sábado, 11 de septiembre de 2021

Anhelo de raíces

May Sarton
Anhelo de raíces
Traducción de Mercedes Fernández Cuesta
Gallo Nero, 2020

"¿Hay algún otro goce, salvo la jardinería, que pida tanto y dé tanto? No conozco otro excepto, quizá la escritura de un poema. Son muy parecidos, incluso en la cantidad de desperdicio que hay que aceptar en aras a un casual y raro goce, en el caso de que se consiga. También coinciden en que ambas son pasiones que traen con ellas la renovación. Sin embargo, existe una diferencia: la poesía es para todas las edades; la jardinería es uno de los goces tardíos, ya que la juventud es demasiado impaciente y está demasiado absorta en sí misma y, por lo general, carece del suficiente anhelo del arraigo como para crear un jardín. La jardinería es una de las recompensas de la madurez, cuando la persona está preparada para una pasión impersonal, una pasión que exige paciencia, una aguda conciencia del mundo fuera de uno mismo y el poder para seguir creciendo a pesar de la sequía o la cruda nevada, hacia esos momentos de puro goce en que todos los fracasos se olvidan y florece el ciruelo".


En 1958 la poetisa Eleanor Marie Sarton (1912-1995) adquirió una ruinosa casa de campo del siglo XVIII en Nelson, una pequeña localidad de New Hampshire, descrito por la autora en unos términos ("Nelson había congregado en su tranquilo corazón una indecible variedad de personas y formas de vida") que me han hecho recordar al Three Pines de Louise Penny. Allí descubrirá una vida simple pero profunda, construida sobre los pilares del trabajo duro, la ayuda mutua y la comunidad:

"Autosuficiencia, sí, pero aquella primera primavera también tuve que aprender a depender. Al pedir ayuda y ver que la ayuda venía desde varias direcciones, empecé a comprender lo que de verdad es un pueblo: por un lado, respeto por la privacidad; por otro, conciencia de las necesidades del vecino. Así, por más ajeno que algunos de nosotros podamos considerar a un forastero, en realidad somos parte de una red invisible y nos apoyamos en su existencia".

Un libro hermosísimo en el que la descripción del paisaje, de la reforma de la vieja casa, de las relaciones con sus vecinas y vecinos y de su trabajo en el jardín, da lugar a reflexiones como esta:

"En el momento de plantar un bulbo todo es esperanza, no hay zozobra. Entonces hay algo inquietantemente simbólico en el hecho de enterrar un ser vivo pensando en su segura resurrección, en un momento de la estación en que todo lo que había salido se está muriendo".

Absolutamente recomendable.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Civilizados hasta la muerte

Christopher Ryan
Civilizados hasta la muerte: el precio del progreso
Traducción de Lucía Barahona
Capitán Swing, 2020

"Una vez aceptamos que todos los seres humanos son, efectivamente, humanos por igual, se hace evidente que la naturaleza humana apenas ayuda a explicar por qué las crueldades sistemáticas han sido habituales en las civilizaciones (subyugación de la mujer, esclavitud, disparidades extremas en términos de riquezas, etc.), pero escasas o inexistentes entre sociedades recolectoras".


Si preguntamos a una persona de edad avanzada, es proba­ble que nos diga que "en sus tiempos" había más solidaridad. Había otras formas de agrupamiento humano, otras relaciones comunita­rias, otras estructuras familiares, recordadas hoy con nostalgia por ser realidades que facilitaban la vivencia de la solidaridad. Y probablemente no sea esta actitud patrimonio exclusivo de las personas ancianas. Acaso nos encontremos ante uno de esos mitos primordiales profundamente anclados en el inconsciente colectivo de nuestras sociedades y recogido en los más variados relatos sobre una era remota, feliz y recon­ciliada: el Paraíso perdi­do.

La conocida disputa entre Rousseau y Gautier con motivo del Discurso sobre las ciencias y las artes redactado por el primero sirve como paradigma de un debate atemporal, inscrito en la conciencia colectiva de las sociedades desarrolladas [Rousseau, Discurso sobre las ciencias y las artes, Aguilar, 1980, 4ª; traducción de Luis Hernández Alfonso]. "El restablecimiento de las ciencias y de las artes, ¿ha contribuido a depurar o a corromper las costumbres?". Tal era el tema propuesto en 1750 por la Academia de Dijon en relación con el cual el filósofo ginebrino presentó sus reflexiones.

