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miércoles, 30 de noviembre de 2022

Fronteras éticas

Tras el Tarajal, Melilla. Una investigación de El País revela hoy que "hubo al menos un muerto en suelo español", contradiciendo así la afirmación del ministro de Interior, Grande-Marlaska, de que en Melilla "no se produjo ningún hecho trágico en suelo español"


En la playa del Tarajal se trataba de evitar por todos los medios que aquellas personas que nadaban desesperadas lograran pisar suelo español. En Melilla el objetivo era que no lo lograra ni una sola de las personas igualmente desesperadas que pugnaban por atravesar la valla.  Porque de eso se trata: de seguir alimentando la funesta ficción de que lo que ocurre un centímetro más allá de nuestras fronteras no es asunto nuestro.


Ya ocurrió en septiembre de 2018, en plena polémica por la venta de bombas a Arabia saudí y la posibilidad de que estas pudieran ser utilizadas contra la población civil en Yemen, cuando Pedro Sánchez se lavó las manos diciendo que "nuestra responsabilidad llega hasta nuestras fronteras".


Este vacío moral lo encontramos en la respuesta que dio Elena Valenciano el 16 de febrero de 2014 a una pregunta sobre la limitación de la justicia universal impulsada por el PP:

P. ¿Harán la misma campaña contra el recorte de la justicia universal del PP que la que están haciendo contra la ley del aborto?
R. Sí, completamente. La justicia no debe tener fronteras.
P. Ustedes ya recortaron en su día la justicia universal.
R. Muy poco.


Las fronteras políticas son, siempre, fronteras éticas. Lo he escrito y lo he dicho infinidad de veces. Nos escudamos tras ellas para no asumir nuestra responsabilidad. La que se deriva del simple hecho de que nada humano nos es ajeno. Por virtud (ojalá) o por necesidad.

viernes, 29 de julio de 2022

Pasar, cueste lo que cueste

Georges Didi-Huberman y Niki Giannari
Pasar, cueste lo que cueste
Traducción de Mariel Manrique
Shangrila, 2018


"Tenías razón.
Los hombres olvidarán estos trenes
como olvidaron aquellos otros.
Pero la ceniza
recuerda".
 
 
Así comienza el poema de Niki Giannari "Unos espectros recorren Europa", con el que se abre este libro. Un texto poderosísimo, un salmo laico, un retumbar de pasos sobre la tierra embarrada, un sacudir de alambres, un repicar de voces reclamando pasar, solo pasar. "Aquí, en el parque cerrado de Occidente, / las naciones sombrías amurallan sus campos / de tanto confundir al perseguidor y al perseguido", denuncia Giannari. "Pasan y nos piensan. / Los muertos que hemos olvidado, / los compromisos que asumimos / y las promesas, / las ideas que amamos, / las revoluciones que hicimos, / los sacramentos que negamos, / todo volvió con ellos".
 
Este poema es el eje vertebral del documental del mismo título realizado en 2016 por la poetisa, junto con su amiga María Kourkouta, en el que se testimonia la realidad de la vida de las miles de personas procedentes de Oriente Medio, sobre todo de Siria, refugiadas en el campo de Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia. Allí, junto a una estación de ferrocarriles por la que circulaban sin obstáculos los trenes cargados de mercancías, miles de personas refugiadas se apiñaban retenidas en condiciones inhumanas.
 
Con la lucidez y sensibilidad que le caracterizan, Didi-Huberman analiza el documental y, a partir de él, disecciona y denuncia la gravísima "crisis política de las instituciones jurídicas de hospitalidad occidental", componiendo un texto que debería formar parte del botiquín de emergencia de toda aquella persona o entidad que quiera combatir la creciente insensibilización de nuestras sociedades ante el dolor de las demás.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

"El consejero" de Cormac McCarthy

Cormac McCarthy
El consejero
Traducción de Luis Murillo Fort
Debolsillo, 2014 [Mondadori, 2013]

"REINER: En este caso es un artilugio provisto de un pequeño motor eléctrico con un increíble engranaje compuesto que va soltando un fino cable de acero. Funciona con batería. El cable está hecho de una aleación impura, es casi imposible  de cortar y forma una lazada; te acercas al tipo por detrás y se lo pasas porencima de la cabeza y tiras del cabo suelto del cable y te vas. No te ha visto ni Dios. Al tensar el cable  se activa el motor y el nudo se va apretando y apretando hasta que se cierra por completo.
CONSEJERO: Y el tipo se queda sin cabeza.
REINER: Es una posibilidad".

