domingo, 10 de diciembre de 2017

Se atrevieron... ¿y ya está?


Leo en la versión digital de VIENTO SUR un artículo firmado por David Mandel, titulado "Se atrevieron", en el que sostiene que:
[...] el principal legado de la Revolución de Octubre para la izquierda a día de hoy es, en realidad, el menos ambiguo. Puede sintetizarse en dos palabras: "se atrevieron". Con esto quiero decir que los Bolcheviques cumplieron auténticamente con su misión como partido de los trabajadores al organizar tanto la toma revolucionaria del poder político y económico, como su defensa posterior frente a las clases propietarias: proveyeron a los obreros -así como a los campesino- el liderazgo que necesitaban y deseaban.

Considera Mandel que la Revolución de 1917 fue, sobre todo, una respuesta práctica a problemas sociales, políticos y económicos también muy prácticos:
[...] lo que sorprende sobremanera cuando uno estudia la revolución desde abajo es lo poco que los Bolcheviques, y los obreros que les apoyaban, estaban, de hecho, guiados por una ideología, en el sentido de que fuesen una suerte de movimiento milenarista que ambicionase únicamente el socialismo. En realidad y sobre todo, Octubre fue una respuesta práctica a problemas sociales y políticos muy serios y concretos que debían afrontar las clases populares.

Y así, su conclousión:
Este es por tanto el significado del "se atrevieron", como legado de Octubre. Los Bolcheviques, como genuino partido de los trabajadores, actuó de acuerdo a la siguiente máxima: "Fais ce que dois, advienne que pourra" (Haz lo que debas, que acontezca lo que se pueda). Trostky pensaba que esta máxima debía guiar el hacer de todo revolucionario. He tratado de demostrar que este reto no se aceptó a la ligera y que los Bolcheviques no eran aventureros temerarios. Temían la guerra civil, trataron de evitarla, y si ello no fue posible, al menos trataron de limitar su severidad y ganar cierta ventaja en ella.

Todo lo que recuerda Mandel en su artículo (las terribles condiciones históricas en las que se desarrollaron los acontecimientos, el liderazgo de los bolcheviques liderados por Lenin y Trostsky) lo analiza y disecciona Rosa Luxemburgo en La revolución rusa, estudio escrito en 1918, en prisión, meses antes de su asesinato en enero de 1919, y publicado en 1922. Aunque tengo delante la edición que hizo Ayuso en 1978, dentro del volumen II de sus obras escogidas, por comodidad citaré a partir de una de las muchas ediciones digitales que de esta obra existen en internet. Aunque cambia el estilo de la traducción, el contenido no varía.

Comienza Rosa Luxemburgo reconociendo las condiciones históricas particularemente aciagas en las que se afronta la Revolución de Octubre. Aplaude la osadía -"¡Yo osé!"- de sus dirigentes. Pero no se queda en este reconocimiento:

Todos estamos sujetos a las leyes de la historia, y el ordenamiento socialista de la sociedad sólo podrá instaurarse internacionalmente. Los bolcheviques demostraron ser capaces de dar todo lo que se puede pedir a un partido revolucionario genuino dentro de los límites de las posibilidades históricas. No se espera que hagan milagros. Pues una revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por el proletariado mundial, sería un milagro. Pero hay que distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo no esencial, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: “¡Yo osé!” Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al “bolchevismo”.

Al contrario, considera que, precisamente por las circunstancias en las que se afrontó la revolución, es preciso realizar un análisis en profundidad de la misma, con sus aciertos y errores, sin caer en la mitificación del "se atrevieron":

No caben dudas de que los dirigentes de la Revolución Rusa, Lenin y Trotsky, han dado más de un paso decisivo en su espinoso camino sembrado de toda clase de trampas con grandes vacilaciones interiores y haciéndose una gran violencia. Están actuando en condiciones de amarga compulsión y necesidad, en un torbellino rugiente de acontecimientos. Por lo tanto, nada debe estar más lejos de su pensamiento que la idea de que todo lo que hicieron y dejaron de hacer debe ser considerado por la Internacional como un ejemplo brillante de política socialista que sólo puede despertar admiración acrítica y un fervoroso afán de imitación.

En su libro, recientemente publicado, Bandera roja. Historia política y cultural del comunismo (Crítica 2017), el historiador David Priestland considera que más que hablar de una "revolución bolchevique" es más correcto hacerlo de una "insurrección bolchevique en en seno de una revolución populista radical, cuyos valores fueron respaldados durante un breve periodo de tiempo por los bolcheviques". En efecto, el régimen zarista estaba sometido a un cuestionamiento generalizado. Rosa Luxemburgo lo refleja así:

En el estallido de marzo de 1917, los “cadetes”, es decir la burguesía liberal, estaban a la cabeza de la revolución. La primera oleada ascendente de la marea revolucionaria arrasó con todos y con todo. La Cuarta Duma, producto ultrarreccionario del ultrarreaccionario derecho al sufragio de las cuatro clases, que fue una consecuencia del golpe de Estado, se convirtió súbitamente en un organismo revolucionario. Todos los partidos burgueses, incluyendo los de la derecha nacionalista, de pronto formaron un frente contra el absolutismo. Este calló al primer golpe, casi sin lucha, como un organismo muerto que sólo necesita que se lo toque para caerse. También se liquidó en pocas horas el breve intento de la burguesía liberal de salvar al menos el trono y la dinastía. La arrolladora marcha de los acontecimientos saltó en días y horas distancias que anteriormente, en Francia, llevó décadas atravesar.