En su estudio sobre la idea de Progreso, afirma Nisbet que esta alcanzó su cénit en el periodo que va de 1750 a 1900, tanto en la mentalidad popular como en los círculos intelectua­les: "de ser una de las ideas importantes de la civilización occidental pasó a convertirse en la idea dominan­te" [Robert Nisbet, Historia de la idea de progreso, Gedisa, 1981; traducción de Enrique Hegewicz]. Pues bien, se da la circunstancia de que Rousseau va a mantener su teoría sobre el Regreso históri­co precisamente el mismo año en que Turgot -el hombre que, según Nisbet, más estrechamente vinculó los conceptos de liber­tad y progreso en el siglo XVIII- trazaba su famoso esquema del Progreso histórico en la Sorbona [John Bury, La idea del progreso, Alianza, 1971; traducción de Elías Díaz y Julio Rodríguez Aramberri]. Nisbet destaca la coincidencia de todos los historiadores en considerar la conferencia de Turgot como la primera declaración sistemática, secular y naturalista de la idea "moderna" de progreso. Y 1750 es el año, también, en que Diderot redacta el prospecto anun­ciador de la Enciclopedia, cuyo primer volumen verá la luz al año siguiente.

De ahí que Rousseau inicie su discurso curándose en salud: "Preveo que difícilmente se me perdonará el partido que me he atrevido a adoptar. Chocando de frente con cuanto hoy causa la admiración de los hombres, sólo puedo esperar una universal condenación". Aunque la idea base de su ensayo -que el desarrollo social había sido una desgraciada equivocación, que cuanto más se había ido apartando la Humanidad de su estado primitivo tanto más desdichada estaba siendo, que la civilización estaba viciada en su mismo origen- no era nueva, el Discurso de Rousseau va a generar un importante debate.

Bury recuerda cómo el mismo tema había sido planteado en la Fábula de las Abejas de Mandeville, publicada en 1725, con la que se proponía demostrar que los cimientos de la sociedad civilizada no eran las virtudes y cualidades positivas de las personas, sino sus vicios. Pero podríamos remontarnos a varios siglos atrás y traer a colación algunas de las refle­xiones que en torno al Descubrimiento vieron la luz. Así, por ejemplo, las de Pedro Mártir de Anglería, autor de De Orbe Novo, la primera historia del Descubrimiento, cuando describe a los habitantes del Nuevo Mundo: "Tienen ellos por cierto que la tierra, como el sol y el agua, es común y que no debe haber entre ellos mío y suyo, semillas de todos los males, pues se contentan con tan poco que en aquel vasto territorio más sobran campos que no le falta a nadie nada. Para ellos, es la edad de oro. No cierran sus heredades ni con fosos, ni con pare­des, ni con seto; viven en huertos abiertos, sin leyes, sin libros, sin jueces; de su natural veneran al que es recto; tienen por malo y perverso al que se complace en hacer injuria a cualquiera". [Recojo esta cita de la obra de Ramón Tamames, La reconquista del Paraíso. Más allá de la utopía, Temas de Hoy, 1993; que, a su vez, la recoge de un trabajo de Angel Losada].

Pero no constituyendo ninguna novedad, la intervención de Rousseau, tal vez por el momento en que tiene lugar, va a ser objeto de un intenso debate. Su idea de que los denominados avances de la civilización no hacen sino tender "guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro" de que están cargadas las personas que habitan los pueblos civilizados conocerá la inmediata y airada respuesta del físico, matemático e histo­riador José Gautier: "Recordar incesantemente esa sencillez primitiva de la que tantos elogios se han hecho; representár­sela siempre como compañera inseparable de la inocencia, ¿no es trazar mentalmente un retrato para forjarse una ilusión? ¿Se ha visto nunca al hombre sin defectos, sin deseos, sin pasiones? ¿No llevamos en nosotros el germen de todos los vicios?".
 
