sábado, 11 de octubre de 2025

Faunas

Christiane Vadnais
Faunas
Traducción de Marta Cabanillas 
Volcano, 2020

"Dicen que en los bosques de Shivering Heights las especies escasean, que unas mueren mientras que otras se adaptan a toda velocidad. Ya no están tan claras las artimañas de los zorros y la mirada suspicaz de los cuervos: como si se crearan unos peculiares pactos entre distintos grupos de insectos. Ya no se conoce lo que se ha nombrado, clasificado y ordenado en distintas ramas y subramas".


Shivering Heights es un mundo que se deshace bajo la humedad, un territorio en el que el el agua lo cubre todo. No sabemos si es una inundación, una enfermedad o una nueva forma de vida la que avanza, pero desde las primeras páginas se percibe que la naturaleza ha tomado la iniciativa y que el ser humano ha perdido el control de su propia evolución.

Cada capítulo es una pieza de ese ecosistema en descomposición: fragmentos que respiran y se contaminan entre sí. No hay una línea argumental fija, sino escenas que se tocan como raíces bajo la tierra. En ese paisaje sofocante los distintos capítulos del libro, breves pero intensos, van siendo enhebrados por el personaje de Laura, una bióloga que observa el mundo con la mezcla de fascinación y temor con que se mira un animal desconocido. Su investigación -virus, parásitos, mutaciones- se transforma en una expedición hacia los límites de lo humano. Y en esta expedición su cuerpo, como el de los demás personajes, es arrastrado por una corriente invisible que altera la carne, la razón y el deseo.

"Le avergüenza reconocerlo, pero tiene miedo, siempre ha tenido miedo al parto. Todo el proceso le parece cruel y despiadado. En lugar de llevar a un niño en el útero, sin duda hubiera preferido esparcir tranquilamente sus huevos, cuidarlos y protegerlos con cariño. A veces sueña con que su hijo es un pez abisal, un animal que espera su momento acurrucado en forma de media luna. Entonces, cuando se despierta sudando, no ve su vientre como una parte de su cuerpo, sino como el cascarón blando y macilento de una especie foránea".

La escritura de Christiane Vadnais se adhiere a los sentidos, su prosa exuda y cada párrafo tiene textura, olor, sonido. Hay frases que reptan como criaturas viscosas y otras que brillan con la delicadeza de una larva al sol; en su lenguaje hay tanto amor como amenaza. El resultado es una fábula de la mutación, donde biología y mito se funden y la naturaleza no es decorado, sino organismo vivo que respira detrás de cada palabra. A medida que avanza, el libro nos envuelve la bruma que impregna las páginas. 

La autora construye un mundo donde la materia misma del planeta se rebela a través de tres símbolos esenciales: el agua que inunda, las plumas que crecen y los parásitos que anidan. Cada uno representa una forma distinta de mutación -física, espiritual o moral- y todos confluyen en una misma pregunta: ¿qué queda de lo humano cuando la naturaleza nos habla en el lenguaje del contagio y la transformación?

"Todos los cambios del mundo parecían encarnarse en ella".

Llueve sin pausa, los ríos se desbordan, el aire se satura; en esa humedad constante late el retorno al origen y el agua, matriz de la vida, muestra su ambigüedad, a la vez nutritiva y mortal. Cada contacto con ella transforma a los personajes: los cuerpos se ablandan, las barreras entre interior y exterior se disuelven, la piel deja de proteger. El agua diluye los límites de la especie, como si quisiera devolver a los humanos al ciclo natural del que creyeron escapar. Todo fluye, todo se mezcla, y en esa mezcla late una verdad que asusta y fascina: la naturaleza no distingue jerarquías, solo transformaciones.

