miércoles, 28 de abril de 2010

Víctimas en las aulas

[I] Seguramente le sobra razón a José Luis Zubizarreta cuando señala que la manera en que se ha presentado el Plan de Convivencia Democrática y Deslegitimación de la violencia elaborado por el Gobierno vasco puede servir, ya como argumento ya como disculpa, para que quienes, por la razón que sea, no estén muy por la labor de llevar a las aulas el testimonio directo de las víctimas de ETA se entretengan en discutir el continente con el fin de tener que retratarse ante el contenido del plan (“Un plato bueno mal aderezado”, El Correo, 25 de abril).
También acierta Kepa Aulestia al advertir que en política no basta con plantear objetivos de convicción, por más justos y razonables que estos sean, sino que deben acompañarse siempre de una correcta estrategia encaminada a hacerlos realidad, fundamentalmente procurando ganar para la causa a sectores en principio alejados (“Educar en paz”, El Correo, 24 de abril).
Como acierta Izaskun Bilbao al advertir de la imprescindible necesidad de que el cómo de la presencia de las víctimas en las aulas cuente con la participación y el acuerdo, no sólo de los partidos representados en el Parlamento, sino también del conjunto de la comunidad educativa (“La importancia de llamarle «nuestro»”, El Correo, 25 de abril). Acertar en la manera de elaborar, presentar y aplicar un proyecto tan delicado como este resulta fundamental. No hay duda. Y los tres artículos a los que me acabo de referir insisten con acierto y rigor en esta cuestión.

[II] Pero es muy importante, cuando reflexionamos sobre cualquier asunto, diferenciar entre el qué y el cómo. Son términos que en demasiadas ocasiones se mezclan, complicando sobremanera la reflexión.
Cuando preguntamos “cómo” estamos planteando una reflexión orientada hacia la práctica. Pensamos en medios, en modos, en herramientas, en instrumentos, en procesos, en metodologías, en sujetos, en instituciones... Ya sabemos que tenemos que trabajar en el espacio educativo formal para deslegitimar el terrorismo y educar para la paz y la convivencia: esto es algo que ni se plantea; incluso sabemos, mejor o peor, qué tenemos que hacer. De lo que se trata es de buscar la mejor manera de hacer eso que sabemos que tenemos que hacer.
Pero en demasiadas ocasiones nos planteamos problemas aparentemente técnicos (aparentemente son “cómos”) que, en realidad, encubren problemas sustantivos (realmente son “qués”). Parecen problecómos, pero de hecho son problequés. O probleporqués. ¿Por qué llevar a las aulas la voz y la presencia de las víctimas de ETA? ¿Qué sentido tiene hacerlo?

[III] “Plantar a las víctimas en los colegios podría crear un conflicto en la comunidad educativa”, advierten desde el sindicato nacionalista ELA (Lorena Gil, "La asignatura de la paz divide las aulas", El Correo, 18 de abril). Yo afirmo que sembrar en los colegios el testimonio de las víctimas puede ser la única manera de que la comunidad educativa vasca se convierta en un semillero de paz que, con el tiempo, permita repoblar una sociedad que ha sido durante décadas un secarral ético a la hora de afrontar la cuestión del terrorismo de ETA.



[IV] Necesitamos urgentemente constituir un ámbito vasco de compasión. El camino hacia la compasión es tortuoso, pero es lo único que tenemos si de verdad queremos reconstruir la convivencia. Percibir y articular el sufrimiento de los otros es la condición necesaria de toda política humana. Sólo si somos capaces de ponernos en el lugar del otro llegaremos a comprender las consecuencias de nuestros actos. Sólo si llegamos a sentir al otro como un “yo mismo” podremos imaginar una nueva comunidad vasca edificada sobre la base de la aceptación mutua. Un espacio ético, pero también político en el que el padecimiento de todos sea objeto de comunicación, de comunión, y no de enfrentamiento.
Necesitamos transformar nuestras pasiones en compasiones, en pasiones compartidas. Nuestros dolores, nuestros sufrimientos, nuestros miedos, los de cada uno, deben configurar la más inmediata agenda política de la sociedad vasca con el objetivo explícito de lograr, en serio, su socialización (que no es lo mismo que su multiplicación). Tal vez así, algún día, podamos las vascas y los vascos decidir con libertad y responsabilidad lo que queremos ser, una vez experimentado lo que debemos sentir.

[V] Todos los sufrimientos, claro que sí. No sólo los de las víctimas de ETA. Pero esta perspectiva universal no se cuestiona en el Plan del Gobierno vasco, no es el problema.
Desde los sindicatos nacionalistas se objeta que el plan es parcial, peor aún, que es partidista, y reclaman un plan “más amplio” que no “priorice exclusivamente a las víctimas de ETA”. Poner en marcha el ventilador de la victimización generalizada tiene las mismas consecuencias que poner en marcha el ventilador de la corrupción generalizada, y se hace por las mismas razones: para enturbiarlo todo.

[VI] En Euskadi hay algunas ecuaciones que adquieren naturaleza de ley física. Una de ellas es esta: a más nacionalismo más distanciamiento ante las víctimas del terrorismo.
Se desconfía de las víctimas del terrorismo, de su capacidad de "distanciamiento" frente a su injustísimo drama, de su voluntad de "reconciliación", incluso de su "capacidad pedagógica".
Y yo pienso en Buesa, en Uria, en Cuesta, en Carrasco, en Pagazaurtundua; pienso en Casas, Tomás y Valiente, Korta, Becerril, Puelles, Totorika, Lidón, Garrido, López de la Calle, Torrano, Peña… Pienso en decenas de nombres, víctimas del terrorismo de ETA. Pienso en quienes han tenido que cargar con el peso de su brutal ausencia, en su ejemplar reacción democrática, en su dignidad cívica... Pienso en todo eso y no entiendo el debate suscitado por el nacionalismo vasco ante la posibilidad de su presencia en las aulas.
Yo quiero que mi hija pueda escucharlas y conocerlas, como escucha y conoce a escritoras o a deportistas que de vez en cuanto se personan en su escuela. Con la misma naturalidad, pero con muchísima mayor trascendencia.
La reacción del nacionalismo vasco en su conjunto (repito, con dolor: en su conjunto) se parece demasiado a plantear dudas no sobre el cómo sino sobre el mismo qué de la propuesta del Gobierno.

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