sábado, 10 de julio de 2021

Nuestros inesperados hermanos

Amin Maalouf
Nuestros inesperados hermanos
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego
Alianza Esitorial, 2020

"¡Qué poco se nos parecen nuestros inesperados hermanos! Se nos parecen como nos parecemos nosotros a los hombres del Paleolítico. ¿Qué habría sido de esos pobres antepasados si hubiéramos irrumpido en la cueva de Lascaux con nuestras excavadoras, nuestros gases lacrimógenos y nuestros proyectores mientras ellos dibujaban animales de tonos sabguinos en las paredes? Nos habrían arrojado unas cuantas piedras e imprecaciones antes de morir asfixiados. Y nosotros habríamos decretado que tenían bien merecida su suerte porque su cueva era insalubre y se portaban de forma cruel tanto con los animales como con sus semejantes. Mutatis mutandis, lo que nos está pasando hoy a nosotros...
¡Malditos sean nuestros salvadores!".


El protagonista y narrador de esta novela, Alec, es un cotizado dibujante creador de un personaje popular -"Groom, el trotamundos inmóvil"- cuyas viñetas diarias se publican en numerosos periódicos. En la cincuentena vive en Antioquia, la más pequeña de las islas del archipiélago de los Quirones, en el Atlántico Norte, con la sola vecindad de una novelista, Ève. 
 
Un día, inesperadamente, colapsan en todo el mundo las redes eléctricas y digítales. A los pocos días vuelven las comunicaciones y con ellas la gran noticia: la perturbación global ha sido provocada por un misterioso grupo de seres ¿humanos? -aparentemente lo son, pero poseen poderes sobrehumanos, además de avanzadísimos conocimientos tecnológicos- denominados "los amigos de Empédocles". Su objetivo declarado es el de salvar a la humanidad de sí misma, de su deriva autodestructiva. Al modo de benévolos pero nada democráticos "tutores" (despotismo ilustrado + solucionismo tecnológico) ponen en marcha un programa de "saneamiento" que no deja de presentar ominosos paralelismos con el colonialismo.
 
“Esta ficción nace del temor, de una angustia. La historia avanza hacia una dirección que no me gusta. Por eso la novela trata de un mundo donde pasa algo espectacular que cambia esa historia”, declaraba Maalouf el presentar la novela. Pero la aparente solución a esos temores no es nada alentadora. Desasosiega recordar que Empédocles es conocido por su defensa de la "democracia esclavista".

Leyéndola me venían ecos del poderoso Saramago narrador-moral, pero Maalouf se queda a medio camino y a ratos la historia resulta inverosimil incluso tratándose de una ficción distópica. Muy lejos de sus obras mayores, como León el Africano, Las cruzadas vistas por los árabes, El viaje de Baldassare o Identidades asesinas, en todo caso tiene el toque-Maalouf: calidad formal, aliento ético voluntad pedagógica. 
 
Al reseñarla ahora, me quedo con esta idea: llevamos con nosotras tanto las ascuas de la barbarie como las semillas de la salvación. Para activar estas últimas no es preciso que nadie nos tutorice desde fuera, tampoco debemos poner nuestra esperanza en ninguna disrupción tecnológica; el camino es recuperar la memoria de nuestros ideales y abandonar las promesas envenenadas de nuestra civilización:

"En el momento en que comenzaba a vacilar la llama del milagro, unos cuantos, más audaces que el resto, al parecer decidieron reaccionar. ¿Cuántos eran? Un puñado. Habían caído en la cuenta de que su civilización iba a naufragar y que, a costa de lo que fuera, había que salvar los ideales de que era portadora. Entonces se marcharon. Dejaron el Ática, Beocia, Tesalia o el Peloponeso, y no se llevaron consigo, dice la leyenda, sino 'el contenido de sus almas'. Y así fue como empezó la aventura de los míos".

