¿Estoy describiendo la guerra de Irak? ¿El mercado de hipotecas de riesgo? ¿Los escándalos financieros de Enron a principios de la década de 2000? ¿El derrame de crudo de British Petroleum? ¿El desastre de la mina Upper Big Branch? ¿La crisis financiera desatada por Lehman Brothers y AIG en 2008? La respuesta correcta es: todas las anteriores.
Cuando se observan los elementos determinates para la creación de cada uno de estos desastres de la década pasada, resulta sorprendente cuánto tienen en común. Y no sólo por la forma como empezaron sino también por la forma como terminaon: con los responsables sorprendidos por lo que había sucedido porque... ¿quién podría haber sabido?".
[Arianna Huffington, Traición al sueño americano, Taurus, Madrid 2012, p. 180]
No he dejado de recordar este fragmento mientras esta semana tenía noticia de las comparecencias ante la Comisión de Economía del Congreso de los Diputados, en relación con el caso Bankia, de quien fuera su presidente hasta su reciente dimisión, Rodrigo Rato, de los expresidentes de Caixanova y Caixa Galicia Fernández Gayoso y Narcis Serra, de la exvicepresidenta y ministra de Economía Elena Salgado y de su número 2, el exsecretario de Estado de Economía José Manuel Campa, y del exgobernador del Banco de España Miguel Ángel Fernández Ordoñez. Un formato de comparecencia encorsetado ha reducido su presencia a un mero formalismo, dejando sin respuesta todas y cada una de esas 150.000 milones de razones que justificaban y exigían la presencia ante el Congreso de todas esas personas.
Ni una sola respuesta, ni una sola explicación, ni una sola autocrítica que realmente lo sea, pero toneladas de arrogancia, oscurantismo e irresponsabilidad.
Rato defendió sin reservas su gestión en todo momento, e incluso llegó a decir que “en conciencia creía que había hecho bien las cosas”. A pesar de haber aprobado un beneficio de 306 millones que dos meses después, sustituido ya por Goirigolzarri, se transformó en unas pérdidas de 3.030 millones. Todo se explica, según él, por un rápido deterioro económco que ningún organismo internacional supo prever. Así que, ¿a él qué le cuentan?
El mismo ejercicio de cinismo y de frialdad presidió la intervención de Salgado, convencida de que tomó las decisiones "que correspondía tomar en cada momento", ya que se limitó a decidir en función de los datos disponibles. Datos que no debían ser muchos ni muy buenos si, como declaró con desparpajo, de las fusiones de cajas se enteraban por el Banco de España.
Y hablando del ruin de Roma... El exgobernador del Banco de España se mostró convencido de que la supervisión del Banco de España había cumplido bien su tarea; debe ser el único que lo cree así, pero cuando uno se acostumbra a que lo llamen por su acrónimo no puede no ir por la vida con el ego en permanente erección. Cuando algún diputado le acusó de estar fuera de la realidad, MAFO respondió: “La autocrítica está muy bien vista en España. A mí me parece algo propio de la Inquisición o de los partidos de izquierda, que dicen eso de compañero, te hago la autocrítica, y luego te quitan del puesto. Creo que otros deben juzgar mi labor, pero desde el punto de vista profesional”. ¿Pedir perdón por matar un elefante en Bostwana? Que me juzguen los cazadores profesionales y no el puto pueblo.
Casi más irritante aún resulta la comparecencia de Julio Fernández Gayoso, expresidente de Caixanova, entidad que ha recibido más de 3.700 millones de euros en ayudas: "Yo no tomaba las decisiones. En mi casa mandaba el Consejo de Administración. Yo hacía propuestas". Esto es lo que ha declarado sin inmutarse en sede parlamentaria un tipo que después de contribuir al desastre del sector financiero español se está embolsando 50.000 euros al mes por jubilación.
Según los periodistas el único atisbo de autocrítica fue expresado por Narcis Serra: "A todos nos costó entender que venía un gran tsunami económico. No queríamos ver la realidad y por eso se tardó tanto en reaccionar. No pensamos que era una crisis sistémica, sino que solo afectaría a unas entidades". El País llama a esto tener "una actitud humilde" y Abc la califica de actitud "elegante". En fin: qué barato está el kilo de disculpa y qué caro el gramo de perspectiva crítica. la clave está en ese "no queríamos ver la realidad": no se trataba de un déficit de información o de previsión, sino en un exceso de complacencia con una situación que beneficiaba a una élite de la que altos exdirigentes socialistas forman parte.
Sustitúyanse los ejemplos concretos propuestos por Huffington por otros adecuados a estos lares, aunque el de la guerra de Irak también nos sirve aquí: aeropuertos sin aviones, el derrame del Prestige, tramos de AVE sin demanda, megaproyectos urbanísticos, crisis de Bankia... Los ejemplos varían de país en país, pero la fórmula de todos y cada uno de esos desastres es la misma que describe Huffington: desmesura, arrogancia, opacidad, ausencia de control, irresponsabilidad organizada... y algo más. Ese algo más lo explicaba Felipe González (me interesan sus palabras, no sus hechos) en una larga entrevista:
R. Conviene recordar que todo esto pasa en un contexto en el que ya hemos olvidado, a pesar de la irritación de los ciudadanos, que el origen de esta crisis está en la implosión del sistema financiero global desregulado. Hay que decirlo ahora una vez más… Se ha hecho una operación de rescate de ese sistema financiero desregulado y, una vez que se ha hecho, a costa del contribuyente, no solo para pagar el rescate propiamente dicho sino también para pagar las consecuencias de la recesión profunda que provocó esa crisis financiera, una vez que se ha hecho todo eso no se ha tocado el origen de la crisis. Se siguen haciendo las mismas prácticas que llevaron a la crisis y, de pronto, te encuentras con que J. P. Morgan ha perdido otros miles de millones de dólares.
P. ¿Por qué sucede eso?
R. Le doy una opinión personal: porque el desplazamiento del poder real que se ha producido en los últimos 25 años de los representantes de la democracia representativa a los centros de decisión financieros del mundo no se ha revertido. Un ejemplo: cuando Obama comprende qué sucede, como toda persona inteligente, y propone la reforma del funcionamiento del sistema financiero al Congreso de EE UU, pasa por Wall Street y hace un discurso impecable sobre cómo evitar los errores que se venían produciendo en Wall Street, en los grandes centros de producción de errores. El discurso es impecable, de forma y de fondo, sobre lo que hay que hacer. Tiene un solo fallo, el final, y eso es lo que te produce melancolía. Porque el presidente de EE UU, que todavía es, al menos en teoría, el hombre más poderoso del mundo, va a Wall Street, explica la reforma que está presentando en el Congreso y les pide a los actores de Wall Street que le ayuden a sacarla adelante. Es dramático. La reforma no va a pasar en el Congreso salvo que los actores de Wall Street convenzan a los congresistas (que dependen en parte de ellos) de la bondad de la reforma.
Es el problema de la cama caliente en la que se ha convertido el poder en la fase actual de las democracias, donde política y economía comparten lecho y unos pocos pero relevantes actores pasan de un ámbito a otro sin solución de continuidad. Son esos que Janine R. Wedel denomina los flexians, individuos que entran y salen de gobiernos, grandes empresas o centros de investigación traficando en cada uno de esos ámbitos con la información o la agenda que han podido acumular en los otros, leales sólo a sí mismos.
Recordemos de dónde viene Guindos o a dónde han ido Aznar, Solbes, Salgado o el propio González.
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