lunes, 8 de agosto de 2011

Las vacas del pueblo ya se han escapau, riau riau

Me ha gustado el artículo que, con el título de Para empezar, paguemos todos, publicaba el pasado domingo el Lehendakari Patxi López. Más allá de las medidas concretas que apunta, plantea el debate sobre la fiscaliad como una cuestión, en primer lugar, de cultura democrática, lo que resulta fundamental en estos tiempos en los que el capital-gorrón (aquel que busca beneficios privados por doquier, escaqueándose de contribuir al bienestar común de las sociedades) está en trance de sustituir al capital-productor. Y al plantearlo así re-enmarca el debate, poniendo el dedo en la llaga de los ingresos, y no de los gastos:

"La pregunta no es si hay que subir o no los impuestos. La pregunta es: ¿quién paga aquí? Y yo quiero responder: en Euskadi pagamos todos, y cada cual según sus ingresos. El fraude fiscal en Euskadi tiene un coste anual estimado en 2.500 millones de euros, una cantidad equivalente a la que nos cuesta todo el sistema educativo vasco.
Utilizando una metáfora que no es mía, yo no pretendo ordeñar la misma vaca muchas veces: lo que planteo es ordeñar a las vacas que se escapan sin ser ordeñadas. Por justicia y para no seguir exprimiendo siempre a los mismos".

Por justicia: esa es la clave. Y así, Justicia, se titula el último libro del filósofo político de Harvard Michael J. Sandel. En sus páginas finales, Sandel propone una reflexión que conecta, creo, con el núcleo normativo que anima ese planteamiento sobre la fiscalidad expresado por el Lehendakari:

"La tendencia de los filósofos a abordar la cuestión [de la desigualdad y la distribución de la renta] desde el punto de vista de la utilidad o del consentimiento les lleva a pasar por alto el argumento contra la desigualdad al que más probable es que se haga caso políticamente, un argumento que se encuentra en el núcleo mismo del proyecto de una renovación moral y cívica [...]. Una brecha excesiva entre ricos y pobres socava la solidaridad que la ciudadanía democrática requiere. Por lo siguiente: a medida que aumenta la desigualdad, ricos y pobres viven vidas cada vez más separadas. [...] Los que tienen dinero se apartan de los lugares y servicios públicos, que quedan solo para los que no pueden pagar otra cosa.
Esto tiene dos efectos nocivos, uno fiscal y otro cívico. En primer lugar, los servicios públicos se deterioran, ya que quienes ya no los usan están menos dispuestos a costearlos con sus impuestos. En segundo lugar, las instalaciones públicas -escuelas, parques, áreas de juegos infantiles, centros cívicos- dejan de ser lugares donde se encuentran ciudadanos que siguen caminos diferentes en la vida [...]. El vaciado de la esfera pública dificulta que se cultiven la solidaridad y el sentimiento comunitario de los que dependen la ciudadanía democrática.
Así pues, aparte de sus efectos en la utilidad o en el consenso público. la desigualdad puede corroer las virtudes cívicas. Los conservadores enamorados de los mercados y los liberales igualitarios partidarios de la redistribución pasan por alto esa pérdida.
Si la erosión de la esfera pública es el problema, ¿cuál es la solución? Una política del bien común tomaría como una de sus primera metas la reconstrucción de la infraestructura de la vida cívica. En vez de centrarse en la redistribución con la intención de ampliar el consumo privado, gravaría a las personas de posibles para reconstruir los servicios e instrituciones públicos, a fin de que, así, ricos y pobres disfruten de ellas por igual".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que no se escape ninguna vaca sin ordeñar, me parece importante, (esos deportistas, artistas y BANQUEROS super, super epañóléss, siempre me dan morbo) pero aún más que vuelva al debate público el sinsentido ético de la supremacía de la producción y del beneficio económico por encima del ser humano. La economía al servicio del Ser Humano, y no al revés. Aquello de la igualdad, la fraternidad, la libertad, y... la finitud de los recursos naturales.

¿para cuando entrará en la agenda este debate?

Un abrazo
JaviC

Imanol dijo...

No te descubro nada si digo que ese debate no entrará en la agenda hasta que no haya un sujeto colectivo con la suficiente fuerza como para incluirlo. Lo que fue capaz de hacer el movimiento obrero en el siglo XIX, vamos. Y este sujeto, aún borroso, más como proyecto que como realidad, se prefigura en mi opinión en toda esa ola de indignación global que recorre el mundo. Seguramente leiste la reflexión del escritor israelí David Grossman a propósito de las protestas ciudadanas que la semana pasada empezaron en muchas ciudades de Israel: "¿Cómo pudimos resignarnos a que el Gobierno elegido por nosotros convirtiera nuestros sistemas de educación y salud en un lujo? [...] ¿Cómo es posible que abandonásemos a los trabajadores extranjeros a merced de personas que les perseguían y les vendían como esclavos de todo tipo, incluso sexuales? ¿Por qué nos acostumbramos a la rapiña que provocó la pérdida de la solidaridad, la responsabilidad, la ayuda mutua, el sentimiento de pertenecer a una misma nación?" (El País, 7 agosto 2011, pp. 2-3).
Ya empiezan a esbozarse nuevos apuntes en la agenda.
Un abrazo.

kala dijo...

Hola, Imanol:
Me parece muy bien traido un asunto que abordas en este post.Se trata de ese proceso experimentado por las instalaciones públicas mediante el que,como dices,estas dejan de ser lugares en los que se encuentran ciudadanos que siguen caminos diferentes en la vida(1).Creo que es un asunto fundamental la garantización de la existencia de situaciones en las que toca convivir con diferentes,entendida esta diferencia a todo tipo de niveles (que esa es otra;hace tiempo la concepción de la diferencia se ha focalizado solamente en determinados aspectos de la misma).
Sucede que, tal vez, llegados al punto de desestructuración social al que hemos llegado,la recuperación de esa convivencia garantizada solo pueda ser reconquistada mediante la interveción decidida y prolongada desde el ámbito de las políticas públicas. Y eso, exige enfrentarte (y aguantar firmemente los embates, diría yo) con quienes van a montar en cólera al grito de "liberticida".Y de hacerlo, como dicen ellos, sin complejos, y de manera clara y convencida. ¿Habrá alguien dispuesto a ponerle el cascabel al gato?
Un saludo.

(1): A este respecto, recuerdo haber leido hace un tiempo un dato sobre un estudio comparativo sobre la diversidad de tipologías de gente (atendiendo esta diversidad a una amplia gama de variables tenidas en consideración), la naturaleza de los encuentros, el tiempo que duraban los mismos.... a las que se veía expuesto un niño de la ciudad de Chicago de principios de siglo XX, con la que se ve expuesto un niño en la actualidad. La diferencia era llamativamente sensible.