Despejado
Traducción de Gabriel Insausti
Libros del Asteroide, 2024
"Todavía no era capaz de distinguir, por ejemplo, entre las muchas palabras que a él le parecía que designaban «un mar embravecido». Tampoco sabía distinguir entre gob y gagl, o entre degi y dyapl, o entre dwog y diun. Todas estas palabras las traducía como «una ciénaga fangosa» o «un barrizal pantanoso».
Entretanto, la niebla podía ser skump o gyolm, o un blura, o ask o dunk, salvo, por supuesto, que se tratase de la bruma, en cuyo caso era syora o mirkabrod o groma, o rag o nombrastom, o dalareek, o himma, o yema, o dom […].
Lo mismo sucedía con las nubes y el viento: una nube podía ser ga o glob, homek o benker, elin o glodrek. El viento podía ser binder o gas, asel o geul, y un sinfín de palabras que no lograba recordar".
Despejado nos traslada a la agreste belleza y, a la vez, la implacable dureza de las islas Orcadas en 1843, un escenario marcado por el aislamiento, el clima severo y los profundos cambios sociales que transformaron la vida rural escocesa. En este escenario se desarrolla una historia que, si bien me ha recordado en algunos aspectos a La colonia, resulta mucho más contenida, tanto por el núcleo del relato como por sus protagonistas.
La novela gira en torno al personaje de Ivar, único habitante de un remoto islote, que ha forjado su vida en un pacífico y casi místico aislamiento, acompañado únicamente de unos pocos animales y de la naturaleza circundante.
"Durante un buen rato permaneció en la playa, mirando cómo se retiraba la marea. Cómo el viento se llevaba la neblina y la llovizna. Detrás de él, corría el agua dulce al pie de los acantilados. Vio frailecillos, focas y cormoranes, nada más; durante más de una hora permaneció allí, pero no había nada ni nadie, ningún gran navío, ni barca de ningún tipo, y al final se colgó el morral del hombro, guardo la hierba en los cestos de Pegi, dio la espalda a la playa y se fue a casa".
La rutina de Ivar se ve drásticamente alterada cuando descubre a un hombre inconsciente en la playa. Este recién llegado es John Ferguson, un joven presbítero de la recién creada Iglesia Libre, una traumática escisión de la Iglesia de Escocia, establecida nacionalmente por ley como iglesia oficial.
Recién casado con Mary, enfrentado a la necesidad económica por su decisión de romper con la Iglesia establecida y, con ello, a sus emolumentos como pastor, John acepta el encargo del propietario de la isla con un objetivo muy concreto: desahuciar a Ivar para convertir la zona en terreno de pastoreo. Todo legal. Pero Mary no puede evitar considerar la tarea encomendada a su esposo como parte del dramático proceso conocido como los Desalojos (Clearances), por el que miles de personas fueron forzadas a abandonar las Tierras Altas escocesas durante los siglos XVII y XIX, y como expresión del poder de los ricos propietarios sobre el cuerpo y el alma de las gentes que habitaban sus terrenos, cuestión que estaba en la base del cisma en la Iglesia escocesa:
"Después de todo lo que has pasado con la cuestión del patronazgo, todo por lo que has luchado. Que después de eso acudas trotando de esa manera a su orden".
Enviado con la misión de desahuciar a Ivar, John llega cargado de convicciones y obligaciones que chocan frontalmente con la realidad del hombre que encuentra en la isla. Sin embargo, a pesar de sus diferencias y del abismal distanciamiento lingüístico y cultural, entre ambos surge un vínculo delicado y profundamente humano. Es en este inesperado encuentro donde se revela la capacidad humana para superar barreras y prejuicios. En la distancia, desde tierra firme, Mary añade una dimensión adicional a la narrativa, recordándonos que las decisiones y transformaciones que se viven en la periferia tienen repercusiones en la vida de quienes quedan atrapados en la incertidumbre del cambio.
El estilo de Carys Davies es elegante y profundamente evocador. Con una prosa que logra equilibrar la precisión descriptiva de la naturaleza bravía y la sutileza emocional de sus personajes, la autora crea una atmósfera cargada de melancolía y esperanza. La descripción del paisaje de la isla (el cuarto protagonista), con sus implacables elementos naturales, crea un ambiente de tensión en el que el progreso y la tradición se enfrentan. La estructura narrativa, que se mueve entre el aislamiento introspectivo de Ivar y la tensión del mundo exterior representado por John y Mary, permite experimentar la dualidad de un mundo en transformación.
Cada página invita a reflexionar sobre cómo los cambios económicos y sociales pueden alterar la esencia de las personas y las comunidades, pero también sobre la posibilidad de que, en medio de la adversidad, surjan la comunicación, la solidaridad y la ternura. La inesperada conexión entre Ivar y John, forjada en un terreno donde el idioma y la cultura actúan como obstáculos, testimonia el poder de la empatía y de la resistencia de la identidad frente a las imposiciones del llamado "progreso".
Al leerla no podía dejar de pensar en el fracaso de todas estas capacidades y posibilidades en la actualidad, en el caso de la población gazatí, víctima de una genocida operación de desalojo a fuerza de bombas israelíes y resorts trumpianos.
"En su mente se formó una imagen de esta gran evacuación; una larga, gris, interminable procesión de pequeñas figuras que serpenteaban como un río a través del país. Las veía alejarse con callada resignación, guiando a los animales y a los niños, acarreando sus aperos y sus muebles y bultos de distinto tamaño, y cuando por fin desaparecían, veía las casuchas que habían dejado atrás, ahora hogares sin techo en los que entraba la lluvia y el viento y los fantasmas de los muertos, mientras las ovejas olisqueaban entre las piedras, pastando en silencio".
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