sábado, 10 de septiembre de 2011

El día en que Yoyes se encontró con Roque

... llegaste temprano

demasiado temprano

a una muerte que no era la tuya

y que a esta altura no sabrá qué hacer

con tanta vida.

[Mario Benedetti: "A Roque"]

Hay quienes lo llaman "cielo". Otras personas lo llaman "memoria" o "historia". El nombre es lo de menos, hablando como hablamos de un no-lugar, de una situación más allá del espacio y del tiempo, más acá del pasado y el olvido. Debe ser muy amplio, eso sí. Inmenso, sobre todo comparado con nuestros países, tan chiquitos. Pero acá, como allá, hay algunas constantes que funcionan. Donde tantas leyes físicas y humanas carecen de influencia, hay cosas que también acá siguen actuando. La atracción, por ejemplo, la sensación profunda de proximidad. ¿No se habla de "almas gemelas"? Por eso, no debe extrañarte que entre tanta gente y sin conocernos de nada nos hayamos encontrado. Yo no sé nada de ti -deje El Salvador años antes de que tu nombre fuera conocido- y lo más seguro es que tú no sepas nada de mi. Nunca he sido muy conocido por tu tierra. Pero teníamos que encontrarnos, y ha ocurrido.
Habían pasado 10 años desde que llegué aquí -apenas un instante- cuando me encontré en la situación en la que tú estás ahora. Rosa Luxemburg -¿la conoces? ya veo que sí- se vio conmigo como to me veo hoy contigo. Ahora que lo pienso, debió ser en mayo de 1985. ¿Tu estabas entonces en ciudad de México a punto de viajar a París? Déjame ver lo que escribiste entonces: "Es una situación extraña la que estoy viviendo, no tengo nada, no tengo ni cama, ni mesa, ni trabajo para estudiar, lo estoy dejando todo para partir, y la sensación que experimento ante ello no es terrorífica, no, es la de levantar las alas y volar, con la esperanza de poder hacer nido en otro lado". Conozco bien esa sensación. De México viajaste a París y de Paris a San Sebastián. Y de la esperanza pasaste, en pocos meses, a la pesadilla.
¿Llegaste a escribir una nota que finalmente no hiciste pública en la que denunciabas a ETA como responsable de tu posible muerte? La mayoría de las víctimas dejan este mundo sin saber quién fue su asesino. A mí me ocurrió. Todavía hoy, en 1986, se publican libros sobre El Salvador en los que mis poemas son profusaente utilizados para compensar la pobreza expresiva de sus autores, mi muerte sigue presentándose como un misterio y mi presunto asesino como un héroe revolucionario.
Escribió Albert Camus que el revolucionario es al mismo tiempo rebelde o ya no es revolucionario, sino policía y funcionario que se vuelve contra la rebelión. Las revoluciones armadas sempre las acaban dominando los policías. Fíjate en lo que les pasó a la misma Rosa y a Karl Liebknecht. Parce trágico, pero es así: no hay policía de un poder constituido contra el pueblo que sea capaz de parar por mucho tiempo el cambio, pero hay tantos policías en las revoluciones que casi siempre acaban por agostar las posibilidades emancipadoras, reduciéndolas a eslogan, a caricatura de sí mismas. Y conste que no me arrepiento de lo que yo mismo escribí aconsejando a los machetes de los pobres no quedarse metidos en sus vainas, que los explotadores han convertido El Salvador en sinónimo de matanza. Tu misma escribiste en tu diario en septiembre de 1980: "Han matado a seis de los principales dirigentes salvadoreños, la tienen difícil en El Salvador, la situación alí está adquiriendo dimensiones más que increíbles, los niños, los viejos, todos son posibles víctimas, no se salva nadie".
