martes, 14 de abril de 2020

No basta un shock

¿Cómo saldremos de esta crisis? Es la gran pregunta que, desde las más diversas perspectivas y con una gran variedad de respuestas se plantean estos días muchas personas. Seguramente todas y todos nos lo planteamos: ¿saldremos mejores, más sensibles a la vulnerabilidad compartida, valorando más los servicios públicos y la solidaridad comunitaria? ¿Aprenderemos alguna lección para el futuro, modificaremos algo fundamental de nuestra anterior "normalidad"?

No hay intelectual (de los de antes y de las y los de ahora)  que no haya aportado su reflexión al respecto: Habermas, Ferrajoli, Gray, Harari, Morin, Attali, las y los 15 de la Sopa de Wuhan (Agamben, Zizek, Nancy, Han, López Petit, María Galindo, Judith Butler, Badiou, Gabriel, Patricia Manrique, Yañez González, Berardi, Preciado, Zibechi y Harvey)...  "¿Qué medidas de protección se te ocurren para no volver al modelo de producción anterior a la crisis?", se pregunta y nos pregunta Bruno Latour en un interesante artículo del que nos hemos hecho eco AQUÍ.

Pocas son opiniones que se atreven a vaticinar una mera vuelta a la a-normalidad anterior, al business as usual, a pesar de que contamos con el inquietante precedente de la crisis de 2008, en la que entramos con similares preguntas y expectativas de cambio y de la que salimos... como salimos, es decir, prácticamente como entramos. Solo El Roto se atreve a sacudirnos el alma con su imprescindible mirada.


¿Mi personal respuesta a la pregunta que encabeza esta reflexión? La verdad es que no estoy dedicando mucho tiempo a pensar sobre ello: ocupado como estoy con la docencia no presencial y las tareas de cuidado, lo que me piden el cuerpo y la mente es leer y leer, más que escribir. En todo caso, en mis escasas intervenciones públicas (AQUÍ en La Ventana Euskadi, o en un breve texto para Hiritarrok, el boletín informativo digital de la Federación de Asociaciones Vecinales de Bilbao) me descubro manteniendo un discurso que, abierto a un horizonte de transformación social, enfatiza la necesidad de trabajar concienzudamente la realidad actual como estructura de oportunidad, sin creer que la gravedad misma de la situación que afrontamos desembocará necesariamente ("¡es imposible que las cosas sigan igual!") en un cambio de las dinámicas sociales, políticas y económicas.


Por eso, me ha resultado de mucho interés leer lo que escribe Joaquim Sempere sobre la experiencia cubana del llamado período especial de los años 1991-1999. Lo hace en su libro, muy recomendable, Las cenizas de Prometeo: transición energética y socialismo (Ediciones de Pasado y Presente, Barcelona 2018, pp. 56-63, 72-76); también en su artículo "El colapso energético en la Cuba de los años 90", publicado en la igualmente recomendable revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global (nº 140, 2017/18, pp. 13-32).

La desintegración de la URSS, concretada entre el 11 de marzo de 1990 y el 25 de diciembre de 1991 en la independencia de las quince repúblicas que la componían, dejó a Cuba sin un suministro de petróleo barato (a cambio de azúcar adquirida a precios por encima del mercado) que había estado en la base de su desarrollo industrial, un desarrollo fuertemente dependiente de la importación de energía, alimentos (la mitad de todo su consumo), maquinaria agrícola, etc. En la nueva etapa postsoviética Cuba se vió obligada a exportar e importar sometida a las condiciones del mercado mundial, con el añadido del bloqueo comercial estadounidense. De manera repentina, se vio forzada a adaptarse a una situación de escasez sin precedentes, con unas consecuencias dramáticas para la población de la isla y su economía:

"El resultado fue una reducción drástica y súbita del nivel de vida y de las pautas habituales de la vida cotidiana. Se produjo un empeoramiento muy sensible en la alimentación. Se pasó hambre. El peso corporal medio de la población cubana se redujo, según algunos observadores, en 9 kilos. [...] En conjunto, el país experimentó un empobrecimiento agudo. La renta nacional se redujo considerablemente. Para 1993 la caída del Producto Social Global había sido de un 51,5% del total (un 33,8% en términos del PIN). La tasa de inversión bruta se redujo de un 26% a un 7%. La formación bruta de capital se derrumbó un 61%. Muchas industrias tuvieron que cerrar o funcionar a medio gas y creció el paro. [...] La reducción del suministro de agua potable tuvo efectos sobre la salud -tanto a través de la alimentación como de la higiene corporal- que a la vez suponían un golpe para la autoestima de muchas personas, acostumbradas a otros baremos. No hay cigras oficiales sobre los suicidios, pero la percepción social es que aumentaron".

La buena noticia es que las instituciones y la sociedad cubanas reaccionaron con rapidez para intentar enfrentarse a esta dramática situación. Los cambios en la economía, el transporte y los modos de vida fueron radicales: la construcción prácticamente se paralizó; se recurrió a caballos para facilitar el transporte colectivo y los servicios de ambulancias; la iniciativa comunitaria se activó para mitigar las peores consecuencias; se multiplicaron los huertos urbanos... Pero el cambio más relevante es el que se produjo en la agricultura de la isla, que pasó de ser "la más industrializada de todas las agriculturas latinoamericanas" a adoptar "métodos agroecológicos, hasta convertirse en el país del mundo con una proporción mayor de agricultura ecológica", logrando revertir la escasez de alimentos:

"En 2003 se produjeron un 21% más de alimentos que en 1988 (año de la máxima producción agrícola de la época soviética) con solo un 12% de fertilizantes industriales. En otras palabras, la agricultura cubana aprendió durante aquellos años críticos a producir más y mejores alimentos reduciendo el uso de agroquímicos y contaminando menos".

Y, sin embargo, cuando en 1999 la Venezuela de Chávez volvió a vender a Cuba petróleo a buen precio se volvió en gran medida a la anterior agricultura industrial, como si todo hubiera sido un desgradable paréntesis en la ansiada normalidad, a la que habria que regresar cuanto antes. De ahí la conclusión de Sempere:

"Cuba tuvo un aprendizaje por shock de los efectos de una interrupción brusca del suministro energético. Pero para que el choque aporte un aprendizaje, no basta la experiencia dolorosa. Hay que disponer, además, de marcos mentales que permitan sacas las lecciones adecuadas".

Marcos mentales y más cosas, por supuesto. Pero lo que me interesa es resaltar esa idea: que ninguna crisis, por sí sola y por más profunda que sea, es condición suficiente para modificar la dirección de ninguna sociedad. Así pues, más vale que vayamos trabajando ya desde ahora la salida de esta situación...   

1 comentario:

Anónimo dijo...

buenas noches Imanol

planteas una idea enormemente interesante y que desde mi punto de vista cuestiona otra que parece emerger con cierta fuerza durante la actual crisis, y que tiene que ver con como esta, debido a su virulencia y las múltiples contradicciones a las que está sometiendo al modelo hegemónico neoliberal, nos adentrará en un nuevo mundo y redireccionará a la sociedad hacia otros modelos.

la importancia de la lucha en torno a los marcos mentales me parece que toma mayor relevancia en estos momentos, si lo que se desea es un cambio de rumbo. ¿no crees que es en estos momentos de crisis, cuando se produce una "ventana de oportunidad" que puede erosionar de alguna manera estos marcos mentales que parecían inamovibles?

un saludo imanol y muchas gracias por tus reflexiones.