempre revocable, a cualquiera que entre en un país legalmente con los papeles en regla y un puesto de trabajo, no digo asegurado, pero sí prometido o creíble. En espera de descubrir cuántos seremos, si los podremos absorber o no, esta fórmula concede tiempo y no hace daño". De acuerdo en que esta formula nos concede tiempo (otra cosa es lo que ocurre con el tiempo "prestado" a las personas inmigrantes), pero ¿de verdad no hace daño? Una ciudadanía forzosamente temporal y precaria, hasta nuevo aviso, ¿permite de verdad construir una sociedad cohesionada? Pero Simone tan sólo es capaz de ver los problemas que para las sociedades receptoras supone la inmigración:
La masa de inmigrantes -considera una parte de los ciudadanos- no está compuesta sólo por gente que huye de guerras y persecuciones y por trabajadores (indispensables para un continente que envejece), sino también por marginados, ociosos, integristas religiosos, delincuentes y componentes de bandas criminales... [que] aprenden rápidamente a reivindicar derechos a la europea. [...] Crean, además, discriminaciones positivas que no pueden sino indisponer a los nativos: piénsese que la acogida de los inmigrantes recién llegados le cuesta a cada gobierno europeo centenares de millones de euros al año.
Simone recordaba en El monstruo amable que estar en la izquierda exige un arduo y sostenido esfuerzo para sostener un improbable artificio dirigido a modular impulsos, deseos y aspiraciones ("no tenemos sueños baratos") sobre los que se apoya con plena comodidad la derecha. Frente a la "naturalidad de la derecha", con sus postulados de superioridad (yo lo soy todo, tú no eres nadie), de propiedad (lo mío es mío y punto), de libertad (hago lo que me da la gana), de no injerencia (no te metas en mis asuntos) y de superioridad de lo privado sobre lo público, tan similares a las "convicciones que exhibe el niño en sus primeras relaciones con los demás", la "artificialidad de la izquierda", fundada sobre "elaboraciones donde la naturaleza se corrige, se remodela, se refrena, y en parte se niega". Esta aproximación de Simone fue lo que más me interesó de su primer libro: la idea de que "las posiciones de izquierdas son abstractas, laboriosas e inestables", ya que "para estar en la izquierda hace falta haber metido en cintura los impulsos descritos en los postulados de la derecha, con un grado variable de esfuerzo sobre uno mismo, es decir, de renuncia, incluso a costa de negar o limitar sus propios intereses". De ahí "el aspecto al mismo tiempo admirable y demencial de la izquierda (y es lo que la aproxima en ciertos aspectos a algunas formas de devoción religiosa): ¿renunciar cuando uno puede tener? ¿Privarse cuando uno puede acumular? ¿Igualarse cundo uno puede prevalecer?".
[II] Hace dos noches terminé la novela de Emiliano Monge Las tierras arrasadas (Penguin Random House, 2016), cuya lectura he tenido que suspender en varias ocasiones simplemente para reponerme de la terrible realidad que presenta. El trasfondo de la novela son las penurias que afrontan las personas que intentan entrar en México desde Centro y Sur América, muchas veces con la intención de continuar hacia Estados Unidos: engañadas por quienes supuestamente han de guiarlas a través de la frontera, vendidas como mera carne o fuerza de trabajo a explotadores sin escrúpulos, asesinadas, desmembradas, violadas, desaparecidas, olvidadas... Sus voces reales, intercaladas entre la ficción magistralmente construida por Monge, suenan familiares:
- Quiero ir nomás para volver después con mis promesas... le prometí a mi hija una laptop... a mi hijo una chamarra de los Cubs... le prometí a mi esposa traer dinero... por eso voy a ese lado... para volverme con todas mis promesas.
- Nomás llegue van a estarme allí esperando... mis dos hijos y mi esposo... llevan ellos ahí casi cuatro años... no los he visto en este tiempo... por eso van a tenerme allí una fiesta.
- Para parirlo allá y que no tenga él que hacerlo luego... quiero que nazca allá para que no tenga que hacer todo este viaje... por eso voy... para sacarme este embarazo.
Estas son, sobre todo, las personas que migran. Ni parásitos ni terroristas; mujeres y hombres que sueñan con atravesar "el muro que divide en dos las tierras arrasadas", y que al intentarlo se encuentran con la pesadilla más atroz e inimaginable.
- Es la tercera vez que vengo... la segunda fue peor que ésta... nos secuestraron, nos subieron a un vehículo y nos llevaron a una casa... nos pidieron los teléfonos y hablaron a pedir nuestro rescate... a las viejas nos partieron por las piernas... a los hombres les rompieron con su pala las espaldas... para que no pudieran irse... para no tener ni que cuidarlos... ahí en el suelo los dejaban... nada más para usarlos cuando hablaban.
- Se subieron otra vez... pensé van a empezar todo de nuevo... ni supliqué que no empezaran... para qué... ahora o después pero estarán de nuevo encima... pensé... no tenía fuerzas ni para estar viva... para qué también pensé... habían dejado sus heridas... las de adentro... que duelen para siempre... ¿no?
- Le pedí a Dios que ayudara... que no dejara que eso nos hicieran... yo rezaba y ellos se reían... luego me sacaron afuera y me tiraron en el lodo... me dijeron síguele rezando a ver qué pasa... y me quedé ahí tirada... en medio de la oscuridad y el olor a podrido... ahora sueño con el olor ese a podrido... y ya no rezo.
Escribe Amos Oz en Contra el fanatismo (Siruela, 2003) que la característica más definitoria de mentalidad fanática es la carencia de imaginación. Añado yo que esta carencia de imaginación es la que permite hacer afirmaciones o proponer actuaciones cuyas consecuencias reales, en el caso de realizarse, jamás son tomadas ne consideración. Algo de esto ocurre con las posiciones que ante la inmigración defienden autores como Sartori o Simone. ¿Son conscientes de las consecuencias que se derivan de su posición ante la inmigración? Exclusiones de la asistencia sanitaria y de las oportunidades educativas, redadas identificatorias, deportaciones masivas... A las personas que mantienen estas opiniones habría que responder como, según cuenta Oz, hizo un amigo suyo a un taxista que se empeñaba en que había que expulsar, cuando no eliminar, a todos los árabes: ¿Y quién cree usted que debería hacerlo?
Consecuencias como el recurso a medios cada vez más peligrosos para poder realizar su viaje migratorio, con los riesgos terribles que ello supone; riesgos entre los que el de perder la vida en el intento no siempre es es más extremo, especialmente en el caso de las mujeres migrantes.
Leer el libro de Monge es dejarse golpear por "la historia del último holocausto de la especie". Tal vez, también, la única manera de no sucumbir ante los postulados "naturales" de un discurso anti-inmigración que ni siquiera la izquierda en la que se ubica Simone parece capaz de combatir.
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