martes, 20 de diciembre de 2011

Václav Havel

Ayer conocíamos el fallecimiento de Václav Havel, el dramaturgo que encarnó en su persona la transición a la democracia en Checoslovaquia. Timothy Garton Ash ha publicado en EL PAÍS un hermoso obituario sobre él: "No fue solo un disidente: fue el epítome del disidente, según solemos entender ese término novedoso". Así comenzaba, precisamente, su ensayo de 1978 El poder de los sin poder: "Un espectro atemoriza a la Europa oriental: en Occidente lo llaman disidencia". Un poderoso alegato contra el régimen que ahogaba su país, como a tantos otros de aquella Europa del Este tras un Muro que nadie imaginaba ver caer. Seguramente serán muy pocas las personas jóvenes que hoy conozcan a Havel. Ni siquiera aquellas que comparten disidencia con él, aunque ahora se llame indignación.

En 1990 la editorial Encuentro publicó en castellano El poder de los sin poder. Según parece el diario PÚBLICO distribuirá este ensayo entre sus lectoras y lectores el próximo 8 de enero. No se lo pierdan. Cuando lo leí, me impresionó vívamente. En 1996 publiqué un libro titulado Movimientos sociales y alternativas de sociedad, en el que me refería al ensayo de Havel. Aquí dejo lo escrito hace ya -¡dios mío!- 15 años:


En 1978 el entonces disidente y a partir de 1989 presidente de la República Checa Václav Havel publica su ensayo El poder de los sin poder. En el mismo, se propone analizar el sistema de gobierno característico de las sociedades del Este, sistemas que él denomina "postotalitarios" con el fin de distinguirlos de las dictaduras clásicas.

En su opinión, una dictadura se caracteriza por los siguientes rasgos: el poder se mantiene abiertamente en base a medios autoritarios y claramente represivos; su existencia es objetivamente provisoria e inestable; su existencia está estrechamente ligada a la vida de las personas que la han instaurado. Por el contrario, las características de los sistemas postotalitarios son bien distintas:

a) No tienen una dimensión limitada, sino que se extienden a todo el inmenso bloque de poder que domina una de las dos (por aquel entonces) superpotencias. A pesar de sus peculiaridades temporales y locales, se basa en todos los países en los mismos principios y se estructura del mismo modo, esto es, según el modo desarrollado por la potencia dominante.

b) Presentan una innegable estabilidad histórica (aunque, en el caso del sistema soviético, hemos comprobado que no era tanta), relativamente independiente de las personas y movimientos que están en su origen.

c) Su dominio no se basa tanto en medios autoritarios y represivos cuanto en el consentimiento de las personas dominadas. En una época de crisis de las certezas metafísicas y existenciales -escribe Havel-, estos sistemas ofrecen una ideología globalizadora y a la vez lo suficientemente elástica como para convertirse en una auténtica religión secularizada que ofrece a los hombres y mujeres una "casa" accesible a cambio de la cual, eso sí, estos pagan sin saberlo un enorme precio: "la abdicación de su razón, de su conciencia, de su responsabilidad".

Piensa Havel que de esta manera el sistema postotalitario va configurando una vida en la mentira a partir de unas reglas de juego destinadas a mantener una apariencia de realidad que acaba por encubrir, merced al consentimiento generalizado, la profunda mentira de esa realidad construida mediante un complejo sistema de comunicación ritual al servicio del poder. Se trata de un conjunto de "normas de circulación" y de "señales de tráfico" cuya aceptación garantiza la permanencia de ese sistema.

Entre los planes del sistema postotalitario y los planes de la vida se produce un profundo abismo. Mientras que, por su propia naturaleza, la vida tiende al pluralismo, a la variedad de coloridos, a organizarse y constituirse de manera independiente, en definitiva, a realizar su libertad, el sistema postotalitario exige monolitismo, uniformidad y disciplina; mientras la vida tiende a crear estructuras "inverosímiles", siempre renovadas, el sistema postotalitario impone las "situaciones más verosímiles". Estos planes del sistema revelan que su naturaleza consiste en volver a sí mismo, en ser cada vez de manera más sólida e incondicionada "él mismo" y extender, por tanto, cada vez más su radio de acción. Este sistema sólo está al servicio del hombre en la medida en que es indispensable para que el hombre esté al servicio del sistema; todo lo que el hombre vaya más allá de su condición predeterminada, el sistema lo valora como un ataque a sí mismo.