Lo escrito escrito está, aunque puestos a escribir me gusta más lo que tu escribías sobre el deseo de utilizar tu capacidad de hacer vida físicamente. El historiador Arnold J. Toynbee se preguntaba en una ocasión cuál es la razón para que ninguna sociedad pueda ser salvada por la espada ni siquiera cuando quien la maneja se halla sinceramente ansioso de volver el arma a su vaina lo antes posible y mantenerla en ella por el más largo periodo que sea factible. Él pensaba que la espada que una vez bebió sangre no puede dejar de beber sangre de nuevo. No lo sé. Una antropóloga norteamericana ha escrito un libro fascinante titulado El cáliz y la espada, en el que argumenta que en agún momento de la evolución cultural de la civilización occidental nuestras sociedades abandonaron la adoración a las fuerzas del universo generadoras y mantenedoras de vida, simbolizadas en nuestro tiempo por el cáliz, para venerar el poder mortífero de la espada, el poder de quitar la vida antes que darla, que es el poder esencial para establecer e imponer la dominación. ¿Sabrán algún día los movimientos revolucionarios organizarse en torno al símbolo del cáliz y no el de la espada?
Ocho años después de mi muerte fue asesinada en Nicaragua otra compañera, Ana María, en unas circunstancias parecidas a las mías. Tu fuiste asesinada en 1986, diez años después de la desaparición de Pertur. Hay un matemático, J.A. Paulus, que ha escrito páginas muy curiosas sobre las coincidencias en la historia. Cuenta, por ejemplo, que Lincoln fue elegido presidente en 1860 y Kennedy en 1960. El nombre de ambos consta de siete letras. Lincoln tuvo un secretario llamado Kennedy y Kennedy tuvo otro llamado Lincoln. El asesino de Lincoln le disparó en un teatro y se refugió en un almacén; el supuesto asesino de Kennedy disparó desde un almacén y se refugió en un cine ("theater" en inglés). Y hay más coincidencias todavía. Pero son eso, coincidencias, fruto de la casualidad, no de la causalidad. Sin embargo, bien parece que la espada sigue exigiendo su tributo de sangre, creyendo locamente que la sangre derramada sólo será redimida por más sangre. ¿Hemos llegado hasta aquí -hemos matado niños y compañeras de militancia- para detenernos ahora? El dolr provocado se vuelve inútil si no seguimos avanzando, dice la Espada, y no avanzaremos sin causar dolor. Y así el dolor causado exige el dolor por venir, que se justifica con el dolor causado.
Ahora estamos en 1996. Han pasado 10 años desde tu muerte y en tu mismo pueblo, en Ordizia, la Espada ha vuelto a salir de su vaina. La tierra en la que naciste continua siendo, como escribías el 5 de septiembre de 1986, un volcán en erupción que se revuelve y que hierve sin lograr asentarse. "No puede ser -escribiste entonces- quiero pensar que todo esto me llevará a un puerto tranquilo, más maduro, siempre que no me de prisa, que no corra mucho, porque en mi juventud quizás corrí demasiado". Yo también quiero pensar contigo que todo esto nos llevará a todos y a todas a un puerto más tranquilo, más maduro, más humano. Por cierto: me llamo Roque Dalton.

Cuenta Eduardo Galeano que Roque Dalton se salvó dos veces de morir fusilado ("una vez se salvó porque cayó el gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno terremoto"); también se salvó tras las torturas o los enfrentamientos con la policía. No se salvó, sin embargo,de sus propios compañeros de guerrilla: "Son sus propios compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo". Miembro de la Resistencia Nacional salvadoreña (FARN) antes de su escisión, Roque Dalton fue asesinado en 1975 por una facción de los dirigentes falsamente acusado de ser agente de la Unión Soviética y/o de la CIA, según las versiones.


Escribí este texto en 1996 para su publicación en el libro Yoyes 1986-1996, editado por iniciativa de un grupo de famliares y amigos (Yoyesen Lagunak) de María Dolores González Katarain, asesinada por ETA el 10 de septiembre de 1986.
Ni sé la de veces que habré releído el libro Yoyes desde su ventana. Ni sé la de veces que habré utilizado textos de ese libro para alguna reflexión o algún artículo. Ni la de veces que habré revivido aquella tarde-noche del 18 de octubre de 1986 en Ordizia, ante las imponentes columnas de su mercado...

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