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domingo, 22 de septiembre de 2019

Vivir con los dioses

Neil MacGregor
Vivir con los dioses
Traducción de Francisco J. Ramos Mena
Debate - Penguin Random House, 2019


Al elegir cómo convivimos con nuestros dioses, también elegimos cómo convivimos entre nosotros.

Neil MacGregor es historiador del arte y a lo largo de casi tres décadas ha dirigido, consecutivamente, la National Gallery de Londres y el Museo Británico. Como señala el autor desde las primeras líneas del libro, se trata de una aproximación laica y reflexionada a un fenómeno universal, que se ha mantenido a lo largo del tiempo y sin cuya presencia resulta imposible comprender, incluso hoy, la estructura moral de las sociedades humanas:

Este libro no es en absoluto una historia de las religiones, ni un alegato a favor de la fe, y aún menos una justificación de cualquier sistema de creencias concreto. Antes bien, se propone investigar, a lo largo de la historia y en toda la extensión del globo, una serie de objetos, lugares y actividades humanas para tratar de entender el posible significado de las creencias religiosas compartidas en la vida pública de una comunidad o nación, cómo estas configuran la relación entre el individuo y el Estado y cómo se han convertido en un factor decisivo a la hora de definir quiénes somos.


A partir de una selección de objetos custodiados por el Museo (esculturas, pinturas, monedas, cerámicas, maquetas...), MacGregor nos guía en un viaje fascinante a través de las creencias que, desde hace cuarenta mil años, han configurado un marco de relación entre las comunidades humanas y el sentido de trascendencia, de manera que "la creencia se halla estrechamente vinculada con la pertenencia". Desde el Hombre león de Ulm hasta las cruces que Francesco Tuccio, carpintero de Lampedusa, construye con las maderas de los restos de barcos de migrantes naufragados:

Tuccio la[s] concibió como un alegato a favor de la idea de que nuestra concepción de comunidad debería abarcar no solo a quienes comparten nuestras creencias, sino a todos aquellos que comparten nuestro mundo.



Un libro hermoso de ver (por sus numerosas fotografías de obras de arte) y de leer. Un libro para pensar(nos), con un mensaje final cargado de esperanza:

Todas las tradiciones que hemos examinado afirman que la vida del individuo se puede vivir mejor en comunidad y todas ellas ofrecen formas de hacer realidad esa afirmación. Jean-Paul Sartre observaba, en una frase hoy célebre, que "el infierno son los otros". Los relatos y las prácticas que hemos observado en este libro sostienen justo lo contrario: que vivir adecuadamente con otros, convivir con el rójimo, es lo más cerca que podemos estar del cielo.

martes, 23 de octubre de 2018

Pintar un pueblo

En el marco de las pasadas fiestas de agosto, en Camporredondo de Alba se celebró un concurso de pintura al aire libre, en el que me pidieron actuar como miembro del jurado. El tema, obligatorio, era el pueblo; la técnica, en cambio, era libre. Eso sí: todas las pinturas debían realizarse en un tiempo limitado, a lo largo de la mañana del mismo día en que tenía lugar el concurso.
Se presentaron 15 obras, firmadas por autoras y autores procedentes de diversos lugares de España: uno de los pintores procedía de Sevilla. Durante toda la mañana pudimos ver cómo cobraban forma sus obras, desde unas primeras líneas que apenas dejaban adivinar de qué parte del pueblo se trataba, hasta el colorido resultado final. 

Y ahí estaban, ante nuestros ojos, paisajes que nos hemos acostumbrado a ver cada día que estamos en el pueblo: la iglesia, el río, la presa, la plaza de la Olma, el propio pueblo desde lo alto… Ahí estaban, familiares y reconocibles; pero también con un toque que los hacía diferentes. O, al menos, así me lo parecía a mí. 