Pero, ¿cómo es posible que un sistema así funcione si, como hemos dicho, no se basa directamente en la represión? Havel viene a considerar que ello ha sido posible merced al encuentro histórico del autoritarismo social y la civilización de consumo. Esta adaptación generalizada a la "vida en la mentira" se corresponde con la repugnancia general del hombre de la sociedad de consumo a sacrificar su seguridad material en nombre de su integridad espiritual y moral. La profunda crisis de identidad que es a la vez posibilidad y consecuencia de esa "vida en la mentira" acaba por manifestarse como una profunda crisis moral de la sociedad: unas personas que han elegido la escala de valores consumista, dispersas en la masa, aun sabiendo que su responsabilidad no se reduce a su propia supervivencia, son personas desmoralizadas; en esta desmoralización se basa el sistema, profundiza en ella y es su proyección social.

Sin embargo, esa "vida en la mentira" está hecha de un material extraño: mientras envuelve herméticamente a toda la sociedad, da la impresión de que es dura como el acero; pero apenas alguien es capaz de abrir un resquicio en esa envoltura, todo aparece de pronto bajo otra luz, dando la impresión de que toda la envoltura se vuelva de papel y comience a rasgarse. No son precisos grandes medios para hacerlo: en muchos lugares han sido una canción, una película, un manifiesto, una huelga de hambre, los medios que han servido para proclamar la desnudez del emperador; en Checoslovaquia, el régimen postotalitario comenzó a tambalearse con la Carta 77, uno de cuyos firmantes fue el propio Havel.


La "vida en la verdad", la rebelión del individuo contra la situación que se le impone, surge así del intento de comprender su propia y peculiar responsabilidad. se trata de una acción abiertamente moral, no sólo por los costes que la misma supone para el individuo, sino sobre todo porque no es funcional: no busca "producir intereses". Y si resulta que la "vida en la verdad" constituye en el sistema postotalitario el trasfondo de cualquier política alternativa e independiente, todas las consideraciones sobre el carácter y las perspectivas de esta política tienen necesariamente que tener en cuenta esta dimensión moral en términos de fenómeno político, a pesar de que estos movimientos surjan en el espacio prepolítico donde se produce la confrontación entre la "vida en la verdad" y la "vida en la mentira", es decir, entre las intenciones reales de la vida y las pretensiones del sistema postotalitario.

Obviamente -concluye Havel- estas intenciones reales de la vida pueden asumir las formas más dispares: pueden ser los más elementales intereses espirituales, o las exigencias fundamentales de la existencia como el simple deseo del hombre de vivir a su modo y con dignidad. Por lo tanto, esta confrontación no adquiere un carácter político en virtud de la "politicidad" originaria de las intenciones, sino propiamente porque, al estar el sistema postotalitario basado en la manipulación total del hombre -en cuanto tal- ligado a ella, necesariamente toda libre expresión o iniciativa del hombre, todo intento de "vida en la verdad" aparece como una amenaza para el sistema y, por tanto, como un hecho político por excelencia. La eventual autoarticulación política de los movimientos nacidos de este trasfondo "prepolítico" es, pues, algo que nace en una instancia secundaria, como consecuencia de la confrontación a la que llevan.

Distanciémonos cuanto queramos del lenguaje empleado por Havel, pero quedémonos con su contenido: una sociedad cuyos canales políticos aparecen bloqueados por la desmovilización ciudadana y la desmoralización social sólo puede ser transformada si partimos de una tarea prepolítica, una tarea de reconstrucción cultural. Al fin y al cabo, el mismo Havel se planteaba en su ensayo: "la grisura y la escualidez de la vida en el sistema postotalitario, ¿no son propiamente la caricatura de la vida moderna en general y en realidad no somos nosotros una especie de recordatorio para Occidente que le desvela su destino latente?".




[Imanol Zubero, Movimientos sociales y alternativas de sociedad, Ediciones Hoac, Madrid 1996, pp. 147-150]