viernes, 21 de febrero de 2020

El mapa de los afectos

Ana Merino
El mapa de los afectos
Destino, 2020

"La gente buena tiene un don para irradiar cariño, para producir campos de fuerza donde poder cobijar a los demás, y en parte gracias a esas personas y a la constancia de sus gestos amables, la humanidad todavía no se ha extinguido".

 
Ana Merino lleva casi cinco lustros viviendo en Estados Unidos, buena parte de ellos en la denominada América Profunda, según otra versión la "América real". Una América que conoce bien, como demuestra en esta hermosa novela.

Ubicada en el Medio Oeste americano, en la Iowa más rural, paisaje natural de llanuras, granjas y algunos bosques densos, de poblaciones cuyos habitantes entrecruzan sus vidas de mil maneras, donde el anonimato es prácticamente imposible y la entera existencia de cada persona se ve expuesta al escrutinio de la comunidad.

De hecho, así empieza el libro, con un delicado capítulo titulado "Todos los secretos", en el que Samuel descubre los furtivos encuentros amorosos de la improbable pareja formada por Valeria y Tom:

"Espiaba con atención meticulosa todo lo que se movía y lo anotaba en pequeñas agendas llenas de dibujos esquemáticos. En esos cuadernitos registraba detalladamente, como en un diario, los movimientos de los cazadores, los encuentros furtivos de los amantes o la cautela de los diferentes animales al caminar por la espesura".

Mientras leía la historia que nos regala Ana Merino no podía evitar recordar el estilo, el tono y los argumentos que se encuentran en las novelas de mi admirado Kent Haruf. Salvando muchas distancias: la escritura de Haruf comunica la perfección de una experiencia reposada de la que, creo, aún carece la autora de El mapa de los afectos, lo que se refleja en un par de tramas cuyo desenlace me parece un tanto superficial.

Pero no importa: en conjunto es una historia, son unas historias que emocionan, historias protagonizadas por gente corriente empeñadas en llevar vidas esencialmente decentes y bondadosas, a pesar de que dos de los momentos centrales de la novela los constituyan dos actos de violencia brutalmente cruel.

Sin embargo, en el tono general de la novela predomina una mirada compasiva y esperanzada, llena de encuentros sanadores entre personas normales, con vidas normales, capaces de abrirse a las demandas que se derivan del encuentro con sus semejantes. Hay una enorme sensibilidad  hacia la tragedia de las personas migrantes que arriesgan sus vidas tanto en la frontera de Estados Unidos con México como en el Mediterráneo. En el Mediterráneo, sí: aunque la historia transcurre en el Medio Oeste norteamericano España juega un papel muy relevante en la existencia de varios de sus personajes (en la de aquellas y aquellos que en el sociograma que incluyo más abajo aparecen rodeados de amarillo).

Hay también una sugerente religiosidad o espiritualidad que recorre toda la historia, como una corriente subterránea que lo empapa todo y que a veces irrumpe con fuerza, construida sobre la libertad, la alegría, la dulzura y la generosidad, y enfrentada al rigorismo, la imposición, el dogmatismo y la tristeza de tantos fundamentalismos:

"Alfredo miró a Emily fascinado. En la expresiva vulnerabilidad de la joven quiso vislumbrar el aliento de Dios. ese Dios que acompaña a los seres más desvalidos, a los perdedores absolutos, los que se hunden y son plenamente conscientes de la derrota y su trazo circular".


En una entrevista, la autora muestra su interés por "la idea literaria de definir nuestra propia existencia como una construcción colectiva", con la comunidad como eje articulador de la vida personal y colectiva. Y eso es lo que nos regala con esta novela, cuya lectura he disfrutado enormemente y recomiendo sin duda.


miércoles, 19 de febrero de 2020

Del final del terrorismo a la convivencia

Raúl López Romo, Gaizka Fernández Soldevilla, María Pilar Rodríguez Pérez, Iñaki garcía Arrizabalaga, Rafael Leonisio, Lourdes Pérez, Reyes Mate, Imanol Zubero, Izaskun Sáez de la Fuente, Denis Itxaso, Idoia Mendia
Del final del terrorismo a la convivencia
Los Libros de la Catarata / Ramón Rubial Fundazioa, Madrid / Bilbao 2019

“Algo extraño a mí –el rostro del otro hombre- me obliga a romper mi indiferencia. Soy molestado, me veo desembriagado de mi vida, despertado de mi sueño dogmático, expulsado de mi reino de inocencia y llamado por la intrusión de otro a una responsabilidad que no elegí ni quise” (Alain Finkielkraut).