Este aterrador instrumento se llama "bolito". Y así, como un bolito que te atrapa sin posibilidad de escapar y te corta el aliento, funciona esta historia, en realidad un guión a partir del cual Ridley Scott dirigió la película homónima estrenada en 2013 y protagonizada por Michael Fassbender, Penélope Cruz, Javier Bardem, Cameron Diaz y Brad Pitt.

La historia transcurre en la frontera entre Texas y México. Un importante abogado, el Consejero, decide acometer una peligrosa operación de tráfico de cocaína con la esperanza de ganar millones de dólares. Será sólo una vez y luego volverá a su vida normal, aunque inmensamente más rico. Pero sus planes no resultarán como esperaba y se verá irremediablemente arrojado a un mundo de violencia brutal, en el que la vida de las personas no tiene ningún valor. Un mundo de feroces deptredadores, donde un advenedizo como el Consejero sólo puede jugar el papel de víctima.


Escrito en un tono seco y directo, este libro recuerda en su argumento y contenido a El poder del perro, de Don Winslow; y en su lenguaje tiene ecos de los grandes dramas clásicos:

"Nos gustaría correr un velo sobre tanta sangre y tanto horror. Sangre y horror que nos han traído a donde estamos ahora. Es nuestro endeble corazón lo que nos hace cerrar los ojos a todo eso, pero con ello no hace sino labrar nuestro destino".

Macbeth en Ciudad Juarez.




viernes, 27 de septiembre de 2019

Muros: ¿son las fronteras necesarias para el surgimiento y mantenimiento de sociedades civilizadas?

David Frye
Muros. La civilización a través de sus fronteras
Traducción de Eduardo Jordá
Turner, 2019


¿Quienes son los constructores de murallas?
Nosotros somos los constructores de murallas.
Y lo hemos sido desde el principio.

Este es un libro tan interesante como provocador. Es interesante por el tema que aborda -"la correlación que hay en casi todo el mundo entre la civilización y la murallas"- y por cómo está escrito: con un derroche de conocimiento, un excelente pulso narrativo y algunos toques de humor inteligente a lo "Concostrina":

  • En cierta ocasión, al construir una ciudad que tenía que parecerse a Antioquía, Cosroes la llamó "La ciudad de Cosroes que es mucho mejor que Antioquía", un nombre que por fortuna no prosperó.
  • Las murallas persas, como las romanas, tienen una historia muy breve. Es una especie de comedia negra, en la que los muros erigidos para resistir la invasión de un enemigo conocido se terminan de construir justo antes de que un nuevo enemigo llegue amenazando desde otra dirección.

Es provocador por la tesis explícita que defiende: que las murallas han sido las parteras de todas las grandes civilizaciones, como la china, las mesopotámicas, la de Grecia o la de Egipto. ¿Por qué?

La historia ha demostrado que la seguridad proporcionada por las murallas consiguió liberar a una gran cantidad de varones de las exigencias de convertirse en guerreros. Las murallas les permitieron dedicarse a actividades propias de la vida civil -hacer cosas, construir cosas, pensar, crear-, con independencia de que al final llegaran a autorrealizarse. Al permitir que los varones se dedicaran a las tareas agrícolas, las murallas también liberaron a las mujeres de ser las únicas responsables de la producción  de alimentos.

Mientras que en el interior de las murallas se desarrollaba una vida civil cada vez más compleja, con actividades económicas, artísticas, políticas, culturales, fuera de estas dominaban los guerreros, expertos en la violencia, dedicados al nomadismo y al pillaje, conformando las temibles hordas de las estepas, "lo más parecido a una bomba atómica que pudieron inventar los pueblos premodernos".