Dos siglos y medio después del discurso de Rousseau el debate sobre el Progreso sigue disputándose practicamente en los mismos términos, con reivindicaciones como las de Steven Pinker y cuestionamientos como los firmados por Neil Faulkner, Chris Harman y, muy destacadamente, por Riane Eisler, en los que encontramos ecos (actualizados y fundados sobre la investigación histórica, arqueológica y antropológica) del lamento roussoniano sobre el desarrollo de la civilización como pérdida en términos de cooperación e igualdad.
 
Este es el terreno en el que se situa el libro de Christopher Ryan, concebido como una crítica abierta a la "Narrativa del Progreso Perpetuo [que] pretende explicar la superioridad de la civilización y, al mismo tiempo, darla por hecho". Frente a esta narrativa, Ryan cuestiona la justificación hobbesiana de las grandes instituciones dominadoras: que en "estado de naturaleza" la condición humana inexorablemente nos condena a la barbarie. En la línea de las ya citadas Eisler, Harman y Faulkner, Ryan reivindica (sin llegar a suscribir el neoludismo de John Zerzan en Futuro primitivo, Numa Ediciones, 2001; traducción de Hipólito Patón) la recuperación estratégica del "pensamiento recolector-cazador" y su introducción en nuestras sociedades desarrolladas:

"Tres de las características que se hallan de forma constante en las sociedades recolectoras se corresponden más o menos con los ámbitos social, físico y psicológico: el igualitarismo, la movilidad y la gratitud. [...] Históricamente, hasta la puesta en marcha de las transformaciones radicales desencadenadas por la agricultura hace unos diez mil años, la vida humana se caracterizaba por el igualitarismo, la movilidad, el compartir obligatoriamente la propiedad mínima, el libre acceso a las necesidades de la vida y el sentimiento de gratitud hacia un entorno que proporcionaba todo lo necesario. [...] El poder era fluido, no se podía confiscar, heredar ni comprar".

Sin que aporte grandes novedades respecto de todas esas obras citadas, el libro de Ryan permite recuperar una conversación esencial para nuestro futuro, en la línea de lo que también ha planteado Jared Diamond en El mundo hasta ayer (Random House Mondadori, 2013; traducción de Efrén del Valle Peñamil). Como señala Diamond, "las sociedades tradicionales representan miles de experimentos sobre cómo construir una sociedad humana. Han ideado millares de soluciones a los problemas humanos, soluciones distintas de las adoptadas por nuestras sociedades [...] modernas". En estos tiempos en los que la crisis de nuestro modelo de desarrollo es indiscutible, bien pudiera ser que nuestro futuro dependa en parte de recuperar lo que fuimos.

martes, 31 de agosto de 2021

Lecturas recomendadas en agosto

Una vida de pueblo

Louise Glück
Una vida de pueblo
Traducción de Adalber Salas Hernández
Pre-Textos, 2020 


El trabajo duro ("Trabaja dodo el día en el molino del primo / así que al llegar a casa, en la noche, siempre se sienta junto a la ventana, / observa ese momento del día, el crepúsculo. / Debería haber más tiempo así para sentarse y soñar"), el paisaje rural ("El sol se alza sobre la montaña. / A veces hay neblina, / pero el sol siempre está detrás/ y la neblina no le iguala"), la emigración a la ciudad y la derrota del regreso ("Cuando vuelven, están peor. / Creen que fallaron en la ciudad, / no porque la ciudad no cumpliera sus promesas"), los primeros amores ("Caminan en el atardecer del verano, / sin tomarse las manos, pero aún diciéndole todo al otro"), el hartazgo de las mujeres ("Porque la madre está mortalmente harta de su vida / y necesita silencio"), la soledad de la médica foránea ("Estaba loca por haber venido aquí, / un lugar donde no conoce a nadie"), el invierno que adormece el campo ("Lo que vive, vive bajo tierra. / Lo que muere, muere sin luchar"), la fiesta ("Lo era todo para los jóvenes. / Aquí se modelaba tu vida: lo que terminaba bajo las estrellas / empezaba en las luces de la plaza")...

