domingo, 11 de agosto de 2024

La terrible historia de las cosas bellas / Trabajo sucio

Dos libros de lectura obligada. Dos miradas en profundidad a la parte más oscura de nuestro modo de vida. A lo que hay detrás de nuestro consumismo, de nuestro deseo de poseer objetos hermosos, de nuestra preocupación por la belleza física, pero también de nuestra necesidad de seguridad, de nuestro miedo al crimen, de nuestra alimentación y de la energía que consumimos. Escritos desde perspectivas muy distintas, pero complementarias, nos invitan a mirar más allá de las apariencias de nuestro modo de vida.

 
[1] Katy Kelleher
La terrible historia de las cosas bellas. Ensayos sobre deseo y consumo
Traducción de Albert Fuentes
Alpha Decay, 2023

"Lo sabía, pero aún así los quise. El deseo tiene estas cosas: se impone al sentido común. A veces, a fuerza de voluntad y pensamiento analítico, podemos imprimir una nueva forma a nuestros deseos de manera consciente, pero no siempre es así. A veces, es como si mi pasión por las cosas bellas me escindiera en múltiples personas distintas. Está la persona que desea con temeridad, la que anhela de forma hedonista todo lo que brilla, todo lo que reluce, toda la luz del mundo, la que quiere acaparar, robar y poseer. También está aquella que percibe las sombras y se obsesiona con ellas, medita, piensa, duda, desdora".


En realidad el deseo no se impone al sentido común, el deseo es el sentido común capitalista interiorizado. No es sólo que las ideas de la clase dominante sean las ideas dominantes en cada época, también lo son sus gustos, sus aspiraciones, sus deseos. El "poder espiritual dominante"  de la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, sobre todo, un poder libidinal. 

Siempre repito en mis clases que si no somos agencia consciente acabamos siendo estructura inconsciente, reproductoras involuntarias, irreflexivas, del sentido común dominante. Primero de sociología. Y esta es una perspectiva que encuentro ausente en este libro, por otra parte muy recomendable. "Es natural perseguir el subidón que provoca el encuentro con lo bello. Es normal", escribe Katy Kelleher. Pues... sí pero no. Es natural buscar la belleza, pero no la manera concreta en la que lo hacemos en cada sociedad y en cada época histórica. La cultura, la cultura dominante, moldea  toda nuestra relación con la belleza. Y en nuestra sociedad los códigos que moldean esta relación, en absoluto naturales, son los del patriarcado, el colonialismo y el capitalismo.

Tras los espejos hay una historia de envenenamientos de trabajadores por inhalación de plomo y mercurio. Tras el mercado de flores cortadas trabajadoras del Sur global expuestas a pesticidas y fungicidas, envenenamiento de acuíferos, miles de kilómetros de transporte por barco o avión. Esclavitud y guerras tras los diamantes y otras piedras preciosas. Tras los perfumes una larga historia de sufrimiento animal ("Las ballenas han sido asesinadas por el aceite y la bilis que esconden sus estómagos; a las civetas se las enjaula y asusta para que sus glándulas anales produzcan las secreciones esperadas; y el almizcle se obtiene de las glándulas de los ciervos sacrificados"). Tras el maquillaje alteradores endocrinos como PFA. Tras la seda un infierno de trabajo infantil. Y siempre control y presión sobre los cuerpos femeninos, sometidos a la vigilancia del espejo, la imposición de cánones estéticos, el "embellecimiento" artificioso con joyas, sedas, perfumes y maquillajes.

"Al investigar sobre esos objetos, me percaté del cuidado que habíamos puesto en correr un velo sobre  los crímenes del pasado, el esmero con el que habíamos escondido las pruebas de nuestra fealdad detrás de bellas fachadas y la celeridad con la que olvidamos el dolor de los demás si ello nos permite acumular más placer. Descubrí con asco mi propia autocomplacencia y la maestría con la que había justificado el dolor que estaba causando con mi estilo de vida. Empecé a darme cuenta de hasta qué punto me había dejado lavar el cerebro por años de propaganda consumista, por esos incesantes mensajes que me impelían a comprar más cosas, a ser más guapa, a gastar más dinero".

Así es. Y no, tener una vida ética no es, como dice la autora, "un objetivo imposible". El camino para lograrlo está en algo que ella misma señala, citando un artículo de L.M. Sacasas titulado "Ill with Want" ("Enfermo de deseo"): decir, como una Bartleby ecofeminista, "Gracias, tengo suficiente".