Frye nos nos introduce magistralmente en una historia de miles de años confrontación entre estas dos formas de vida, la de los constructores de murallas y la de quienes se desplazaban por las amplias extensiones fuera de ellas. Entre civilizados y bárbaros, por decirlo de forma tan sintética como discutible. Confrontación que en una escala temporal tan amplia derivó en conclusiones muy diversas: a veces las murallas resistieron el empuje de las hordas, en otras sucumbieron a sus ataques, otras veces los habitantes tras las murallas recurrieron a otros bárbaros para que los defendieran de quienes los asediaban; también hubo pueblos bárbaros que acabaron construyendo murallas y "civilizándose"...

En la actualidad, cuando asistimos a un preocupante  resurgimiento de los muros en el siglo XXI, la reflexión de Frye resuena inquietante: "Donde no hay murallas fronterizas habrá a la fuerza murallas protegiendo las ciudades, y si no hay murallas protegiendo a las ciudades, habrá muros divisorios entre los barrios de la ciudad; y si no existen esos muros divisorios, habrá seguro otros muros más pequeños".


La seguridad artificial que parecen ofrecer las murallas, advierte Frye, tenía algunas consecuencias: "Los constructores de murallas tuvieron que sacrificar algo de sí mismos para alcanzar todas estas libertades. En primer lugar, ya nunca volvieron a poseer la insensibilidad al miedo".

Como nos recuerda Wendy Brown, “Los muros no pueden bloquear lo exterior sin cerrar lo interior, no pueden dar seguridad sin hacer del ansia por la seguridad una forma de vida, un reaccionario nosotros” (Estados amurallados, soberanía en declive, Herder 2015). ¿Cómo lograr el imprescindible equilibrio entre esa seguridad que posibilita el ejercicio de la libertad, pero sin sucumbir al miedo y al cierre reaccionario?

miércoles, 27 de septiembre de 2017

El robo del futuro: fronteras, miedos, crisis

Ayer, en la hermosa Biblioteca de Bidebarrieta, tuve la oportunidad de participar en la presentación del último libro de Patxi Lanceros, titulado El robo del futuro. Fronteras, miedos, crisis (Los Libros de la Catarata, Madrid 2017). Un libro más que recomendable.


A continuación, el arranque (en su versión escrita) de mi intervención:

Contra la idiotez rampante en nuestro tiempo, ubicua, metastática, transversal. Contra la expansión de la idiocia y su banalización moral. Contra el idiota, “miembro de una tribu enorme y poderosa cuya influencia en los asuntos humanos ha sido siempre generalizada y preponderante” (como observa al final del libro, citando al vitriólico Ambros Bierce, ese “gringo viejo” que desapareció en el México revolucionario de Villa y de Zapata).
Contra la teo-tecno-idiocracia de la inevitabilidad, que todo deja abierto a un fatum, un destino incontrolable.
Contra la idio-idolatría de las tribus, que confían su defensa al cierre y la clausura.

No es menor el campo de gigantes, quise decir molinos, contra los que Patxi Lanceros se planta, hecho del morrión de la filosofía celada protectora de la razón frente al idiotismo moral (que diría Norbert Bilbeny) o la razón indolente (en formulación de Boaventura de Sousa Santos).
A pesar de su brevedad, no es un libro de lectura ligera. No sólo por el estilo de su escritura: culta, sí, elevada, cincelada con las herramientas de la gramática y del latín, depurada, y por lo mismo exacta: cada cursiva es una advertencia, cada paréntesis una llamada a la reflexión.
A pesar de su profundidad, es un libro que nos habla, casi siempre sin citarlo expresamente, de los que nos está pasando ahora mismo. De Cataluña (y España), de las elecciones alemanas, del incumplimiento español y europeo de sus compromisos en la acogida de las personas refugiadas.
A pesar de la actualidad y de la urgencia de las temáticas que aborda, no es un libro cuyo interés se agote en esa misma actualidad y en sus peripecias coyunturales. La mirada de Patxi nos invita a remontar esa coyuntura hasta un punto desde el cual observar con perspectiva y comprender no sólo el ahora mismo, sino el itinerario que nos ha traído hasta aquí.

En el vídeo se recoge la totalidad de la presentación.