Una mirada a la vida de pueblo en la que no encontramos romanticismo ni bucolismo. Y sin embargo:

"Dejarás el pueblo en que naciste / y te harás muy rico, muy poderoso en otro país, / pero siempre lamentarás algo que dejaste atrás, aunque no puedas decir lo que era, / y eventualmente regresarás a buscarlo".

La naturaleza de la bestia

Louise Penny
La naturaleza de la bestia
Traducción de Patricia Antón de Vez
Salamandra (Penguin Random House), 2021

"¿O se habían limitado a cerrar las puertas e intentar volver a sus vidas; y por las noches, en la penumbra, le pedían a Dios -a un Dios que, confiaban, sería lo bastante poderoso para concedérsela- la gracia del olvido? ¿Rogaban, como él, por un sueño sin pesadillas? ¿Le rogaban a Dios que atrasara los relojes hasta un instante en el que aún no supieran nada de todo aquello?".


Undécima entrega en español de la excelente serie protagonizada por Armand Gamache, el (ahora y desde hace unas cuantas novelas) antiguo jefe de homicidios de la policía de Quebec, serie que ya he comentado aquí y aquí.

La historia se inicia con la desaparición de un niño de nueve años, vecino del idílico pueblo de Three Pines, que se verá sacudido hasta los cimientos cuando la investigación desentierre (literalmente) un pasado oscuro ligado a la guerra de Vietnam, el terrorismo internacional y el tráfico de armas, pero también a un asesino en serie condenado y encarcelado, autor de una obra de teatro que algunas vecinas y vecinos de Three Miles están ensayando con la intención de representarla en el pueblo.

Me ha parecido la historia más compleja de todas las que he leído, con subtramas entrelazadas que obligan a una lectura reposada y repensada. Tal vez sea la trama que menos me ha enganchado. Pero Penny, excelente creadora de personajes, de relaciones y de ambientes, consigue que la historia se sostenga y funcione, haciéndome sentir como un habitante más de Three Miles, de nuevo un protagonista esencial del libro:

"A Jean-Guy aquello le recordaba a Three Pines, a los viajeros que llegaban alpueblo de forma inesperada: se sentaban en el bistrot, donde habían entrado sólo para ir al lavabo y comer algo, tomaban café au lait y pain au chocolat y consultaban sus mapas. No alzaban la vista para mirar a su alrededor ni una sola vez.
Y luego se marchaban, se bajaban de la balsa salvavidas para zambullirse de nuevo en el mar y alejarse nadando en busca de un empleo, de una persona, de una casa grande que los salvara.
Pero, de tanto en tanto, alguno sí alzaba la vista, miraba a su alrededor y veía que ya había llegado, que había alcanzado la orilla.
Jean-Guy, sentado en el bistrot, en el banco o en el porche de casa de los Gamache con Annie, había visto esa expresión en rostros recién llegados.
En algunos de ellos.
No eran muchos, pero su expresión era inconfundible e inolvidable cuando aquella revelación se producía. No era de alegría ni de felicidad, todavía no.
Era de alivio.
Y lo reconocía porque él mismo había llegado llevado por la corriente a aquella orilla, a ese pueblo.
Abrió los ojos y se sentó muy tieso".

Así pues, abre los ojos, siéntate muy tiesa (o como acostumbres a sentarte para leer) y disfruta de este libro.

La red de protección

Andrea Camilleri
La red de protección
Traducción de Carlos Mayor
Salamandra (Penguin Random House), 2021 

"Dos casos, pensó el comisario mientras se dirigía al coche. Y los dos habían tenido, en mayor o menor medida, el mismo móvil: la protección. Y en los dos sería como si él no hubiese demostrado ningún interés".


Dos años después del fallecimiento de Camilleri, el 17 de julio de 2019, seguimos disfrutando con las historias de su personaje más (re)conocido, el comisario Salvo Montalbano. En esta ocasión el comisario y sus colaboradores se enfrentarán a dos casos sin ninguna relación entre sí, pero vinculados por el mismo móvil: el afán de proteger a personas queridas.  