En este sentido, los parásitos son metáforas de contagio e interdependencia. Christiane Vadnais describe infecciones que alteran el comportamiento, cuerpos que albergan nuevas especies, mentes invadidas por impulsos ajenos. Las plumas crecen como una infección bella, una forma de parasitismo estético, una metamorfosis que se siente más como invasión que como liberación. Pero el parásito no es solo destructor, también es continuidad: al colonizar los cuerpos, crea vida nueva. Todo ecosistema -incluso el humano- depende de equilibrios parasitarios. Somos huéspedes y hospedadores a la vez. El parásito, en última instancia, no es “otro”: somos nosotras y nosotros en otra escala. La pureza no existe, lo vivo se define por la mezcla, la vulnerabilidad y la apertura. Resistirse a esa interpenetración sería negar la vida misma.

"Los sueños, mientras dejan que los monstruos del pasado emerjan del más allá, trazan lo que el Homo sapiens sapiens percibe vagamente como las amenazas del futuro. De esta forma, los sueños, poblados de cataclismos y de fieras, quizá sean reminiscencias de miedos inmemoriales, de recuerdos de la precariedad del cuerpo: esa máquina atestada de agua que, sin embargo, se ahoga tan rápido, ese depredador al que devoran tan fácilmente".

Faunas nos recuerda que no dominamos la naturaleza, sino que somos una de sus expresiones temporales. Los cuerpos que se deforman, los sueños donde se mezclan escamas, plumas y piel, hablan de continuidad más que de monstruosidad: la vida persiste, aunque cambie de forma. Lo que tememos -la humedad, la mutación, el contagio- podría ser una invitación a reconciliarnos con la materia de la que venimos.

"Por todas partes, en la tierra, en el reverso de las hojas, en el hueco de los árboles, lo que aguardaba ha dejado de esperar.
Todo está vivo".

jueves, 9 de octubre de 2025

Devociones

Mary Oliver
Devociones: Poesía reunida
Traducción y prólogo de Andreu Jaume 
Lumen, 2025

Me he negado a vivir
encerrada en la pulcra casa
    de las razones y las pruebas.
El mundo en el que creo y vivo
es más amplio que eso. Y en fin,
    ¿qué hay de malo en quizás?

Nadie creería lo que yo he visto
una vez o dos. Os diré
    esto nada más: 
sólo si hay ángeles en tu mente
    podrás ver uno algún día.


Mary Oliver es una de las presencias habituales en este blog. En alguna de sus anteriores obras ya había podido degustar retazos de su poesía, pero este libro es un festín.

Publicado originalmente en 2017, dos años antes del fallecimiento de la autora, Devociones es más que una antología: es la autobiografía espiritual de Mary Oliver escrita a través de sus poemas. Reúne más de doscientos textos seleccionados por la propia autora, desde sus primeros poemas de 1963 hasta Felicity, su última publicación en 2015, presentados en sentido inverso, como un viaje de regreso hacia los orígenes.

En estas páginas, Mary Oliver convierte la atención al mundo natural en una forma de oración. Los bosques, los animales, las estaciones o un simple rayo de luz se transforman en símbolos de lo sagrado cotidiano. Su poesía invita a detenerse, mirar y agradecer: “prestar atención” es su verbo central, una ética. Con un lenguaje sencillo pero lleno de profundidad, la autora revela que la devoción no está en los templos, sino en la capacidad de asombro ante la vida.

No tienes por qué ser
el iris azul, podrían ser
yerbajos en un descampado, o unas pocas
piedrecillas, tan solo
presta atención, luego remienda

unas cuantas palabras y no intentes
sofisticarlas, esto no es
una competición sino la entrada

a dar las gracias, y un silencio en el que
quizás hable otra voz.

La voz de Mary Oliver es serena, luminosa y compasiva. Cada poema parece dicho al oído, como si la poeta caminara a nuestro lado señalando la belleza de lo pequeño. El conjunto deja una impresión de paz y gratitud, una celebración del vínculo entre la naturaleza y el alma humana. Una invitación a vivir con los ojos abiertos, una cartografía de la atención, la ternura y la trascendencia enraizada en lo simple.

¿Qué países, qué visitas,
     qué pompas
me podrían llenar tan plenamente como los bosques de Blackwater
una mañana soleada o, da lo mismo, bajo la lluvia?