 

sábado, 18 de febrero de 2017

El futuro de Europa se juega en el Mediterráneo

[1] Leo a Alain Finkielkraut desde hace muchos años. Lo leo con interés y dedicación, aunque no comparto muchos de sus juicios; o porque no comparto muchos de sus juicios: de entre las muchas autoras y autores ajenos, en principio, a mi tradición política y filosófica, Finkielkraut es uno de los que más me cuestiona y me hace pensar. Es verdad que me sentía más interpelado por el autor de La humanidad perdida (1998 [1996]) -"Que los hombres sean primero hombres y sólo después miembros de una casta o titulares de una genealogía significa que ya no pertenecen a su pertenencia. Esta irreductibilidad del individuo a su rango, a su estatuto, a su comunidad, a su nación, a su extracción o a su linaje es su libertad"- o de La ingratitud (2001 [1999]) -"Del desarraigo de los apátridas al internamiento concentracionario, la negación de lo humano ha tomado forma de desolación, es decir, de privación de suelo, de experiencia radical y desesperada de una absoluta no pertenencia al mundo"- que el último Finkielkraut de Lo único exacto (Alianza, 2017 [2015]), cada vez más obsesionado con el control de las migraciones por razones que, existiendo ciertamente en la sociedad francesa (y europea) y respondiendo a temores e incertidumbres que deben ser comprendidos antes que estigmatizados, no pueden ser "blanqueados" con la facilidad y ligereza con la que lo hace el pensador francés.
"Luchar contra el islamismo -escribe- es proporcionarse los medios para recuperar los territorios perdidos de la nación, reconstruyendo la escuela republicana entontecida, estropeada e incluso saqueada por medio siglo de reformas demagógicas, y dominando los flujos migratorios, porque cuantos más inmigrantes llegados del mundo árabe-musulmán hay, más se fragmenta la comunidad nacional y más se desarrolla la propaganda radical". ¿De verdad es el combate contra el islamismo el principal motivo para recuperar los territorios perdidos de la nación, en particular la escuela republicana?
"Dejo a los expertos -continua- la tarea de decidir si hay que elegir para los que van llegando la vía de la integración o la vía de la asimilación. Lo único que yo sé es que los habitantes de un mismo territorio no pueden vivir junto si sus relojes no marcan la misma hora. La sincronización se impone. Y es incompatible con seguir buscando, al ritmo actual, la inmigración de poblamiento".  ¡Qué simpleza la referencia al reloj! Por supuesto que la vida en común exige sincronización, pero ¿de qué tipo? ¿La sincronización metálica de un desfile militar? ¿La sinfónica y polifónica de una orquesta de música clásica? ¿La sincronización aparentemente desorganizada pero de un grupo de jazz?
"Nadie es por esencia o por fatalidad extraño a la urbanidad francesa. Para que todos lleguen a ser contemporáneos, sin embargo, no debe seguir aumentando indefinidamente el número de quienes no lo son de partida". Acabáramos. No sé lo que ocurre en Francia, pero si existe algo así como una "urbanidad vasca", quienes la cuestionan en la práctica cada día -con quedadas para enfrentarse con otros hooligans, incumpliendo las normas básicas de la seguridad en la conducción, enguarrando los espacios públicos con todo tipo de residuos, eludiendo la solidaridad fiscal...- son, en su inmensa mayoría, "contemporáneos de partida".
Y así, termina Finkielkraut reprochando al papa Francisco su discurso ante el Parlamento Europeo el 25 de noviembre de 2014 y su advertencia de que, por inacción, Europa pueda permitir que "el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio". Considera Finkielkraut que el discurso del papa contrapone y enfrenta "el corazón y la razón", desconociendo que el deber tiene que nfrentarse muchas veces a encrucijadas."Esgrimiendo la caridad cristina como único viático -escribe-, se niega a pensar en las consecuencias de la inmigración de poblaciones a los pueblos europeos". Leyendo el párrafo que incluye la advertencia del papa contra la transformación del Mare Nostrum en Mare Mortum, creo que la acusación de buenismo irracional no se sostiene:
"No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos – causa principal de este fenómeno –, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos".