El primer caso surge del visionado de unas viejas filmaciones domésticas, que desvelarán un terrible drama familiar. El segundo se desencadena tras la irrupción de un par de matones armados en el instituto de Vigàta. ¿Se trata de una acción mafiosa, de una amenaza terrorista? La investigación dirigida por Montalbano le llevará a introducirse en un mundo de acoso escolar a través de las redes sociales. La resolución de ambos casos enfrentará al comisario a una profunda tensión ética que pondrá en juego sus convicciones y su profesionalidad: ¿Qué hacer con los hechos descubiertos en ambos casos?

"De joven, en el sesenta y ocho, también él había gritado que la verdad era revolucionaria, que siempre había que decir la verdad.
No, no, hacía tiempo que sabía que la verdad, en determinadas ocasiones, era mejor mantenerla bien guardada, en la oscuridad más profunda, sin la luz siquiera de una cerilla"
 
Todo ello en el escenario (nunca mejor dicho) de la ya familiar ciudad de Vigàta transformada en plató cinematográfico (evocación de la mítica Cinecittà), por la filmación de una serie de televisión italo-sueca ambientada en los años cincuenta, lo que dará lugar a algunos de los momentos más divertidos de la novela.
 
Conmueve leer la nota final del autor, en la que podemos leer: "Este libro, redactado en 2015, ha sido el primero que no he escrito, sino dictado". Y es que en sus últimos años de vida el glaucoma privó a Camilleri de la visión, sin que ello mermara su lucidez.

domingo, 29 de agosto de 2021

El río

Rick Bass
El río
Traducción de Esther Cruz Santaella
Volcano, 2019
 
"Continuó bañándose en el río de noche, con la piel oscurecida si no había luna. Cuando se ponía de espaldas y dejaba que el agua fría la llevase río abajo, trocitos de musgo y pececillos le rozaban las piernas. Los pechos, los hombros, todo se volvía brillante, luminoso, si la luna no aparecía. A la deriva en una corriente rápida, miraba las estrellas, la luna, y solo entonces recordaba que quizá hubiese llegado demasiado lejos. Arrancada de su trance, nadaba con trabajo contracorriente, moviéndose como un pez de vuelta al lugar del que había partido, y limpia".


En diciembre de 2018 leí su libro Invierno (Errata naturae, 2018; traducción de Silvia Moreno Parrado), en el que Rick Bass narra su experiencia invernal en el valle del Yaak, en la frontera entre Montana y Canadá. Me encantó. Como me ha encantado este otro libro, compuesto por tres relatos vinculados por los mismos paisajes naturales de Montana y Michigan, por el agua y el río y por el protagonismo de las mujeres.

En el primero de ellos se cruzan las vidas de Leena, una joven recién llegada al remoto valle del Grass con la única compañía de su perro Sam y aficionada a bañarse en las heladas aguas del río cada noche, y las del reverendo Mahatma Joe, que acabó con los días nudistas con los que el valle celebraba el final del invierno ("nadie se ponía nada de ropa nunca, ni siquiera para ir a comprar, ni para pasarse por la taberna"), y su "esposa y criada" inuit, Lily. Los baños de Leena, la obsesiva creación de un huerto por parte del pastor y el vertiginoso patinar sobre el río helado de Lily conforman un asombroso escenario de realismo mágico.

En el segundo relato Lory ("tenía treinta y cuatro años, era profesora y guapa: una mujer menuda de pelo negro, con una risa rápida y sonora, no muy distinta al arrebato de un somormujo") y A.C., un portentoso gigantón de fuerza descomunal ("De nuevo, el hombre iba sin ropa y llevaba una de las vacas cargada a la espalda. Iba corriendo con ella a cuestas por la hierba alta, saltando a veces, haciendo jetés y piruetas extrañas pero muy sentidas, con la vaca combada sobre sus anchos hombros. Tenía unas piernas gruesas que se meneaban con la carrera; y parecía feliz, feliz como nadie que hubieran visto antes") viven una preciosa historia de amor en la que el río juega un papel esencial.

En el tercer relato, que da título al libro, cuatro amigos salen una noche a pescar salmones, aunque la pesca no es más que una disculpa para que Bass nos regale unos personajes potentísimos enfrentados a complejas situaciones personales.

Su lectura me ha traído recuerdos de aquella maravillosa serie titulada Doctor en Alaska, o de la fascinante Big Fish. Un descubrimiento.