jueves, 8 de agosto de 2024

Dos buenas ficciones históricas con protagonistas despreciables

La editorial Hoja de Lata nos ofrece dos novelas con trasfondo histórico muy recomendables. La primera se desarrolla en Estados Unidos, entre 1877 y 1919, y gira en torno a las luchas obreras impulsadas por el sindicato revolucionario Industrial Workers of the World y a su represión implacable por grupos parapoliciales al servicio de las grandes empresas como la mal llamada Agencia de Detectives Pinketon. La segunda novela se sitúa en la Francia actual, en el momento en el que la candidata del ultraderechista Bloque Patriótico está a punto de acceder al Gobierno. Las dos están protagonizadas por sendos personajes realmente odiosos, despreciables, que en ocasiones me han puesto la lectura muy cuesta arriba. 
 

[1] La primera novela es One Big Union (Un gran sindicato), de Valerio Evangelisti (Hoja de Lata, 2024; traducción de Francisco Álvarez). Segunda entrega de la denominada Trilogía Americana, por sus páginas vemos pasar a intelectuales de izquierda como Jack London, John Reed o Upton Sinclair, y a históricas militantes como Mother Jones o Emma Goldman, y acontecimientos fundamentales en la historia del movimiento obrero como la matanza de Haymarket o la huelga de Lawrence. Y, sobre todo, seguiremos las vicisitudes del Industrial Workers of the World, de las y los wooblies, de ese sindicato revolucionario que soñaba con una gran unión de todas las trabajadoras y trabajadores del mundo, por encima de sectores, profesiones, orígenes nacionales bajo el luminoso lema "una ofensa a uno es un ataque a todos" (an injury to one is an injury to all), incluyendo muy especialmente a los y las trabajadoras en condiciones más precarias:

"La organización debe adaptarse al proletariado que está en su manos. Nuestros obreros un día trabajan aquí, otro día trabajan allí y al siguiente no trabajan. Pero todos son proletariado, el carné rojo los compacta. El dinero no vendrá de ellos, que no tienen ni un jodido centavo en el bolsillo. Olvidaos de las cuotas regulares, el dinero vendrá de las iniciativas que sepan poner en pie los trabajadores allá donde vayan. ¡Y cuanto más imaginativas sean, más dólares llegarán!".

Pero se trata de una novela y sobre este telón de fondo la trama se construye sobre un personaje realmente despreciable, Robert Coates, un inmigrante irlandés reclutado como agente infiltrado, chivato y delator por pistoleros al servicio de las empresas como las agencias Burns o Pinkerton para combatir violentamente a las organizaciones obreras: "Primero intervenimos nosotros, después la prensa, luego los políticos y los tribunales, y finalmente intervendrá el ejército. Todos juntos formamos la fuerza que rige este país".

Un relato potente y una aportación fundamental para la construcción y el mantenimiento de la memoria obrera.


[2] El segundo libro es El bloque, de Jérôme Leroy (Hoja de Lata, 2023; traducción de José A. Soriano Marco). Presentada como "la novela que anticipó el auge de la ultraderecha en Francia", se trata de una historia narrada en primera persona por Antoine Maynard, un escritor del montón casado con Agnès, presidenta del Bloque Patriótico, formación de extrema derecha fundada por el padre de esta (¿a qué nos suena?), abiertamente fascista, que ahora aspira a convertirse en secretario de Estado tras el triunfo electoral del Bloque, gracias a la "respetabilidad" ganada bajo el liderazgo de Agnès:

"[L]as instrucciones del Bloque son claras: nada de triunfalismo. Perfil bajo. Cogemos los ministerios. Ejercemos el poder. Nos hacemos respetables. Competencia. Estrategia del último recurso. Estos últimos meses, Agnès ha insistido en ello. Nada de caza de brujas ni venganzas personales.
De momento".

Como vemos, las semejanzas con el tiempo presente son tan claras como ominosas, con una sociedad francesa descrita como una olla a presión de miedos y odios ("De todas formas, en Francia, todo el mundo tenía miedo: la maquilladora árabe tenía miedo, los blanquitos tenían miedo, los ejecutivos deslocalizables tenían miedo, los chavales de las barriadas tenían miedo, los polis tenían miedo...") que acaba por llevar a la ultraderecha al poder:

"[E]stoy convencido de que, a finales de los setenta, se inició un programa general de implantación de microchips a los recién nacidos. Si no, ¿cómo explicáis el absurdo comportamiento de los occidentales de menos de cuarenta años? Son la primera generación que vive peor que la anterior, pero siguen aceptando el sistema y votando por la misma casta en el poder, o, mejor dicho, dejándola hacer. La última esperanza, nuestra última esperanza, son los curritos, como en 1984. No sé consideró necesario implantarles el chip, o no se hizo de forma sistemática. Se partió de la base de que a los pobres es más fácil embrutecerlos mediante la televisión, sin necesidad de gastar dinero, porque implantar un chip de por vida a un ser humano no es barato. Vale, pero cuando los pobres apagan la tele recobran un poco de libertad mental [...]. Y entonces los pobres comprenden lo que ocurre, lo que ocurre en realidad, sin llegar necesariamente a formularlo, y empiezan a votar por nosotros, la única alternativa verdadera, en cualquier caso, la que parece suscitar la unanimidad en su contra. ¿qué os pensabais? Así nos hemos convertido en el primer partido obrero de Francia".

Antoine rememora el camino recorrido para llegar hasta ahí a lo largo de tres décadas: sus primeros artículos en un semanario rojipardo que acogía la opinión de cualquiera que estuviera dispuesto a apuntarse a "la orgía ideológica si se podía acabar con un sistema en proceso de descomposición"; sus provocadoras intervenciones televisivas; la organización de brigadas violentas ("Es increíble la cantidad de tíos de menos de treinta años en buenas condiciones físicas disponibles en el mercado hoy en día y dispuestos a pelear contra los rojos o los moros"); su evolución personal desde un abuelo resistente cristiano durante la Ocupación y comunista tras la guerra, pasando por una familia de "meapilas eternamente centristas que desconfiaban de todas las ideologías un poco radicales"; su particular lectura de Lenin ("A mí, todo lo que habla de las formas de tomar el poder con un grupito y joder a cuanta más gente mejor me interesa"); y su pasión por Agnès...

Una lectura incómoda y desasosegante que cartografía con acierto una realidad que, desgraciadamente, no es ficción. Por eso, por la agudeza con la que describe el mundo de la ultraderecha, me ha incomodado enormemente, porque me parece una peligrosa banalización, la frase con la que se abre y se cierra el libro: "En el fondo te hiciste fascista por el coño de una chica". Como si se tratara de una romantización machista. Que ya sería preocupante. Pero no, esto no va de coños. Es fascismo, y punto.

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