[2] Hace años que vengo denunciando el mortífero Muro de Agua en el que hemos convertido el Mediterráneo. Esta tarde me gustaría poder estar en Barcelona, sumándome a la manifestación que desde las 16:00 reclama vías seguras y legales para que las personas que salen de África huyendo de la guerra, la represión o la necesidad no tengan que jugarse la vida. Desde la distancia, la estoy siguiendo en directo. Muchísima gente. ¡Qué bueno!.
El escritor sueco Henning Mankell solía decir en muchas entrevistas que la solución a la cuestión de la inmigración debería ser construir un puente entre África y Gibraltar, pagado por los europeos. No es esta una propuesta que inmediatamente pueda llevarse a la práctica, no es por tanto una solución. Pero sí es una manera provocadora de reivindicar esa naturaleza profunda de Europa como puente y no como barrera, como proyecto permanentemente abierto y no como constructo definitivamente clausurado, como geografía indecisa e indefinida y no como territorio delimitado, como apertura y no como cierre.
Claudio Magris ha dedicado muchas páginas, sobre todo las de su maravilloso ensayo El Danubio, a recordarnos que fue en sus regiones centrales (Alemania, Austria, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía), regadas por el poderoso río Danubio, donde Europa estuvo muchas veces a punto de perecer, como consecuencia de la confrontación entre religiones, culturas, naciones; y que el futuro de una Europa unida depende de que los recuerdos, las huellas y las raíces de tales confrontaciones, puedan resignificarse en un proyecto compartido.
Yo creo que si el pasado de Europa se jugó en torno a un río, el Danubio, y a su potencial tanto conector como separador, el futuro de Europa se jugará en torno a un mar, el Mediterráneo, igualmente separador o vinculador.

sábado, 16 de julio de 2016

Reconocer como iguales a las víctimas de las tierras arrasadas

[I] El domingo 3 de julio publicaba EL PAÍS una entrevista con el lingüista italiano Raffaele Simone, conocido en España por su libro El monstruo amable (Taurus, 2011), del que ya hemos hablado en este blog. En la entrevista, Simone planteaba lo siguiente:

La inmigración puede disolver Europa. El paradigma democrático contiene una ficción fundamental, que yo llamo de inclusión ilimitada: cualquiera se puede presentar a mi puerta, sobre todo si está escapando de la represión, y encontrará hospitalidad. Es un principio sacrosanto, pero se puede aplicar solo a individuos. Aquí tenemos el caso de subcontinentes enteros que se transfieren a Europa. Ese choque es fatal desde el punto de vista económico, porque va a gravar nuestros presupuestos sociales, y cultural, porque la inmensa mayoría son islámicos. Y provienen de países con una cultura del trabajo débil o inexistente; la mayoría son varones que plantearán problemas de acompañamiento sentimental, por decirlo así, y tienen un ritmo de reproducción mucho más alto. Se han inventado mitos, como que, al sufrir Europa una crisis demográfica, los recién llegados van a compensarlo. Pero son islámicos y esa es una diferencia radical. Ante esto, la izquierda ha adoptado la filosofía de “que vengan todos”. Pero eso no es una filosofía, es la renuncia a tomar una decisión. Y ha hecho un regalo monumental a la derecha. De ahí que el futuro de países como Francia, Austria o los escandinavos esté definido por la mala gestión del tema de la inmigración. Y Europa se desplazará hacia la derecha.

Este es un argumento central de su último libro, El hada democrática (Taurus, 2016). Considera Simone que la democracia en Europa afronta un grave riesgo de descomposición causado por los excesos derivados de la "aspiración a la democracia directa" y por el error de que "durante decenios se ha dejado entrar en toda Europa occidental a importantes flujos de inmigración, tanto legal como clandestina, sin ningún filtro ni medida de control eficaz".
El razonamiento no es nuevo, y ha sido planteado hace unos años bajo la fórmula del dilema progresista, entendido como la contradicción intrínseca entre apertura a la diversidad y mantenimiento de la cohesión social. Lo he abordado en el trabajo Confianza ciudadana y capital social en sociedades multiculturales (Ikuspegi, 2010; aquí en euskera).
Simone considera que la "actitud de hospitalidad a cualquier coste [...] producto de la propensión solidaria de las izquierdas y del humanitarismo cristiano católico", ha generado una suerte de "extremismo humanitario" que ha permitido que en algunos países europeos "hasta los inmigrantes técnicamente clandestinos han podido disfrutar gratuitamente de servicios y derechos que los residentes financian con sus impuestos, como los de enviar a sus hijos a la escuela y tener asistencia sanitaria".