He aquí un asombro: una vez tenía yo veinte años y en
     cada movimiento de mi cuerpo había una deliciosa paz,
y en cada movimiento de la verde tierra había
     un indicio del paraíso,
y ahora tengo sesenta años, y ocurre lo mismo.

Un libro que invita a detenerse, a contemplar, a reconocer el don interior que subyace en cada persona buscadora de luz (o de pájaros, o de luciérnagas). Quien se adentre en estas páginas con calma y atención (siempre la atención) podrá descubrir no solo poemas hermosos, sino un modo de habitar el mundo con gratitud.

Calma, alma mía, sé firme.
Tanto la tierra como el cielo aún miran
aunque el tiempo se desagüe en el reloj,
y tu paso, que era seguro y rápido,
sea de pronto lento.

Bien está que vayas lenta, mas deja
al corazón jugar aún su auténtico papel.
Ama aún como solías, hondamente
y sin paciencia. Que Dios y el mundo
conozcan tu gratitud.
Sepan que el don se ha concedido.

Todos pájaros

Wajdi Mouawad
Todos pájaros
Traducción de Coto Adánez
La Uña Rota, 2020

“La Operación Nube de Granizo adquiere una magnitud sin precedentes con la intervención de cuatro mil soldados desplegados en el conjunto de los territorios palestinos, apoyados por carros de asalto, cazas y destructores de la Armada. El ministro de defensa ha declarado que el Gobierno debe prepararse para una escalada de violencia y el primer ministro ha indicado que Israel «tomará las medidas necesarias para erradicar, de una vez por todas, las organizaciones terroristas palestinas»”


Wajdi Mouawad nació en 1968 en la localidad de Deir el Qamar, una pequeña población del sur del Líbano. En 1977 su familia salió del país huyendo de la guerra para refugiarse en París, de donde fueron expulsados en 1983, asentándose definitivamente en Quebec. Pero la guerra civil libanesa lo ha acompañado como trasfondo de todas sus obras. En todas ellas, una suerte de perversa e inapelable maquinaria de la sangre relaciona inextricablemente pasado y presente, convirtiendo a sus protagonistas en actrices y actores de un drama eterno. Así ocurría en su impresionante novela Ánima (Destino, 2014; traducción de Pablo Martín Sánchez):

"Yo nací hace tiempo de una masacre, mi familia fue degollada contra el muro de nuestro jardín, y hoy, años después, a miles de kilómetros de allí, la maquinaria de la sangre parece haberse puesto de nuevo en marcha. De Léonie a Janice, de Janice a Chuck y su desgraciado perro, y de Chuck a Rooney, revivo, uno por uno, todos los muertos que me vieron nacer. Es como un juego de pistas macabro que se practica sobre la tierra de América y en el que otros antes que yo, indios, colonos, nordistas o sudistas, sufrieron las mismas carnicerías, y sólo ahora empiezo a entenderlo. No se ha acabado porque sigue aullando y parece que me llama cada vez con mayor insistencia, parece que me nombra por mi propio nombre".

La historia que narra en Todos los pájaros comienza en una biblioteca de Nueva York, un espacio neutro, aparentemente ajeno a los conflictos del mundo. Allí, dos jóvenes se encuentran: Eitan, un científico alemán de origen israelí, y Wahida, una estudiante norteamericana con raíces árabes. El amor surge como un relámpago, luminoso, inesperado, casi puro. Pero esa chispa inicial no tarda en verse rodeada por las sombras del pasado, por las memorias que cada una, cada uno, lleva inscritas en la piel, incluso sin saberlo. El viaje de ambos hacia los territorios de Israel y Palestina marca un giro brusco: en el paso de Allenby (Al-Karamé para las y los palestinos), entre Israel y Jordania, un atentado terrorista deja a Eitan en coma. A partir de ese momento, el amor se convierte en silencio y el silencio en escenario donde emergen las tensiones familiares, los secretos no dichos, las historias que laten bajo la superficie: la memoria colectiva infiltrándose en la intimidad. Los padres callan, los abuelos ocultan, los hijos descubren demasiado tarde. Las verdades enterradas actúan como minas bajo el suelo familiar. Cada revelación estalla y transforma las relaciones, los cuerpos, las lenguas.