Por cierto, que esto ya nos lo explicó mucho antes, en 1973, Ursula K. Le Guin, invitándonos a alejarnos de Omelas.

jueves, 8 de julio de 2021

La automatización de la desigualdad

Virginia Eubanks
La automatización de la desigualdad: Herramientas de tecnología avanzada para supervisar y castigar a los pobres
Traducción de Gemma Deza
Capitán Swing, 2021
 
"Aunque los edificios de los asilos para menesterosos se han demolido, su legado pervive en los sistemas de toma automatizada de decisiones que enjaulan y atrapan a los pobres actuales. Bajo su lustre de alta tecnología, los sistemas de gestión de la pobreza -tanto la toma automatizada de decisiones como la minería de datos y los análisis predictivos- guardan un parecido asombroso con las casas de la caridad del pasado. Las herramientas digitales actuales se sustentan en opiniones punitivas y moralistas de la pobreza y configuran un sistema de contención e investigación con tecnologías avanzadas. El asilo digital disuade a los pobres de acceder a los recursos públicos; supervisa su trabajo, su gasto, su sexualidad y la crianza de sus hijos; intenta predecir su comportamiento futuro, y castiga y criminaliza a quienes no acatan sus dictados. Y, en el proceso, crea distinciones morales cada vez más afiladas entre los pobres que merecen recibir ayudas y los que no, con categorizaciones que demuestran nuestro fracaso como país a la hora de cuidarnos los unos a los otros".

La politóloga Virginia Eubanks firma una profunda investigación sobre la forma en que la asentada cultura de la desconfianza y el castigo hacia las personas pobres se expresa en la actualidad en el lenguaje aparentemente aséptico de las tecnologías de análisis de datos.
 
Porque la aporofobia no es de hoy, aunque el concepto sea muy reciente: no hay más que leer la obra clásica de Bronislaw Geremek La piedad y la horca o recordar la tradición inglesa de las leyes sobre los pobres (en realidad, contra las personas pobres), como el Statut of Laborers (1349), las Poor Relief Acts de 1601 y de 1722, que supone el establecimiento de las workhouses o “casas del trabajo”, ominoso antecedente de la ideología de la activación laboral, o las propuestas del panopticófilo Jeremy Bentham en 1798.

 

Con la excepción de algunos breves momentos de relativa consideración del problema de la pobreza económica como una cuestión social (estructural) y, por ende, como un problema de responsabilidad no solo individual sino también colectiva -la época del denominado sistema Speenhamland (1795), estudiado por Karl Polanyi en La gran transformación, del estado beveridgiano de bienestar o de las políticas de garantía de rentas en sus versiones menos condicionalitarias- las personas pobres han sido siempre una molesta presencia en nuestras sociedades, un recordatorio de todo lo que no funciona (plena, universalmente) en nuestros estados sociales y de derecho: ni el derecho al empleo, ni a la vivienda, ni a la salud... De ahí la permanente tentación de culpabilizarlas de su situación, sacudiéndonos al tiempo nuestra propia responsabilidad colectiva.

Y, claro, los algoritmos desarrollados por una sociedad patriarcal, capitalista, racista y aporofóbica solo pueden reproducir esas mismas bases sociales. Como advierte Eubanks: "Solo la fantasía puede llevar a creer que un modelo estadístico o un algoritmo de clasificación cambiará drásticamente, como por arte de magia, una cultura, unas políticas y unas instituciones construidas a lo largo de los siglos". Y concluye: "Como el asilo para menesterosos de ladrillo y mortero, el asilo digital desvía a los pobres de los recursos públicos. Como la caridad científica, investiga, clasifica y criminaliza. Y como las herramientas acuñadas durante la reacción en contra de los derechos sociales, utiliza bases de datos integradas para marcar objetivos, rastrearlos y castigarlos".

Virginia Eubanks escribe desde y sobre Estados Unidos. Pero lo que dice debería ser leído y reflexionado también por estos lares.