No era cómo cuando vemos unas fotografías, que reproducen exactamente la realidad fotografiada. No. Esas pinturas tenían algo especial, algo que incorporaba a esas escenas conocidas un punto de irrealidad. Algo que no soy capaz de describir, por lo que recurro a las palabras de John Berger, uno de los mayores expertos en el análisis de las imágenes pintadas o fotografiadas (y también un novelista comprometido con la memoria del mundo rural europeo). Escribe Berger en uno de sus libros: 

“A las fotos, los vídeos, las películas no se les encuentra nunca la cara: no la tienen; como mucho se encuentran recuerdos de apariencias y de parecidos. La cara, por el contrario, siempre es nueva: algo que no has visto nunca, pero que sin embargo te resulta conocido. Cuando un cuadro terminado hace que nos paremos delante, nos paramos como si el cuadro fuera un animal que nos está mirando”

Durante unas horas, mientras aquellos cuadros estaban expuestos para que todas las vecinas y vecinos pudiéramos contemplarlos, hubo pinturas que nos devolvían la mirada. Era nuestro pueblo, sí, pero visto a través de los ojos de artistas que, tras el concurso, se volvían a sus lugares de origen. Tal vez era eso lo que las dotaba de “cara”, conocida y desconocida al mismo tiempo.

El cuadro que más me gustaba no consiguió ninguno de los premios. Pero fue bonita la experiencia de ver el pueblo a través de los ojos de todos esos artistas.

Artículo publicado en SEMENTERA

martes, 15 de enero de 2013

Flashmob en la oficina del paro



Me lo acaba de pasar Xabier.
Tiene una primera lectura muy evidente: tras el invierno de la crisis vendrá (ya está llegando) el sol. Una lectura tal vez demasiado simplista y, por ello, tras ver el video puede quedar un regusto agridulce, como de intento de ver el mundo a través de gafas dcon cristales de color rosa.
Pero el pesimismo de la razón no puede acabar matando al optimismo de la voluntad. Lo peor del paro es que se utilice como arma para desmoralizar a las personas sin empleo, culpabilizándolas, cuando en realidad son más víctimas que responsables de la situación en que se encuentran.
Por eso, elijo quedarme con el retrogusto dulce por encima de lo agrio: here comes de sun, es decir, hay alternativas, otro mundo es posible.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Existe la magia

Esta tarde, en el renovado Teatro Campos Eliseos de Bilbao, hemos asistido al espectáculo de Jorge Blass "Existe la magia".
Y existe, realmente.
Es un espectáculo excelente, lleno de humor, poesía, arte y, sobre todo, dominio del oficio.
Mi hija Naia y yo no nos perdíamos el programa "Nada por aquí", en Cuatro. Somos jorgeblassistas confesos (y jandristas, y luispiedrahitistas), así que hemos disfrutado muchísimo.



Y el video sobre la actuación de los magos de la Fundación Abracadabra en Kenya, gozosamente conmovedor.
Niñas y niños que son todo ojos; bocas rebosantes de risa y pasmo.
Magia sin fronteras. Fronteras traspasadas por la magia.

domingo, 30 de agosto de 2009

Cadáveres

Leo en XL Semanal, el suplemento dominical de los diarios del Grupo Vocento, un reportaje sobre la disección en la historia de la medicina. Habla de la escasez de cadáveres durante el siglo XIX para las clases de medicina. Ello hizo que abundasen los robos de cadáveres y su compra-venta. Las fotos que lo acompañan combinan el interés científico y el exhibicionismo.


El exhibicionismo con cadáver incluido no es, por lo visto, un invento del llamado Doctor Muerte, cuya última polémica ha sido su pretensión de exhibir cadáveres copulando, eso sí convenientemente plastinados.

¡Qué lejos de la hermosa dignidad transmitida por La lección de anatomía!

Al leer el artículo de XL Semanal y sus referencias a los conseguidores de cadáveres he recordado uno de los libros que he leído este verano. Se trata de El viaje de Víctor Frankenstein, del escocés George Rosie (Seix-Barral, 2003).

La novela imagina la niñez y juventud del protagonista del clásico de Mary Shelley en una Europa a caballo entre los siglos XVIII y XIX, cuando la ciencia y la técnica se enseñorean de un mundo que empieza adquirir las características de las sociedades industriales y modernas. Su obsesión por vencer a la muerte le llevará a enrolarse como cirujano en el ejército de Napoleón, donde espera encontrar cadáveres abundantes con los que experimentar sus técnicas de resucitación mediante la electricidad.

El libro termina practicamente donde empieza la conocida historia de Shelley: en el momento en el que la criatura vuelve a la vida: "Bajo el brillo de la escasa luz, vi abrirse el ojo amarillento y apagado de la Criatura. El enorme pecho se alzó y cayó. Respiró con fuerza y un movimiento convulsivo agitó sus miembros".