La presidenta de la Fundación Ramón Rubial, Eider Gardeazabal, abre y cierra el prefacio del libro con una referencia expresa a esas nuevas generaciones de vascas y vascos que no han vivido "la experiencia corrosiva del terrorismo de ETA". Contiene las reflexiones, diversas, de personas adultas que sí han vivido esa experiencia, con mayor o menor intensidad en función de su edad y trayectoria vital o que, en todo caso, se han hecho explícitamente la pregunta que Eider Gardeazabal considera que aún no se ha planteado en toda su radicalidad la sociedad vasca: "¿Cómo consintió una sociedad próspera y educada que, delante de sus ojos, una minoría violenta amenazara y asesinara a las personas que se oponían a sus designios?".

Este es, por tanto, un libro reflexionado, sí, pero sobre todo es un libro recordado.

Eduardo Galeano abre uno de sus libros más hermosos, El libro de los abrazos (Siglo XXI, Madrid 1989), con esta definición: "Recordar: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón". No sé hasta qué punto se trata de una definición etimológicamente correcta: no coincide con lo que nos dice la RAE, que reduce el recuerdo a una actividad más mental que cordial. Pero siempre me ha parecido una definición más adecuada para referirnos a recuerdos que van mucho más allá de un mero apunte en la agenda, a recuerdos que nos devuelven experiencias de compromiso, de sufrimiento, de dolor.

Este es un libro cuyas autoras y autores han hecho, estoy seguro, el ejercicio de volver a pasar por su corazón un tiempo duro, sucio, complejo, que desearíamos dejar atrás definitivamente. Pero, como advierte Rafael Leonisio en su texto, es imprescindible "leer la página antes de pasarla". También esa página.

Desde esta perspectiva, el primero de los ensayos del libro, el firmado por Raúl López Romo, se inicia con esta directísima admonición: “Hijos: No os dejéis engatusar por los que pretenden dar un sentido trascendente a la actividad indigna de maltratar al otro”. Admonición que recuerda de inmediato a uno de los más inspirados y desasosegantes poemas de Jon Juaristi, el titulado Spoon River, Euskadi: "Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes y por qué hemos matado tan estúpidamente. Nuestros padres mintieron: eso es todo".

Evidentemente eso no es todo, porque nada es todo y porque también hubo padres y madres que no mintieron, que cuestionaron la violencia de sus hijas e hijos, sin que por ello pudieran evitarla. Pero, sin explicarlo todo, sí explica mucho. Hubo padres, también madres, pero fueron sobre todo padres, que mintieron sobre nuestro pasado. A sus propios hijos y, muchas veces, a otras personas jóvenes que confiaron en su experiencia y su palabra.

En algún artículo y en alguna entrevista de hace años he dicho que en este país se ha practicado una forma de pedofilia política, de abuso ideológico de menores, que ha transmitido una visión totalitaria de la historia y la sociedad vascas que no sé si ha empujado, pero sí ha legitimado a muchas personas jóvenes a cometer actos de acoso y violencia.

Izaskun Sáez de la Fuente aborda esta delicada cuestión de la  transmisión en un texto que armoniza su condición de analista experta del fenómeno del terrorismo vasco con su calidad de madre y, por ello, de responsable de la primera socialización en el seno de su familia. “Bajo la perspectiva ética, como padres y madres tenemos una responsabilidad ineludible. Otra cosa es de qué manera gestionarla”, escribe. “¿De qué hablamos en familia?”, se pregunta y nos pregunta. "¿Hablamos con nuestras hijas e hijos de la violencia (de las violencias) sufrida en Euskadi durante cinco décadas?".

Hay familias que sí lo han hecho. Lo han hecho las familias de las víctimas de ETA. Lo han hecho transmitiendo una memoria de sufrimiento injusto, reivindicando verdad, justicia y reparación, nunca apelando a la venganza cegadora del ojo por ojo. La reflexión de Iñaki García Arrizabalaga en este libro es el mejor ejemplo de esta impresionante actitud.

[Acaso me equivoque, pero solo conozco de un caso de un descendiente de víctimas de ETA que se haya visto implicado en actos de venganza violenta, e incluso en este caso la implicación no fue verificada por los tribunales de justicia. Me refiero a Ricardo Sáenz de Ynestrillas, hijo del comandante del Ejército español Ricardo Sáenz de Ynestrillas Martínez, que presenció el asesinato de su padre a manos de ETA, el 17 de junio de 1986, frente al portal de su casa. Fue procesado y absuelto por el asesinato del diputado de Herri Batasuna Josu Muguruza (perpetrado en Madrid en 1989) y diez acciones terroristas más contra ETA y personas relacionadas con el independentismo vasco].

