[I] No me repetiré; en otros comentarios ya he reflexionado sobre las contradicciones que entraña la política institucional, sus costes personales y las estrategias que cada cual debe buscarse para intentar sobrellevarlas.
Estas contradicciones son especialmente agudas y complejas cuando se tienen responsabilidades de gobierno. Y en una democracia de consumidores, en una democracia automática (excelente el artículo de Ruiz Soroa), es sencillísimo para el ciudadano-cliente someter a juicio sumarísimo cada una de las decisiones gubernamentales; al fin y al cabo le sale gratis, da mucho gusto y para eso estamos en una democracia. Por mi parte, nada que objetar: cada cual verá lo que hace y al político le va en el sueldo.
En lo que a mí respecta, no desde hace dos años sino desde bastante más tiempo atrás, siempre he sentido una especial aversión hacia quienes viven en otro mundo pero comen y cobran de este. En la práctica eso significa que siempre he querido armonizar, en lo posible, la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Confío en haber tenido algún acierto; fracasos he tenido unos cuantos.
Con todo lo anterior no quiero afirmar otra cosa que mi respeto por quienes asumen la tarea de gestionar lo público. A pesar de todas las frustraciones que uno pueda experimentar en sus contactos con esta realidad, no quisiera jamás contribuir a alimentar una de las más preocupantes consecuencias provocadas por treinta años de irresponsable discurso neoliberal: el descrédito de todo lo que se acompañe del adjetivo público. Nadie mejor que un liberal como Ralf Dahrendorf para denunciarlo:
"El efecto más grave de los valores ligados a la flexibilidad, la eficiencia, la productividad, la competitividad y la rentabilidad es posiblemente la destrucción de los servicios públicos. Es necesario precisar la expresión: estamos hablando de la destrucción del espacio público y a la vez de los valores correspondientes del servir" [El recomienzo de la historia, Katz, 2006, p. 114].
[II] Dicho esto considero que es urgente para la izquierda que llega a gobernar, es decir, para el PSOE, reflexionar sobre un hecho preocupante que ocurre siempre que llega al poder: la subsunción por el Gobierno, su actividad y su lógica propia, de prácticamente todas las estructuras y las energías del campo político socialista: el partido, los grupos parlamentarios, las agrupaciones locales, las iniciativas ciudadanas asociadas al proyecto socialista, todo se somete a las necesidades del Gobierno y se ve forzado a actuar desde una lógica gubernamental que, en realidad, no es la suya, o no lo es como característica esencial, o no lo es exclusivamente. El partido no es el Gobierno, como no lo son los grupos parlamentarios, ni los movimientos sociales; su lógica de acción es, además otra: el trabajo político en la calle y la construcción de hegemonías, en unos casos, la acción legslativa en otros. Lo cual no implica que no sean soportes del Gobierno. Pero no pueden ser solo soportes del Gobierno.
Todas esas instituciones no gubernamentales, en el sentido más descriptivo del término, que no son el Gobierno, deben tener la capacidad y la iniciativa para actuar en función de otras lógicas que no sean la de la gobernación.
El sindicato UGT ha vivido esta situación en los últimos meses, y la ha resuelto con tanta lealtad a un proyecto de gobierno del país con el que se identifica en términos ideológicos como a su propio proyecto sindical. Y lo mismo cabe decir de tantos intelectuales o articulistas de izquierda.
[III] Un ejemplo: la brutal represión contra la población saharaui en El Aaiún. El diario PUBLICO resume así la posición del Gobierno de España:
Zapatero ha mostrado su "profunda preocupación" por lo sucedido al tiempo que ha defendido la relación de España con Marruecos como un tema de Estado. En este sentido, el presidente del Ejecutivo ha defendido la postura de su Gobierno como la "responsable" y ha pedido tiempo para tener una información "completa" de lo sucedido, dado que algunas noticias recibidas son "contradictorias". "Defender los intereses de España es lo que el Gobierno tiene que poner por delante", ha insistido Zapatero, que ha calificado la relación con Marruecos como "prioritaria". Según el presidente del Gobierno, la "única solución" pasa por el acuerdo entre el Frente Polisario y Marruecos.
Comprendo que a tantas personas les resulte profundamente insatisfactoria. A mí también: ética de la convicción. Creo que tengo información suficiente como para gritar mi rabia por una actuación brutal contra una población inerme.
