Los árboles no huyen
Traducción de Jorge Seca
Periférica, 2024
"Está cansado. No sólo físicamente. Por el momento sólo quiere dormir. Le ha pedido a su mujer que deje de preguntarle cómo se encuentra y qué le ha a aportado el viaje. Él mismo no lo sabe con exactitud. Le parece bien haberlo hecho. Pero también está contento de que se haya terminado ya".
Tras la Segunda Guerra Mundial varios millones de personas de etnia alemana fueron obligadas a abandonar los territorios de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Serbia o Lituania, en los que durante siglos se había asentado una migración germana que había conformado una influyente minoría en esos países. El régimen nazi utilizó la presencia de estas minorías como un argumento más para justificar su expansionismo territorial. Finalizada la guerra, las potencias vencedoras acordaron el desplazamiento forzado a las dos Alemanias de todas esas personas (entre 12 y 14 millones) como un medio para erradicar cualquier tentación expansionista futura. Alrededor de 600.000 murieron durante la operación, víctimas del hambre y la violencia.
Jürgen Ramm, el protagonista de este relato, tenía trece años cuando fue desplazado. Huérfano de padre, vio morir de hambre a su madre, a la que enterró antes de ser trasladado a Berlín "en el otoño de 1947, en un tren lleno de niños". Cincuenta años después, acompañado de su esposa, decide emprender un viaje en coche por los lugares en los que vivió hasta su expulsión. Han cambiado los nombres ("Braunsberg, su ciudad natal, a orillas del mar Báltico, se llama en la actualidad Braniewo y se encuentra en Polonia"), pero reconoce paisajes, olores y comidas. Sin embargo su memoria está llena de lagunas ("Él no recuerda lecciones políticas ni de adoctrinamiento, [...] no recuerda ni consignas, ni presiones de las Juventudes Hitlerianas, ni romanticismo de antorchas y hogueras de campamento, ni camisas pardas") y al intentar llenarlas es consciente de que tendrá que arriesgarse a descender "a la zona oscura". Y así, buscando consuelo se encontrará con incómodas preguntas: ¿qué hizo su padre antes de que estallará la guerra, a qué se dedicaba? ¿cuáles fueron las circunstancias de su muerte, en 1939? ¿estaba su padre "de alguna manera en el ajo"?
“¿Cómo podemos representar las migraciones forzadas que vivieron los alemanes sin dejar ninguna duda sobre nuestra culpabilidad en el genocidio de los judíos?”, se pregunta Gundula Bavendamm, directora de la Fundación para el Exilio, la Expulsión y la Reconciliación, impulsora de un museo en el que se rememoran las expulsiones de las minorías de origen alemán que vivían en los territorios devueltos a Polonia, Checoslovaquia, Hungría, la URSS o Rumanía tras la derrota del Reich nazi en 1945. Es la terrible ambigüedad de la memoria.
La misma ambigüedad que acaba por lamentar el protagonista de este libro: "¿Por qué durante el viaje no me limité a contemplar sin más el paisaje? ¿Por qué no cerré por fin esa vieja historia, tan vieja como yo, sin cuestionarla?". ¿Por qué?