En medio de la música, las luces y los brindis de una fiesta popular, se convoca un acto de protesta. Pancartas, lemas, gritos o silencios colectivos. Pero, cuando termina el acto, la celebración continúa como si nada hubiera ocurrido. Es como si el dolor se abriera paso durante unos minutos en la piel del festejo, pero enseguida quedara absorbido por la inercia de la alegría compartida.
Pienso en las convocatorias de condena al genocidio que Israel está perpetrando en Gaza, en pleno corazón de la Aste Nagusia de Bilbao. No quiero juzgar la voluntad ni el compromiso de quienes las organizan; al contrario, agradezco que exista esa voz que no deja que el ruido de la fiesta lo silencie todo. Pero hay algo que me incomoda: ¿qué significa que nuestra protesta sea tan fácilmente compatible con la diversión? ¿No revela eso una contradicción profunda, incluso una especie de anestesia moral, sobre la que deberíamos reflexionar?
Porque ya es insoportable vivir el día a día con normalidad mientras asistimos como espectadoras al horror: hacer la compra, ir al trabajo, reír con las amigas, practicar deporte, y al mismo tiempo saber que, a miles de kilómetros, se bombardea y se mata de hambre a civiles de manera sistemática. ¿Cómo aceptar, además, que nuestra forma de protestar se integre con tanta naturalidad en la fiesta, sin alterar su curso? ¿Qué dice de nosotras mismas esa capacidad de pasar del silencio (o del grito) indignado al txupinazo y al tardeo, como si fueran dos caras de una misma moneda?
Quizá la respuesta tenga que ver con el tipo de sociedades en que vivimos. Cada vez más individualistas, más satisfechas, menos dispuestas a poner en riesgo lo que consideramos nuestro pequeño y merecido bienestar. Incluso la acción colectiva ha quedado colonizada por esa lógica individualista: protestamos, pero de forma que no perturbe demasiado nuestra rutina, ni la de quienes están a nuestro alrededor. La protesta se convierte, así, en un acto que reafirma más nuestra conciencia personal que nuestra voluntad de transformar el mundo. Más continuista que disruptiva.
En este sentido me viene a la cabeza la famosa frase atribuida a Emma Goldman: “Si no puedo bailar, no es mi revolución”. Una frase que, en boca de feministas perseguidas y obreras explotadas, expresaba un objetivo radical: era una forma de cuestionar un modo de luchar masculino, militarista y productivista, y de reivindicar el derecho a la alegría como parte inseparable de la dignidad humana. Lo mismo que expresaba aquel otro lema de “Pan y Rosas”.
Pero hoy me pregunto: ¿qué significa apropiarnos de esa frase en sociedades como la nuestra, donde lo que fundamentalmente hacemos es bailar, disfrutar, vivir instaladas en la comodidad? ¿Qué revolución es esa en la que el baile no es un acto de rebeldía frente a la opresión, sino el estado natural de nuestra existencia? Convertida en eslogan fácil, esa reivindicación pierde su filo crítico y acaba encajando demasiado bien con un mundo que ya nos invita constantemente a divertirnos, consumir y olvidar.
Tal vez por eso me resulta tan inquietante la imagen de una protesta en mitad de la fiesta. Porque nos muestra, sin querer, la paradoja en la que estamos atrapadas: queremos alzar la voz contra el horror, pero no estamos dispuestas a interrumpir el curso festivo de nuestras vidas. Como si el genocidio pudiera compartimentarse, tener su tiempo y su espacio acotados, antes de que la música vuelva a sonar.
Y ahí está la pregunta que me incomoda: ¿qué tipo de protesta es necesaria -y posible- en una sociedad donde la diversión se ha vuelto la norma, donde incluso la indignación cabe dentro de la programación de un evento festivo?
Eskerrik asko Imanol! Esta idea se me paso por la cabeza ayer cuando me coloque el pañuelo de fiestas "palestino" en la brevísima incursión en las fiestas. Reivindico tomando cervezas. La pregunta que lanzas al final del post se puede descomponer en varias y todas las preguntas son importantes. ¿Qué tipo de protesta es necesaria y posible? me parece ya un rompecabezas imposible. En el mundo del tiktok, del mensaje directo como respuesta simple a los retos complejos, en este revival de lo reaccionario como el nuevo punk... ¿Cómo impactar de manera estratégica? Recuerdo cuando mirábamos las historias en el antimilitarismo y eramos capaces de construir un relato, seguro que incompleto, sobre las acciones y reacciones. ¿Hoy? Conectando con la paradoja de la reivindicación y las fiestas... En Euskadi ha habido un vinculo absoluto entre fiestas y política. En la lucha de pegatinas entre "Jaietan jai" y "Jaiak bai, borroka ere bai" creo que estamos de acuerdo que fue la segunda la que ganó. Con todas las tensiones, dolores... Pienso en si los objetivos tenían que ver con lanzar un mensaje, colocar en el centro de cada evento social una realidad... una parte de esta sociedad fue capaz de hacerlo. (Y no pienso solo en la izquierda abertzale). Te leo y pienso en estas cosas. El otro día leíamos en un periódico local un titular que decía" El prodigio de Aste Nagusia es que la gran mayoría ignora el bombardeo dogmático y se limita a divertirse". Me rompe la cabeza esta tensión. ¿Cómo hacemos frente a la ultraderecha, el negacionismo, al nuevo punk, a la violencia...? En este país tenemos un master. Necesitamos pararnos y este post es un ejemplo de como hacerlo. Termino como empecé. Eskerrik asko.
ResponderEliminarEl acto de protesta en fiestas es parte de la fiesta, que ya en si misma es una protesta. Y muchas más cosas que hay en la fiesta que no son tan mediáticas como el acto. Lo que no entendería es hacer un parón en el trabajo para un acto breve de protesta https://nabarralde.eus/manuel-delgado-la-fiesta-es-por-definicion-un-espacio-de-conflicto/
ResponderEliminarImanol, eskerrik asko por tu artículo. Has expuesto muy bien esa contradicción que nos ronda a todos en la cabeza... y que no sabemos (o no queremos o no podemos) resolver.
ResponderEliminarEstos dilemas morales tienen poco sentido un siglo después de Nietzsche. Por qué dejar de bailar pudiendo dejar de trabajar? Por otra parte , de manera parecida al pinkwashing, no estaremos haciendo un Israelwashing a Europa, supuesta adalid de la humanidad, epicentro del ecocidio y de un colonialismo mas obtuso .
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