Y aquí es donde Simone se transmuta en ese Giovanni Sartori que, en su último libro titulado La carrera hacia ningún lugar (Taurus, 2016), propone cosas como una "ciudadanía revocable": junto al ius sanguinis y al ius soli propone (aunque más bien parece que no sería tanto una tercera vía para acceder a la ciudadanía, sino el criterio fundamental para Sartori) "la concesión de la residencia permanente, transferible a los hijos pero siempre revocable, a cualquiera que entre en un país legalmente con los papeles en regla y un puesto de trabajo, no digo asegurado, pero sí prometido o creíble. En espera de descubrir cuántos seremos, si los podremos absorber o no, esta fórmula concede tiempo y no hace daño". De acuerdo en que esta formula nos concede tiempo (otra cosa es lo que ocurre con el tiempo "prestado" a las personas inmigrantes), pero ¿de verdad no hace daño? Una ciudadanía forzosamente temporal y precaria, hasta nuevo aviso, ¿permite de verdad construir una sociedad cohesionada? Pero Simone tan sólo es capaz de ver los problemas que para las sociedades receptoras supone la inmigración:

La masa de inmigrantes -considera una parte de los ciudadanos- no está compuesta sólo por gente que huye de guerras y persecuciones y por trabajadores (indispensables para un continente que envejece), sino también por marginados, ociosos, integristas religiosos, delincuentes y componentes de bandas criminales... [que] aprenden rápidamente a reivindicar derechos a la europea. [...] Crean, además, discriminaciones positivas que no pueden sino indisponer a los nativos: piénsese que la acogida de los inmigrantes recién llegados le cuesta a cada gobierno europeo centenares de millones de euros al año.

Simone recordaba en El monstruo amable que estar en la izquierda exige un arduo y sostenido esfuerzo para sostener un improbable artificio dirigido a modular impulsos, deseos y aspiraciones ("no tenemos sueños baratos") sobre los que se apoya con plena comodidad la derecha. Frente a la "naturalidad de la derecha", con sus postulados de superioridad (yo lo soy todo, tú no eres nadie), de propiedad (lo mío es mío y punto), de libertad (hago lo que me da la gana), de no injerencia (no te metas en mis asuntos) y de superioridad de lo privado sobre lo público, tan similares a las "convicciones que exhibe el niño en sus primeras relaciones con los demás", la "artificialidad de la izquierda", fundada sobre "elaboraciones donde la naturaleza se corrige, se remodela, se refrena, y en parte se niega". Esta aproximación de Simone fue lo que más me interesó de su primer libro: la idea de que "las posiciones de izquierdas son abstractas, laboriosas e inestables", ya que "para estar en la izquierda hace falta haber metido en cintura los impulsos descritos en los postulados de la derecha, con un grado variable de esfuerzo sobre uno mismo, es decir, de renuncia, incluso a costa de negar o limitar sus propios intereses". De ahí "el aspecto al mismo tiempo admirable y demencial de la izquierda (y es lo que la aproxima en ciertos aspectos a algunas formas de devoción religiosa): ¿renunciar cuando uno puede tener? ¿Privarse cuando uno puede acumular? ¿Igualarse cundo uno puede prevalecer?".
¿Por qué cuando se trata de la inmigración, Simone se pliega a los postulados tantas veces dominantes (vienen a quitarnos lo nuestro, no contribuyen, sólo exigen, no se integran...) en lugar de cuestionarlos? Porque, claro que es verdad que muchas personas mantienen las opiniones señaladas por Simone más arriba; y no por ello pueden ser calificadas inmediata y simplistamente de racistas o xenófobas. He abordado estas cuestiones en un artículo titulado "Desamparo, populismo y xenofobia·" (Revista Española del Tercer Sector, 31, 2015). Pero, ¿por qué en este caso Simone no considera necesario "remodelar, refrenar y en parte negar" esas elaboraciones, metiéndolas en cintura y evitando su expresión "natural"?


