sábado, 24 de agosto de 2024

Cuando las montañas bailan

Olivier Remaud
Cuando las montañas bailan
Traducción de Inés Clavero
Gallo Nero, 2024

"Las montañas son cuerpos mixtos, sólidos habitados por líquidos, que vibran constantemente. No tienen nada de tierra firme. Bailan porque las placas tectónicas flotan al ondular. Oscilan sobre el manto, colosales y sensibles, del mismo modo que los icebergs se mecen en el agua. También están pobladas de fantasmas que antaño realizaron sus propias cabriolas, de una panoplia de existencias fosilizadas que se mezcla con los animales, los vegetales y todos los seres vivos de ahora, hasta el punto de que es inconcebible definir la montaña sin recoger sus interacciones.
A partir de todo esto, ¿no cabría concluir que las superficies de la Tierra están ligadas a las profundidades? ¿Que lo alto y lo bajo se entrelazan y que el vals de los seres vivos es general?
Cuando las montañas bailan, incluso las rocas viven".


Este ha sido, tal vez, mi libro de este agosto, un libro que representa como ningún otro mi experiencia de lo que ha sido este verano. El año pasado fue De la amistad con una montaña, de Pascal Bruckner. Como Bruckner, Olivier Remaud es un filósofo caminante, o un caminante que filosofa. Peripatéticos de altura, enamorados de las montañas, en las que han encontrado claves fundamentales para su reflexión.

Inspirado por autoras como Nam Shepherd y su excepcional La montaña viva (Errata naturae,2019; traducción de Silvia Moreno Parrado), a quien cita profusamente, o por la imprescindible Rachel Carson, Remaud elabora una propuesta de geosolidaridad que, superando el "chovinismo orgánico", nos permita establecer un auténtico diálogo con la Tierra. Algo que me parece esencial en esta época de extractivismo brutal, en la que la búsqueda y explotación de las denominadas "tierras raras" se ha convertido en la paradójica base de un capitalismo supuestamente "inmaterial".

"La cuestión ecológica de las condiciones de existencia de los seres obliga a descartar la concepción del mundo mineral como algo fijo y ajeno a las dinámicas biológicas. Se trata de un problema más amplio de coreografía. Para formar un conjunto, es esencial que los cuerpos se animen entre sí y que ninguno se quede sin subir al escenario. Poco importa que unos se desplacen más despacio que otros, la diversidad de los ritmos es valiosa. Las piedras son cuerpos. El nuestro leva otros ritmos. Cada cuerpo tiene una velocidad propia. Desde el momento en que pensamos en un ser determinado que habita un territorio concreto, no podemos dejar fuera a los materiales geológicos de la biosfera a la que pertenece. Este baile cosmopolítico incluye a las nubes, al viento o al aire, y requiere difuminar la línea divisoria entre el mundo vivo y el no vivo. Abandonarse sin descanso a esta danza es indispensable para construir unas formas de habitar la Tierra más transtemporales, más recíprocas, más armónicas. Por mucho que se mantengan unidos, los seres, los entes y los elementos que no están considerados vivos sufren cada vez más destrucción, opresión y muerte".

Una propuesta de animismo racional que ponga límites a una razón desencarnada, autófaga, desvinculada de todo lo orgánico, practicante de "la virtud de no arrancar a la flor de la razón de su tallo que crece bajo tierra". Una ecología afectiva que nos vincule, también emocionalmente, a todo el territorio que habitamos. Bajar el ritmo alocado de nuestras vidas formateadas por las exigencias insostenibles del Capitaloceno, aprender de los líquenes y el musgo, ser frugales y hospitalarios, coevolucionar simbióticamente.

Un libro para releer y repensar. Tras su lectura las montañas, las rocas, la Tierra, nuestra relación con ellas, no será la misma.

"Si hasta el liquen murmura, el copo de nieve vibra y el viento ulula, no tenemos más que limitarnos a utilizar nuestras frecuencias sin comernos las del resto de seres vivos. Pero para tomar asiento en la orquesta de la Tierra, debemos aprender de nuevo a esperar".

viernes, 23 de agosto de 2024

Cuchillón, Tres Mares y Cornón

Cuando ha sonado el despertador a las 5:45 he estado a punto de cambiar de plan. Por el viaje hasta la estación de esquí de Brañavieja, en Alto Campoo. Pero hacía años que no iba por allí y llevaba varios días con la idea de subir a los tres grandes del circo de Brañavieja: Cuchillón (2.174 m), Tres Mares (2.171 m) y Cornón (2.125 m). 

