viernes, 9 de agosto de 2019

Ética de la tierra

Aldo Leopold
Un año en Sand County
Traducción de Ana González Hortelano
Errata Naturae, 2019


"Hay quien puede vivir sin lo salvaje y quien no puede". Aldo Leopold era de los que no podía y escribió este libro para quienes compartimos esa misma vivencia, aunque sea a años-luz de su rica y variada experiencia como investigador, viajero y activista.

El libro está dividido entres partes. En la primera el autor va describiendo, mes a mes, su vida de naturalista (observador de la naturaleza, pero también agricultor, forestalista, cazador o pescador) en su cabaña de Winsconsin. Descripciones cargadas de ciencia, poesía y humor, como cuando reflexiona sobre la migración del correlimos entre Argentina y Winsconsin, demostración de "la antiquísima unidad de las Américas":

"La solidaridad hemisférica es nueva entre los hombres de Estado, pero no entre las fuerzas emplumadas del cielo".

En la segunda parte del libro Leopold da cuenta de sus experiencias como naturalista en distintos lugares: Winsconsin, por supuesto, su Iowa natal, pero también Arizona, Nuevo México, Sonora, Oregón... En todos estos lugares despliega su capacidad para el pensamiento ecológico o, como dice él mismo, para "pensar como una montaña", descubriendo los hilos que conectan a todos los seres vivos entre sí, también a los seres humanos, con su entorno natural:

"Ahora sospecho que exactamente igual que una manada de ciervos vive aterrorizada por los lobos, también una montaña vive aterrorizada por los ciervos. Y a lo mejor con más motivo, pues mientras que un venado aniquilado por los lobos se puede reemplazar en dos o tres años, una cordillera aniquilada por demasiados ciervos quizá no logre reemplazarse en muchas décadas".

En la última parte, Leopold formula una propuesta para una ética de la tierra que incorpore a la naturaleza en nuestros juicios morales:

"Las primeras éticas se ocupaban de la relación entre individuos: el Decálogo de Moisés es un ejemplo. Adiciones posteriores se ocuparon de la relación entre el individuo y la sociedad. La Regla de Oro trata de integrar al individuo en la sociedad; la democracia, de integrar la organizacion social en el individuo. Todavía no hay ética que trate la relación del ser humano con la tierra y con los animales y plantas que crecen en ella. La tierra, igual que las esclavas de Ulises, sigue siendo una propiedad. La relación con la tierra sigue siendo estríctamente económica, implica privilegios pero no obligaciones".

Esta ética de la tierra, que como toda ética  supone necesariamente "una limitación de la libertad de acción en la lucha por la existencia", está basada en la idea de comunidad biótica:


"La conservación no va a ninguna parte porque e incomatible con nuestro concepto abrahámico de la tierra. Maltratamos la tierra porque la consideramos un producto que nos pertenece. Cuando la veamos como una comunidad a la que pertenecemos, quiza empecemos a tratarla con amor y respeto".

Publicado en 1949 -tras la muerte de Leopold, el 21 de abril de 1948, víctima de un ataque al corazón mientras combatía un incendio en una granja vecina- es un libro de una actualidad plena.

Incluye las ilustraciones originales de Charles W. Schwartz.


Gorriones

"Los gorriones son los niños del aire, la chiquillería de los arrabales, plazas y plazuelas del espacio. Son el pueblo pobre, la masa trabajadora que ha de resolver a diario de un modo heroico el problema de la existencia. Su lucha por existir en la luz, por llenar de píos y revuelos el silencio torvo del mundo, es una lucha alegre, decidida, irrenunciable. Ellos llegan, por conquistar la migaja de pan necesaria, a lugares donde ningún otro pájaro llega".

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 

jueves, 8 de agosto de 2019

El día de la lechuza: ¿existe la mafia?

Leonardo Sciascia
El día de la lechuza
Traducción de Juan Ramón Azaola
Tusquets, 2008


Sciascia explica en el apéndice que cierra este libro que lo escribió en el verano de 1960, cuando "el Gobierno [italiano] no sólo se desinteresaba del fenómeno de la mafia, sino que explícitamente lo negaba".

El relato combina realidad y ficción para contar la historia de la investigación de un crimen mafioso emprendida por Belllodi, un oficial de los carabineros, ex partisano, comprometido con los valores republicanos. Pero los hechos han ocurrido en una localidad de Sicilia, y el investigador es originario de Parma, en el norte de Italia. Dos Italias enfrentadas, como si de una versión novelada de las reflexiones de Gramsci sobre la cuestión meridional se tratara.  Y una cuestión esencial a debate: ¿existe la mafia?

"Nosotros dos, sicilianos, no creemos en la mafia; eso a usted, que según parece sí cree, debería decirle algo. Pero le comprendo: no es siciliano, y los prejuicios son duros de pelar. Con el tiempo se convencerá de que todo es un montaje".