Ya no se trata solo de una historia de amor, sino de una disección brutal de la identidad, de los silencios familiares, de los secretos que generaciones enteras prefieren no nombrar. Alrededor de la cama de Eitan, mientras su vida pende de un hilo, se cruzan las voces de su padre, David, su madre, Norah, su abuela materna, Leah, y la de Wahida, cada una arrastrando culpas, miedos, resentimientos. El amor entre ambos se convierte en una herida que revela viejas fracturas: la del conflicto israelí-palestino, la de la herencia judía tras la Shoah, la de una memoria árabe desplazada y silenciada. Estas fracturas se encarnan en otros tres personajes fundamentales: Etgar, abuelo paterno de Eitan; Eden, mujer soldado israelí; y Hasan Ibn Muhammad Al-Wazzan, conocido en Occidente como León el Africano, cuya figura investiga Wahida.

El tiempo dramático en Mouawad no es lineal, el relato avanza y retrocede, se abre como un abanico de recuerdos, sueños, flashbacks y presencias fantasmales. La obra avanza como una espiral, cada escena no solo revela una capa del presente, sino que arrastra consigo siglos de historia, mitos, traiciones, genealogías. El autor recurre a la metáfora del pájaro anfibio -un pájaro que sueña con nadar entre los peces- para hablar de quienes no pertenecen del todo a un lugar ni a otro, de quienes viven entre mundos y terminan pagando el precio de su ambigüedad. Así son los personajes de esta obra: desajustados, "herederos de dos pueblos que se hacen pedazos", obligados a ser pájaro o pez cuando en realidad son ambos.

Mouawad se caracteriza por ser una voz que explora con crudeza y poesía las fracturas del siglo: las guerras, los silencios familiares, la violencia heredada, la memoria y la imposibilidad de olvidar. En Todos pájaros vuelve a introducirnos en un universo donde lo íntimo y lo histórico se entrelazan con la misma intensidad. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué lugar ocupan mis antepasados en mi destino? ¿Puedo amar más allá de las fronteras de mi identidad? ¿Qué identidad elegimos cuando todas nos dividen? ¿Cómo vivir con los fantasmas del pasado? ¿Qué herencia aceptar, cuál transformar, cuál olvidar? Mouawad no ofrece respuestas fáciles y la obra termina dejando más preguntas que certezas. Pero en ese espacio abierto, en ese territorio de ambigüedad, late la esperanza de que, pese a todo, tal vez podamos seguir buscándonos como pájaros errantes que sueñan con volar y nadar al mismo tiempo.

“Ni todo Auschwitz al completo afectó al más mínimo gen, al más ínfimo ADN de mi abuelo. Escúchame: cuando en 1966, la simiente de tu padre fecundó a tu madre, ¡no llevaba dentro ningún campo de concentración! No te vayas, siéntate, ¡vas a escucharme! La transmisión, tal y como tú la concibes, no existe, la única transmisión que existe es genética y la genética es sorda y ciega a cualquier afecto, a cualquier dolor. ¡No está en la sangre ni en la carne! ¡Está en la cabeza! ¡No es más que psicología de mierda! Una educación culpabilizadora porque todavía no hemos encontrado la forma de contar el pasado a los niños sin darles el coñazo y, si les traumatizamos, es porque queremos que estén traumatizados, ¡no aceptaríamos que lo superasen! Así que se inventó esa palabra, «transmisión» y no «asesinato» porque eso no se dice, se les dice «memoria, el peso de los antepasados, responsabilidad hacia el pasado» ¡y se les mata! Porque sentimos pena, una pena negra infinita. ¿Cómo explicar si no que no aprendamos nada, que, generación tras generación, volvamos a empezar? Si los traumas marcasen algo en los genes que transmitimos a nuestros hijos, ¿crees que nuestro pueblo, hoy, haría padecer a otro la opresión que él mismo padeció?”.

Impresiona leer este libro mientras Gaza es sistemáticamente destruida y, con ella cualquier posibilidad de hibridación entre peces y pájaros .