He empezado a caminar a las 9:10, a las 10:20 he pasado por el collado del Cuchillón y a las 10:40 llegaba al Cuchillón, donde he permanecido hasta las 11:00. Descenso hasta el collado los Asnos, he llegado al Tres Mares a las 12:15. Nuevo descenso al collado de la Fuente del Chivo y subida al Cornón, que he pisado a las 13:05. Desde la cumbre he descendido hasta el aparcamiento campo a través, buscando la ruta más directa. He llegado al coche a las 13:50.

Una preciosa jornada montañera.


Hacia el Cuchillón.

Dejo a mi izquierda el Hoyo Sacro (1.741 m).






Vistas desde el collado del Cuchillón (2.060 m).
Peña Labra desde el collado.
Camino de ascenso desde el collado.
Cumbre del Cuchillón. En el buzón recojo tarjeta del Grupo de Montaña C.D. Pico Cordel.

Estación de esquí, desde la cumbre.
A la izquierda el Cornón.

Tres Mares (derecha) y Peña Labra (izquierda)
Si no me equivoco, cumbres del Alto Carrión: Espigüete, Curavacas, Peña Prieta.
El estrecho sendero hacia Tres Mares es una preciosidad.
Tres Mares desde el collado los Asnos (2.031 m).

Tres Mares SE (2.149 m).

Cumbre del Tres Mares.

Peña Labra.
Cuchillón.
Cornón.
Cumbre del Cornón.
Cuchillón y Tres Mares desde el Cornón.




Ahora toca descender hasta el aparcamiento. Una larga y acusada bajada.
Vistazo hacia arriba.

miércoles, 21 de agosto de 2024

El celo

Sabina Urraca
El celo
Alfaguara, 2024

"Cuando salen a pasear, las esperan en la puerta del edificio dos labradores enormes, casi idénticos, aguardando con la impaciencia del que ha pedido cita hace tiempo. Al abrir la puerta, se lanzan sobre la Perra. La Humana la arrastra de nuevo dentro del portal, patea por el hueco de la puerta hasta que consigue apartarlos y cerrar. Los perros gemelos se enzarzan en una misión hormonal, desesperados por tirar la puerta abajo. Tras la mole de furia y pelo vislumbra, a lo lejos, a un perro joven del vecindario, un bodeguero andaluz enteramente blanco, salvo por la cabeza negra, como un pequeño terrorista encapuchado. Asoma en la esquina. Su dueño lo arrastra a tirones de correa. Da un primer tirón, luego un segundo, más violento, has que finalmente desaparece. La Perra zapatea, gime, se vuelve a la Humana como diciéndole, ¿mamá puedo por fa por fa? Rasca rasca rasca por dentro la puerta del edificio, queriendo entregarse a sus rubios. La Humana la clausura de nuevo en casa. La Perra se agacha, la mira a los ojos y hace un pis diminuto, densa como una gelatina de culpa".


Esta es una novela que no sólo se lee: se siente, se huele, es una experiencia total, orgánica, física y mental. Una novela-reto, confrontativa, fuertemente experiencial, de cuya lectura no se sale indemne. Una historia protagonizada por una mujer treintañera, la Humana, y unas mujeres (la Madre, la Abuela, la Vieja, Wendy y Mecha, impresionante Mecha), tan reales que trascienden el papel para encarnarse en mujeres conocidas y reconocibles, en amigas-parejas-hermanas-madres-vecinas-compañeras que todas y todos conocemos y a las que este libro nos empuja a mirar de otra manera. Tremendo lo de la tenia de la Callas. Tremenda la escena en la que permanecen media hora a doce grados por un fallo del aire acondicionado, "aguantando como han aguantado tantas cosas: sin darse cuenta siquiera de que las estaban soportando"

Y está la Perra, claro. "Orejas puntiagudas, pelo negro. Cuando está a punto de ser guapa, le sobresale un diente de abajo", esparcidora involuntaria de feromonas. Trasunto de la Humana y de tantas humanas, animal mediador, chamánico, aparecida como de la nada en la vida de la protagonista.

El escenario principal es Madrid, con flashbacks a una infancia y adolescencia más rural, estudios en Barcelona y una etapa de vida comunal en el campo, en "una casa barata que habían alquilado en un valle del sur de España al que no llegaba la carretera, un cortijo de vigas carcomidas en el que, alejados de los mandatos estúpidos de la ciudad, harían al fin lo verdaderamente importante"; ellas dos, la Humana y Daniel, un novio-milagro ("con Daniel a su lado pasaba fugaz por el mundo, montada en una lancha de motor, saludando desde lejos a los que se quedaban en la orilla"), pronto novio-miedo-a-decepcionar ("Un novio como un manual de autoayuda que, cuando, predice de lo que eres capaz, te llena de temor a no ser eso que él cree que eres"), más tarde novio-Pred(ic)ador. También hay bares, sesiones de terapia, calles nocturnas y parques.
 