Bellodi sí cree en la mafia, y se niega a investigar el crimen como un asunto de cuernos. Pero al final comprobará el poder de esa mafia aparentemente inexistente, poder que se expresa especialmente en su invisibilidad.

También Sciascia, siendo siciliano, creía en la existencia de la mafia. Y a denunciar su existencia dedica esta y otras muchas obras:

"Pero la mafia era, y es, otra cosa: 'un sistema' que en Sicilia contiene y mueve los intereses económicos y de poder de una clase que, de modo aproximado, podemos llamar burguesa; y que no surgey se desarrolla en el 'vacío' del Estado (o sea cuando el Estado, con sus leyes y funciones, es débil o falta) sino 'dentro' del Estado. La mafia, en suma, no es sino una burguesía parasitaria, una burguesía que no emprende sino que solamente explota.
El día de la lechuza, en efecto, no es sino un 'por ejemplo' de esa definición. Es decir: la escribí, enctonces, con esa intención.
Pero quizá sea también un buen relato".

Lo es.

Este ejemplar fue rescatado en un expurgo de la Mediateka de Alhóndiga Bilbao.



Valderinas y Valsurbio

Ayer anunciaban lluvia, que al final quedó en cuatro gotas al mediodía. Por si acaso, salí a caminar por la Sierra de Canales. Montes amables, en general bien señalizados, que en caso de necesidad permiten retornar al pueblo con facilidad. Pero las distancias son grandes y los desniveles considerables, así que hay que andar. En la puerta me esperaba un amigo: adelante.


Hay que cruzar el arroyo Miranda, y bordear el embalse de Compuerto, disfrutando de unos tres kilómetros de camino llano con excelentes vistas.
Camporredondo de Alba y Espigüete.
Vega de Camporredondo.

Las tres cumbres del Curavacas asoman entre la niebla.

La Tuda.
Los ciervos estaban muy esquivos.

Los pájaros no.


Dejo atrás el embalse y empiezan las cuestas.
 
Majada de Canales.






Subo entre pinos hasta llegar al collado entre el Alto de la Taranada y el Cervunal: estoy a 1.676 m. A la derecha queda la Taranada, con sus antenas. A la izquierda, el empinado cortafuegos que lleva hasta el Cervunal. Allá voy.
Peñas mayores de Guardo y de Velilla.
Cueto y Pico del Fraile, en la Sierra del Brezo.
Ganando altura; de derecha a izquierda: Alto de la Taranada, La Tuda y Arbillos.



Cervunal (1.843 m.), si no me equivoco. Toda la loma está atravesada por un amplio cortafuegos, y las cimas sólo se identifican por hitos de piedras.
Hay que seguir por el cortafuegos para llegar a la cumbre de Valderinas, también conocida como Cerro Valdeaves.

Otra vista del Cueto y el Pico del Fraile.
 
Alto de Canales (1.825 m.).
Peñas Malas, Guadañas, Cuartas, Lomas y Agujas de Cardaño.
Curavacas.
Zoom hacia La Tuda.
Desde aquí se aprecia el tejado de una de las nuevas casas que se están edificando en el polado de Valsurbio, por el que luego pasaré.
Camporredondo de Alba.


Valderinas (1.861 m.).
Mirada hacia el Cervunal.
Ahora toca bajar por el empinadísimo cortafuegos en dirección a Valsurbio.

Dejo el cortafuegos y a través del pinar llego hasta la Majada del Coronillo, donde aún se aprecian los restos de un antiguo redil de piedra.
Mirada hacia atrás: arriba a la derecha se aprecia el inicio del tramo de cortafuegos por el que he descendido hasta aquí.
Por el camino, la naturaleza va mostrándome sus tesoros.













Llegando al pueblo abandonado de Valsurbio. Los álamos o chopos que le rodean y que, poco a poco, lo han ido cubriendo (junto con servales, fresnos, etc.) contrastan con los pinares del entorno.


Situado a 1.520 m. de altitud, Valsurbio fue el pueblo habitado más alto de Palencia. En 1972 quedó definitivamente despoblado. Sin embargo, desde hace unos años entre las ruinas de sus ntiguas construcciones se alzan tres nuevas casas. Es un lugar que siempre me impresiona.









Para regresar a Camporredondo tomo el antiguo camino que discurre por el valle que atraviesa el Arroyo de la Cárcava, entre muros derruidos y amplios pastizales.






Hasta llegar a los extensos Prados de Santa Eufemia.



Y desde ahí hasta Camporredondo, inicio de la ruta.

Hoy ha amanecido lluvioso y muy nublado. Aprovecharé para leer... si me deja Houdini.