[II] Hace dos noches terminé la novela de Emiliano Monge Las tierras arrasadas (Penguin Random House, 2016), cuya lectura he tenido que suspender en varias ocasiones simplemente para reponerme de la terrible realidad que presenta. El trasfondo de la novela son las penurias que afrontan las personas que intentan entrar en México desde Centro y Sur América, muchas veces con la intención de continuar hacia Estados Unidos: engañadas por quienes supuestamente han de guiarlas a través de la frontera, vendidas como mera carne o fuerza de trabajo a explotadores sin escrúpulos, asesinadas, desmembradas, violadas, desaparecidas, olvidadas... Sus voces reales, intercaladas entre la ficción magistralmente construida por Monge, suenan familiares:

  • Quiero ir nomás para volver después con mis promesas... le prometí a mi hija una laptop... a mi hijo una chamarra de los Cubs... le prometí a mi esposa traer dinero... por eso voy a ese lado... para volverme con todas mis promesas.
  • Nomás llegue van a estarme allí esperando... mis dos hijos y mi esposo... llevan ellos ahí casi cuatro años... no los he visto en este tiempo... por eso van a tenerme allí una fiesta.
  • Para parirlo allá y que no tenga él que hacerlo luego... quiero que nazca allá para que no tenga que hacer todo este viaje... por eso voy... para sacarme este embarazo.

Estas son, sobre todo, las personas que migran. Ni parásitos ni terroristas; mujeres y hombres que sueñan con atravesar "el muro que divide en dos las tierras arrasadas", y que al intentarlo se encuentran con la pesadilla más atroz e inimaginable.

  • Es la tercera vez que vengo... la segunda fue peor que ésta... nos secuestraron, nos subieron a un vehículo y nos llevaron a una casa... nos pidieron los teléfonos y hablaron a pedir nuestro rescate... a las viejas nos partieron por las piernas... a los hombres les rompieron con su pala las espaldas... para que no pudieran irse... para no tener ni que cuidarlos... ahí en el suelo los dejaban... nada más para usarlos cuando hablaban.
  • Se subieron otra vez... pensé van a empezar todo de nuevo... ni supliqué que no empezaran... para qué... ahora o después pero estarán de nuevo encima... pensé... no tenía fuerzas ni para estar viva... para qué también pensé... habían dejado sus heridas... las de adentro... que duelen para siempre... ¿no?
  • Le pedí a Dios que ayudara... que no dejara que eso nos hicieran... yo rezaba y ellos se reían... luego me sacaron afuera y me tiraron en el lodo... me dijeron síguele rezando a ver qué pasa... y me quedé ahí tirada... en medio de la oscuridad y el olor a podrido... ahora sueño con el olor ese a podrido... y ya no rezo.

Escribe Amos Oz en Contra el fanatismo (Siruela, 2003) que la característica más definitoria de mentalidad fanática es la carencia de imaginación. Añado yo que esta carencia de imaginación es la que permite hacer afirmaciones o proponer actuaciones cuyas consecuencias reales, en el caso de realizarse, jamás son tomadas ne consideración. Algo de esto ocurre con las posiciones que ante la inmigración defienden autores como Sartori o Simone. ¿Son conscientes de las consecuencias que se derivan de su posición ante la inmigración? Exclusiones de la asistencia sanitaria y de las oportunidades educativas, redadas identificatorias, deportaciones masivas... A las personas que mantienen estas opiniones habría que responder como, según cuenta Oz, hizo un amigo suyo a un taxista que se empeñaba en que había que expulsar, cuando no eliminar, a todos los árabes: ¿Y quién cree usted que debería hacerlo?
Consecuencias como el recurso a medios cada vez más peligrosos para poder realizar su viaje migratorio, con los riesgos terribles que  ello supone; riesgos entre los que el de perder la vida en el intento no siempre es es más extremo, especialmente en el caso de las mujeres migrantes.