[2] Eyal Press
Trabajo sucio. Los trabajos esenciales y los estragos de la desigualdad
Traducción de María Ramos Salgado
Capitán Swing, 2023
 
"El significado común de «trabajo sucio» es el de una tarea ingrata, desagradable. Sin embargo, aquí el término se refiere a algo diferente y más específico. Para empezar, se trata de un trabajo que causa daños considerables, ya sea a otras personas, a animales no humanos o al medioambiente, y a menudo mediante el uso de la violencia. En segundo lugar, requiere que sea algo que la «gente de bien» (es decir, los miembros respetables de la sociedad) vea como algo malo, moralmente comprometedor. En tercer lugar, es un trabajo perjudicial para las personas que lo hacen, lo que las lleva a sentirse despreciadas y estigmatizadas por los demás o a sentir que están traicionando sus propios valores e ideales más arraigados. Por último, y lo que es más importante, está supeditado a un mandato no verbalizado de la «gente de bien», que lo considera un trabajo necesario para mantener el orden social, pero no lo aprueba explícitamente y, llegado el caso, puede desvincularse de las responsabilidades que conlleva.  Para que esto sea factible, el trabajo tiene que recaer sobre «otras» personas: por eso el mandato se basa en la creencia de que alguien se ocupará del trabajo pesado día tras día.
[...]
Una característica que comparten casi todos los tipos de trabajo sucio es que están ocultos, lo que facilita a la «gente de bien» no verlo ni pensar en ello".
 
 
Guardias de centros penitenciarios, pilotos de drones militares, operarios de plataformas petrolíferas, trabajadoras y trabajadores de mataderos, operadoras y operadores en empresas tecnológicas. Son algunos de los trabajos sucios en los que nos que nos introduce Eyal Press. Trabajos que muy pocas personas desean realizar, menos aún que quieran que sean los empleos de sus hijas e hijos. Actividades y centros de trabajo invisibilizados, cada vez más alejados de la mirada de la sociedad. Una sociedad que reacciona con un monumental "bostezo colectivo" cuando alguien informa sobre lo que ocurre en esos centros de trabajo. Una sociedad que rechaza unos empleos desempeñados por personas migradas, muchas veces en situación de ilegalidad, por mujeres, por la población más pobres y con menos capital cultural, que desprecia a las personas que los realizan, pero que vive de ellos:
 
"[E]n Estados Unidos como en el resto de las sociedades modernas existe otra forma de que los ciudadanos apoyen y se beneficien del trabajo sucio del que se encargan otros: consumiendo lo que producen. [...]
Comer la carne que sale de los mataderos industriales es una de las maneras en que los consumidores se benefician del trabajo sucio que se hace en su nombre en lugares apartados. Otra manera es llevando una vida que depende de la perforación, extracción y el fracking de los combustibles fósiles".
 
O a través de la aspiración obsesiva a la seguridad. El caso es que se trata de actividades que causan un terrible sufrimiento a miles de personas (encarceladas, torturadas, asesinadas a distancia) y a millones de animales (reducidos a piezas de carne en una brutal cadena de producción de alimentos), pero cuya responsabilidad principal no es la de quienes las realizan, aunque en las prisiones y en los mataderos se den comportamientos literalmente sádicos. Como advierte Press,
 
"señalar como únicos culpables a quienes llevan a cabo estas acciones puede ser una manera útil de ocultar las dinámicas de poder y las capas de complicidad que perpetúan su conducta . También sirve para desviar la atención de las desventajas estructurales que determinan quién se acaba encargando de estas cosas. [...] Como el resto de las cuestiones de una sociedad que ha ido haciéndose cada vez más desigual, la carga de ensuciarse las manos (o el beneficio de tener la conciencia tranquila) depende cada vez más de los privilegios, de la posibilidad de distanciarse de los lugares aislados en los que se desarrolla el trabajo sucio, dejando que sean otros quienes se ocupen de los detalles más sórdidos".
 
Una oportuna etnografía del empleo actual, de sus consecuencias sobre quienes desarrollan algunas de las tareas más sucias (en un tiempo en el que el discurso falaz de la desmaterialización y la automatización nos ha llevado a perder de vista la realidad del empleo) y de la responsabilidad no asumida por parte de una sociedad de "demócratas pasivos" que, carentes de cualquier "voluntad de saber", para vivir con tranquilidad optan por mantenerse en la ignorancia mientras siguen consumiendo pollo frito y viajes baratos y demandan más seguridad en sus calles y en sus fronteras. Eso sí, que el trabajo sucio lo hagan otras y otros.

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