Y sin embargo, puedo comprender que sea ese el papel que le corresponde a un Gobierno: ética de la responsabilidad. No distinguir entre ambos niveles sólo sirve para alimentar frustraciones personales y desafecciones colectivas.
Afortunadamente, otras instancias institucionales tienen más libertad para expresar su juicio sobre lo que está ocurriendo en El Aaiún y afortunadamente lo ha hecho. Es el caso del Parlamento Vasco, con una declaración plenaria realizada en los primeros momentos de la represión cuyo primer punto dice así:
"[El pleno del Parlamento Vasco] Muestra su más profunda preocupación por el incidente ocurrido en las cercanías de El Aaiún, en el que un joven saharaui fue muerto a tiros por las fuerzas de seguridad marroquíes y otros cinco jóvenes fueron heridos de bala, y expresa su condena de la respuesta desproporcionada ante una protesta pacífica. Muestra también su solidaridad con la familia del joven y hace votos por la recuperación rápida de losheridos, al tiempo que pide la apertura de una investigación independiente sobre lo sucedido y la depuración de responsabilidades, en su caso".
[IV] El escritor Manuel Vicent publicó en la revista Triunfo (núm. 895, 22 de marzo de 1980) un artículo que fue muy celebrado entonces y aún es recordado ahora por quienes, como decía más arriba, desde el campo de la izquierda no compartíamos los planteamientos de los radicales de la convicción. Se titulaba No pongas tus sucias manos sobre Mozart, y en el mismo se contaba lo siguiente:
“Esta es la pequeña historia de una rebelión, el famoso caso de un tipo de izquierdas que el viernes, día 14 de marzo de 1980 se deshizo del propio terror psicológico de que sus amigos le llamaran reaccionario y le arreó un seco bofetón a su querida hija de quince años, la echó de casa y se liberó de una vez del trauma de la paternidad responsable. El episodio fue el final de un complicado proceso neurótico y se desencadenó por un disco de Mozart, por una bobada, como siempre sucede.
La chica estaba en la leonera de su alcoba con unos amigos melenudos y una música de Led Zeppelín hacía vibrar las paredes maestras del piso. El padre estaba en la sala sentado en un sillón bajo la lámpara de enagüillas leyendo un informe del partido acerca de los índices del paro. Aquella panda de jovenzuelos llena de harapos, pulgas y metales del rollo había entrado en su casa sin permiso, había pasado varias veces por delante de sus narices sin dignarse esbozar el más leve saludo, le había manoseado sus libros, le había vaciado la nevera, se había limpiado las botas camperas en la alfombra de la Alpujarra, había dejado un hedor cabrío a su paso. Ahora estaban en la habitación de su hija espatarrados como tocinos bajo los posters de “Ché” Guevara oyendo a Led Zeppelín, a The Police o a The Snack, fumando porros y apurando la última cerveza. Aquella alcoba era una reserva en la que él, desde hacía un año, no se había atrevido a entrar. En aquel momento tenía la cabeza metida en el informe económico lleno de coordenadas catastróficas cuando su querida hija salió a la sala, se acercó a la estantería y pretendió llevarse a la madriguera la “Sinfonía número 40” de Mozart. El padre, de izquierdas, saltó del sillón impulsado por un muelle y lanzó un grito estentóreo: ¡Mozart, no!. ¡No pongas tus sucias manos sobre Mozart!. Y entonces se inició la escena final, en la que el padre se liberó de todos los traumas hasta alcanzar la propia libertad sobre el chantaje de sus hijos. Detrás había quedado un largo proceso de neurosis paterno-filial que acabó con una sonora bofetada".
Vicent apuntaba con su artículo a una izquierda que, en su opinión, durante los Setenta había cometido el error de dejarse arrebatar determinados valores, asociados a la cosmovisión conservadora:
"Este tipo nunca ha comprendido muy bien por qué la izquierda ha caído en la trampa de dejarse arrebatar ciertos valores; por qué un progresista debía vestirse de guarro, aunque sólo fuera para epatar; por qué la disciplina, la eficiencia, el método, el deporte y la limpieza eran aspiraciones asimiladas a la derecha; por qué el respeto social y la educación férrea no eran reivindicadas constantemente por los de su ideología. Cosas así. En los momentos de duda él pensaba que esto eran residuos de su herencia burguesa, de modo que se dejó llevar por la onda, consciente de que hay que hilar muy fino para que tus camaradas no te llamen reaccionario. Ese siempre sería el peor insulto".