También lo han hecho otras familias, contribuyendo a la transmisión intergeneracional del relato que legitima y sostiene el terrorismo. Familias que, en muchas ocasiones, aunque no siempre, contienen en su seno experiencias de represión, también a veces de violencia, que las convierte objetiva o subjetivamente en víctimas (de la guerra civil, de la dictadura franquista, de la tortura, del terrorismo de extrema derecha, del Estado…). Estas otras familias han configurado poderosas comunidades de sufrimiento, humus que ha alimentado en sus generaciones más jóvenes la justificación de la violencia contra personas e instituciones definidas como enemigo y, en muchos casos, la decisión personal de atentar contra la libertad y la vida de otras personas.

Pero unas y otras fueron, según concluye Izaskun, minoritarias en Euskadi: “La mayoría de la sociedad vasca y de sus familias mantuvo una actitud de indiferencia y vivió bastante bien durante el periodo en que ETA actuó sin sentirse interpelada por las víctimas que la organización armada, el terrorismo de Estado o la violencia policial o parapolicial creaban”.

Este libro, coordinado por Kepa Aulestia, no pasa facturas ni ofrece recetas. Simplemente comparte recuerdos, los reflexiona y confía en que reflexiones y recuerdos puedan contribuir, sumados a los de otras muchas personas, a transitar con decencia el camino que lleva del final del terrorismo y las violencias a la convivencia.


Desarrollé algunas de estas ideas en la conversación que mantuve el pasado 7 de febrero en la Biblioteca de Bidebarrieta, con Izaskun Sáez de la Fuenta y Eva Domaika.

Mi colaboración al libro puede leerse aquí.

domingo, 16 de febrero de 2020

Sierra de Ordunte: Maza de Pando, Ilso de las Estacas y Balgerri

Despedíamos el sábado en la costa de Bizkaia, chiringuiteando después de una excelente y excesiva comida de cuadrilla.


Así que esta mañana había que compensar. He salido temprano hacia el pantano de Ordunte, donde he dejado el coche junto a la presa (310 m.). Desde ahí he subido hasta Maza de Pando (1.021 m.), desde donde me he dirigido a las cumbres de Ilso de las Estacas (1.037 m ) y Balgerri (1.106 m ). Desde aquí he vuelto sobre mis pasos hasta el collado entre Balgerri e Ilso, donde ha cogido la pista que bordea las cumbres de regreso a Ordunte. He empezado a caminar a las 8:20 y he terminado a las 12:10.

Un amanecer precioso.
 Las aguas del embalse se agitaban con el viento, anticipo de lo que me he encontrado todo el camino: un auténtico vendaval que en la línea de cumbres hacía hasta incómodo el caminar.
 Hay que llegar hasta ahí arriba.
 Nada más pasar la presa hay que coger un camino que sale por la derecha.
Castro Grande.
Tras superar una empinada cuesta, este es el punto clave del recorrido: se pasa por una valla que hay que abrir (y volver a cerrar), se llega a una pista y a pocos metros hay que coger otra pista a nuestra izquierda que asciende decididamente.
 
El camino está plagado de procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa).
 
 
 Aunque hay que prestar atención en un par de cruces de pistas (bien marcadas por hitos de piedra), la subida es dura a veces, pero no presenta mayores complicaciones. Se atraviesa un precioso bosque, a pesar de su desnudez invernal.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Burgüeno (1.044 m.). Si seguimos por ahí pasaríamos por el Terreros y llegaríamos al Kolitza.
Superada la línea del bosque, hay que abandonar la pista para coger un estrecho sendero hacia la derecha que lleva directamente a la cumbre de Maza de Pando.
Ilso de las Estacas desde la cumbre de Maza de Pando.
 
 La subida al Ilso tiene rincones espectaculares.
 
 
 
 
 
 Cumbre del Ilso de las Estacas. Mirada hacia Maza de Pando.
 
Subiendo al Balgerri.
 
Cumbre del Balgerri.
 Desde el Balgerri: llso de las Estacas, Maza de Pando y Burgüeno.
 Embalse de Ordunte.
 El anchuroso valle de Karrantza.
 Lunada.
Desde el Balgerri, el mar.
 
Ahora toca descender hasta Ordunte.
 
 
 Mirada al alto desde Ordunte.