Leer el libro de Monge es dejarse golpear por "la historia del último holocausto de la especie". Tal vez, también, la única manera de no sucumbir ante los postulados "naturales" de un discurso anti-inmigración que ni siquiera la izquierda en la que se ubica Simone parece capaz de combatir.

lunes, 4 de julio de 2016

Elogio del traidor

Escribe Claudio Magris en El infinito viajar (Anagrama, 2008) que "viajar enseña el desarraigo, a sentirse siempre extranjeros en la vida, incluso en casa, pero sentirse extranjero entre extranjeros acaso sea la única manera de ser verdaderamente hermanos".
Quienes me conocen saben de mi sedentarismo militante. Considero que eso de viajar está sobrevalorado. "Asegúrese de que lleva todo lo superfluo para su viaje innecesario", ironizaba El Roto en una de sus viñetas.
Pero sí aprecio y valoro la experiencia de extrañamiento respecto de lo propio que describe Magris. Experiencia que no siempre encontramos en el viaje, desde luego no en esos viajes normalizados, empaquetados, todo-incluido, que son la mayoría de los viajes. Afortunadamente no es preciso viajar para descubrirse extranjero entre extranjeros. A mí me basta un rincón de mi casa.
Ahí (aquí) me encuentro a diario con autoras y autores que han hecho de la extranjería su arte: el propio Magris, Camus, Simone Weil, Erri de Luca, Thoureau ("Si de forma plenamente consciente hubiera de unirme a las filas de algún partido, escogería aquel que mayor libertad ofrezca para el pensamiento". Cartas a un buscador de sí mismo, Errata Naturae 2012)... Ahí están, en la estantería que queda justo a mi espalda, leyendo sobre mi hombro todo lo que escribo, corrigiéndome.


Y entre ellas y ellos, también está Amos Oz.
No es la primera vez que Amos Oz se hace presente por aquí. En esta su última novela, la figura de Judas, el "traidor" paradigmático en la cultura cristiana, le sirve a Oz para retomar una de sus principales obsesiones: la de lograr la convivencia entre dos estados, Israel y Palestina, imprescindibles para que dos pueblos que no tienen a dónde ir puedan tener un futuro en paz.
La novela nos sitúa al comienzo de la década de los 60, cuando el joven Shmuel Ash, socialista, emotivo e intenso, estudiante con una investigación estancada sobre la figura de Judas y su relación con Jesús, abandonado por su novia -"un oso aturdido al que habían sacado de su hibernación"-, responde a un anuncio en el que se ofrece empleo y alojamiento a un "estudiante soltero de Humanidades, conversador sensible a quien le guste la historia ... a cambio de hacer compañía durante unas cinco horas cada tarde a un inválido de setenta años, un hombre ilustrado, de gran cultura".
Así es como conocerá a Gershom Wald, el anciano, pero sobre todo a una mujer fascinante, Atalia Abravanel, viuda del único hijo de Gershom, muerto en combate durante la guerra de 1948. Atalia, hija de Joaquín Abravanel, hombre ilustrado, crítico con el proyecto de Estado judío independiente impulsado por Ben Gurion, convencido de la necesidad y la posibilidad de encontrar la manera de que árabes y judíos convivieran pacíficamente compartiendo un mismo territorio, pero sin constituirse en estados:

Abravanel, por su parte, no creía en ningún estado. Tampoco en un estado binacional. Tampoco en un estado compartido por árabes y judíos. La idea de un mundo dividido en cientos de estados con pasos fronterizos, alambradas de espino, pasaportes, banderas, ejércitos y sistemas monetarios separados, le parecía una idea desquiciada, arcaica, primitiva, criminal, una idea desfasada y que muy pronto desaparecería del mundo. Él me decía, para qué tenéis que establecer aquí deprisa y corriendo, a sangre y fuego, otro estadito liliputiense, a costa de una guerra sin fin, cuando dentro de muy poco todos los estados del mundo desaparecerán y, en su lugar, habrá comunidades de hablantes de diferentes lenguas que vivan unos al lado de otros y unos en medio de otros sin esos juguetes letales como soberanías, fronteras y armas destructivas de todas clases.
[...] Es mejor que no intentemos fundar aquí ni un Estado árabe ni un Estado judío, afirmaba: vivamos aquí los unos al lado de los otros y los unos en medio de los otros, judíos y árabes, cristianos y musulmanes, drusos y circasianos, ortodoxos, católicos y armenios, un grupo de comunidades vecinas sin fronteras separadoras.

Y por ello acabó sus días aislado, en esa casa-velatorio, con la única compañía de sus libros, una hija viuda y el padre de un hijo muerto.
"Es un orgullo que algunos israelíes me llamen traidor por oponerme a la ocupación", declaraba Amos Oz en una entrevista.
Una novela hermosísima, conmovedora.