Por esos escenarios actúan e interactúan las mujeres protagonistas y sus hombres (antagonistas), enredadas en lazos flexibles y relaciones abiertas que al final son más rígidas y cerradas que las tradicionales; consumiendo ansiolíticos; intentando "curarse algo que era incurable: tener un cuerpo"; víctimas de violencia machista ("es algo en los ojos, un botón escondido al fondo de las pupilas, sensible hasta límites insospechados, que, si se pulsa, puede provocar un desmoronamiento en cuestión de segundos. A esa la han hecho algo"), mecanismo brutal de domesticación.
 
Pero también hay complicidad, sororidad, ternura, risas (es genial la Vieja). Y hay mucha belleza, y hay, igual no debería decirlo pero no puedo evitarlo, esperanza:

"Es imposible arreglar una vida llena de tropezones y convertirla en una crema fluida y clara que todos puedan comprender. Pero sí se puede agarrar la vida rota de un pero y restaurarla, volverla sencilla, andar a su lado para intentar copiarla".

Gracias, Sabina Urraca, por este regalazo.

domingo, 18 de agosto de 2024

La Antonia

Paolo Cognetti
La Antonia. Poemas, cartas y fotografías de Antonia Pozzi
Traducción de Raquel Vicedo
Pepitas de Calabaza, 2023

"Ojalá me bajaran un buen pedrusco de la Grigna y plantaran aquí rododendros, edelweiss y musgos de montaña todos los años. Pensar en ser enterrada aquí ni siquiera es morir: es volver a las raíces. Cada día las siento más fuertes en mi interior. Mis madres montañas".


La de Antonia Pozzi (1912-1938) es una de esas vidas cuya intensidad parece incompatible con su fugacidad. Como las de Etty Hillesum o Simone Weil
 
Alpinista, poeta póstuma, fotógrafa, licenciada en Estética con una investigación sobre Flaubert, buscadora de Dios, enamorada... Vivió la llegada y ascenso de Mussolini en el seno de una familia aristocrática afín al régimen, justo en el momento en que mantiene una relación con un joven de familia obrera y antifascista ("A saber cómo será para la Antonia discutir con Dino sobre socialismo y revolución frente a una fábrica, y después regresar por la noche a casa de su madre condesa y el padre podestà, con su mina de hierro y sus caballos al galope en los pastos", escribe Cognetti).

Paolo Cognetti ha escrito una hermosa biografía de Antonia Pozzi, desde el reconocimiento, la comprensión y el afecto. Un libro cuidado y cuidadoso que nos descubre a otra mujer excepcional, tan grande que acabó por no caber en este mundo:

"He sufrido tanto... -escribía en diciembre de 1938-. Debe de haber algo oculto en mi naturaleza, una enfermedad de los nervios que me arrebata las fuerzas para resistir y me impide ver equilibradas las cosas de la vida. Lo que me ha faltado es un apego firme, constante, fiel, que se convirtiera en un propósito y llenase toda mi vida. [...] Parte de esa desesperación mortal es también la cruel opresión que se ejerce sobre nuestra juventud marchita".
 
Desgraciadamente no pudo aplicarse a ella misma el consejo que, cinco años antes, ofrecía a su amiga Elvira, con la que compartió su pasión por las montañas:
 
"Pero no pienses más en terminar. Que la montaña es la primera que nos enseña a perseverar, a pesar de los cortes y las magulladuras"

La Bella Varsovia ha publicado una compilación de cincuenta poemas de Antonia Pozzi con el título Inicio de la muerte; serán mi próxima lectura. Mientras tanto, releo y comparto su hermoso poema "Canto salvaje".

 
Canto salvaje

He gritado de alegría en el ocaso.
Buscaba ciclámenes entre las zarzas:
había subido hasta el pie de una roca
hinchada y rugosa, quebrada por las matas.
Sobre el prado acribillado de cascajos,
sobre la cabeza rubia de las margaritas,
sobre mis cabellos, sobre mi cuello desnudo,
desde lo alto del cielo, se desmigajaba el viento.
He gritado de alegría mientras bajaba.
He idolatrado la fuerza áspera y salvaje
que hace que mis rodillas tengan ganas de saltar;
la fuerza desconocida y virgen, que me tensa
como un arco en la dirección adecuada.
Todo el camino olía a ciclámenes;
los prados languidecían en la sombra,
estremecidos aún por caricias de oro.
A lo lejos, en un triángulo de verdor,
el sol se demoraba. Habría querido
lanzarme, de un salto, hacia esa luz;
y tumbarme al sol, y desnudarme,
para que el dios moribundo se saciara
con mi sangre. Después quedarme, de noche,
tendida en el prado, con las venas vacías: 
y que las estrellas apedrearan furiosas
mi carne seca, muerta.
 
(Pasturo, 17 de julio de 1929)