Por supuesto, cabe discutir todo eso. Una perspectiva, la de Vicent (y tal vez la de muchos de quienes en aquel 1980 disfrutamos de su artículo) que explicita una crítica seguramente demasiado agria e injusta de la herencia del 68 y de los lodos que nos dejaron aquellos polvos, nunca mejor dicho.
Pero no es eso lo que me preocupa en estos momentos. Tal vez otro día podamos abrir una conversación sobre los Sesenta y las izquierdas (y derechas) que han venido después.
Hoy son otros los valores que la izquierda debe evitar que le arrebaten.
Desde 1980 hemos aprendido, por necesidad o por virtud, a ser disciplinados, eficientes, limpios y deportistas. Por aquí no hay problemas.
Los problemas surgen cuando nos preguntamos qué está pasando con otros valores propios de la izquierda que en demasiadas ocasiones no nos atrevemos a esgrimir por temor a que nuestros compañeros y compañeras (ya no hay camaradas) nos llamen ingénuos idealistas y nuestros adversarios (ya no hay enemigos) nos llamen pijoprogres.
Por eso, cuando la izquierda gobierna habría que gritarle, como hizo el padre del artículo de Vicent: ¡No pongas tus sucias manos -en el sentido sartriano- sobre (todas) mis utopías!
Déjanos espacio para ser no gubernamentales, puesto que no lo somos.
Sin confundirnos por ello con antigubernamentales; estos son los enemigos, perdón, los adversarios.
2 comentarios:
Hola Imanol:
Al hilo de lo que comentas sobre la responsabilidad y la crítica facilona que ejerce del poder el ciudadano en las democracias, me parece que Hanna Arendt lo expresa muy bien en su libro " On revolution"
" En este sistema, las opiniones de la gente son inexcrutables, por la sencilla razón de que no existen. Las opiniones se forman en un proceso de discusión abierta y de debate público. Y donde no hay oportunidad para la formación de opiniones, puede haber estados de ánimo- estado de ánimo de las masas y estado de ánimo de los individuos- pero no opinión.
En cualquier caso, Jefferson tuvo al menos un presentimiento de lo peligroso que podía ser conceder a la gente una participación en el poder público sin dotarla a la vez de otro espacio público que la urna electoral ni de otra ocasión de hacer oir su voz que el día de las elecciones. Se dió cuenta de que lo que constituía el peligro mortal para la república era que la constitución había dado todo el poder a los ciudadanos sin darles la oportunidad de ser republicanos ni de actuar como ciudadanos. En otras palabras, el peligro estribaba en que se había dado a la gente todo el poder en su calidad de personas privadas sin dotarlas de ningún espacio público en su calidad de ciudadanos".
La democracia debiera de crear espacios para que el ciudadano tenga responsabilidad pública, permanente, personal e intransferible. Nos es fácil, pero quizás sea el elemento transformador que necesitan las democracias. Por ahí creo que va la cosa .......
Un abrazo Imanol.
Dar todo el poder a los ciudadanos sin darles también la oportunidad de ser republicanos ni de actuar como ciudadanos... ¡Qué reflexión más atinada.
Al leer tu comentario, que comparto plenamente, he recordado también algo que escribe Habermas, y que incide en la misma cuestión problemática planteada por Arendt:
"Las premisas normativas del Estado democrático constitucional exigen al individuo un mayor compromiso en la medida en que éste asume el papel de ciudadano del Estado (y por lo tanto autor del derecho), y un compromiso menor en la medida en que se concibe a sí mismo como miembro de la sociedad (y por lo tanto mero destinatario del derecho). De los destinatarios del derecho sólo se espera que no traspasen los límites legales a la hora de materializar sus libertades (y aspiraciones) subjetivas. Las
motivaciones y actitudes que se esperan de los ciudadanos en su papel de colegisladores democráticos tienen poco que ver con la obediencia prestada a las leyes coercitivas que regulan la libertad; se espera de ellos que materialicen sus derechos comunicativos y participativos de manera activa, y no solo en un legítimo interés propio, sino en pro del bien común. Esto requiere un mayor esfuerzo motivacional, que no puede imponerse por vía legal" [Fundamentos morales prepolíticos del Estado liberal. http://www.almendron.com/politica/pdf/2005/reflexion/reflexion_0648.pdf].
El problema es que muchas veces a los políticos les (nos) resulta mucho más fácil bregar con la crítica ciudadana facilona que con la opinión crítica conformada en la práctica deliberativa.
Un abrazo.
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