En este contexto potencialmente revolucionario, continua Rosa Luxemburgo,
El partido de Lenin fue el único que asumió el mandato y el deber de un verdadero partido revolucionario garantizando el desarrollo continuado de la revolución con la consigna “Todo el poder al proletariado y al campesinado”. De esta manera resolvieron los bolcheviques el famoso problema de “ganar a la mayoría del pueblo”, problema que siempre atormentó como una pesadilla a la socialdemocracia alemana. Como discípulos de carne y hueso del cretinismo parlamentario, estos socialdemócratas alemanes han tratado de aplicar a las revoluciones la sabiduría doméstica de la nursery parlamentaria: para largarse a hacer algo primero hay que contar con la mayoría. Lo mismo, dicen, se aplica a la revolución: primero seamos “mayoría”. La verdadera dialéctica de las revoluciones, sin embargo, da la espalda a esta sabiduría de topos parlamentarios. El camino no va de la mayoría a la táctica revolucionaria, sino de la táctica revolucionaria a la mayoría.

Queda claro el apoyo de la autora a la decisión tomada por Lenin y Trotsky:
La Revolución Rusa no hizo más que confirmar lo que constituye la lección básica de toda gran revolución, la ley de su existencia: o la revolución avanza a un ritmo rápido, tempestuoso y decidido, derriba todos los obstáculos con mano de hierro y se da objetivos cada vez más avanzados, o pronto retrocede de su débil punto de partida y resulta liquidada por la contrarrevolución.

Sin embargo, Rosa Luxemburgo (a quien habría que volver a leer con mucha atención), critica que a esa primera decisión "atrevida" no le acompañara un adecuado diagnóstico de los medios a través de los cuales hacer avanzar la revolución. En concreto, considera que la disolución de la Asamblea Constituyente en noviembre de 1917 es el principio de una deriva que ahora llamaríamos totalitaria. Preistland señala que en las elecciones a dicha Asamblea los bolcheviques obtuvieron 19,9 millones de votos (casi todo el voto obrero y casi la mitad del de los soldados) sobre un total de 48,4 millones. Pero la inmensa mayoría del voto campesino fue para otras fuerzas políticas. Como escribe Rosa Luxemburgo:
Las masas campesinas, votaban por ‘Tierra y libertad’ y elegían como representantes a los comités locales a los que permanecían bajo la bandera de los narodniki [populistas impulsores de una democracia campesina].

El error de Trotsky (auténtico protagonista de la disolución de la Asamblea) fue no darse cuenta de que hacía falta tiempo para que esas masas campesinas conocieran e hicieran suya la propuesta bolchevique, absolutamente ajena a sus existencia hasta ese momento. Y en lugar de trabajar por cambiar su mentalidad en y desde la Asamblea, decidió disolverla:

En lugar de esto, Trotsky extrae de las características específicas de la Asamblea Constituyente que existía en octubre una conclusión general respecto a la inutilidad, durante la revolución, de cualquier representación surgida de elecciones populares universales. [...]
Aquí nos encontramos con un cuestionamiento al “mecanismo de las instituciones democráticas” como tal. A esto debemos objetar inmediatamente que en esa estimación de las instituciones representativas subyace una concepción algo rígida y esquemática a la que la experiencia histórica de toda época revolucionaria contradice expresamente. Según la teoría de Trotsky, toda asamblea electa refleja de una vez y para siempre sólo la mentalidad, madurez política y ánimo propios del electorado justo en el momento en que éste concurre a las urnas [...] Se niega aquí toda relación espiritual viva, toda interacción permanente entre los representantes, una vez que han sido electos, y el electorado. Sin embargo, ¡hasta qué punto lo contradice toda la experiencia histórica! La experiencia demuestra exactamente lo contrario; es decir, que el fluido vivo del ánimo popular se vuelca continuamente en los organismos representativos, los penetra, los guía [...]. ¿Y habrá que renunciar, en medio de la revolución, a esta influencia siempre viva del ánimo y nivel de madurez política de las masas sobre los organismos electos, en favor de un rígido esquema de emblemas y rótulos partidarios? ¡Todo lo contrario! Es precisamente la revolución la que crea, con su hálito ardiente, esa atmósfera política delicada, vibrante, sensible, en la que las olas del sentimiento popular, el pulso de la vida popular, obran en el momento sobre los organismos representativos del modo más maravilloso.

Además del muy limitado "se atrevieron", encontramos aquí un importante legado para quien se plantee transformar la realidad: la valoración que hace Rosa Luxemburgo de las instituciones democráticas, a pesar de todas sus carencias:
Con toda seguridad, toda institución democrática tiene sus límites e inconvenientes, lo que indudablemente sucede con todas las instituciones humanas. Pero el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va a curar; pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares.[...]
“Como marxistas —escribe Trotsky— nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal.” Es cierto que nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal Ni tampoco fuimos nunca adoradores fetichistas del socialismo ni tampoco del marxismo. ¿Se desprende de esto que también debemos tirar el socialismo por la borda...si nos resulta incómodo? ...“Nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal.” Lo que realmente quiere decir es: siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la democracia burguesa; siempre hemos denunciado el duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Y no lo hicimos para repudiar a éstas sino para impulsar a la clase obrera a no contentarse con la cobertura sino a conquistar el poder político, para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia burguesa, no para eliminar la democracia.

Y, sobre todo, el legado de por qué esa valoración de la democracia y sus instituciones:
La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la “justicia”, sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la “libertad” se convierte en un privilegio especial.


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