viernes, 20 de octubre de 2017

Contra la banalización del diálogo

Muy recomendable el último libro de François Jullien, La identidad cultural no existe (Taurus, 2017, traducción de Pablo Cuartas).
Un ensayo sólido contra el universalismo fácil y contra el relativismo cómodo. Contra los comunitarismos que desarticulan lo común. Un canto a la traducción que reconoce la distancia que hay que transitar pero no entroniza la diferencia que esencializa y aisla.
Extraordinaria su reflexión sobre y a partir del término francés écart, fundamento de todo el ensayo:

Écart se traduce en inglés por gap. Pero écart significa lo contrario. Gap designa la zanja que separa, écart nombra una distancia que se abre y establece una comparación, hace aparecer un entre que pone en tensión lo que ha sido separado y le permite a cada término comprenderse con respecto al otro.

De ahí su reivindicación del diálogo. de un diálogo (auto)exigente, no banalizado, esforzado y trabajoso:

Dia, en griego, significa a la vez «brecha» y «cruce». Los griegos sabían que un diá-logo es fe­cundo si hay un écart en juego […]; si no, se dicen más o menos las mismas cosas, el diálogo se vuelve un monólogo entre dos y el pensamiento deja de progresar. Pero dia significa también el cruce que atraviesa un espacio, e incluso este último puede resistirse a ser atravesado. Un diá-logo no es inmediato, sino que toma tiempo: un diálogo es un recorrido. Progresiva y pacientemente las posiciones respectivas -separadas y distantes como están- se descubren entre sí, se reflexiona cada una a través de la otra y elaboran poco a poco las condiciones de posibilidad de un encuentro efectivo. Es necesario un desarrollo. Frente a estos elementos, logos significa lo común de lo inteligible, que es, paradójicamente, la condición y el objetivo del diá-logo. En otras palabras, mediante los écarts se engendra un común tal que cada lengua y cada forma de pensamiento, cada posición, se deja superar por la otra, de modo que una inteligencia mutua puede emerger en ese entre activo -y esto aun cuando dicha inteligencia no se realice nunca por completo (lo que remite a ese potencial de lo inteligible)-. Un común que no es de reabsorción de los écarts ni de asimilación forzada, sino que se produce en la tensión intrínseca a los écarts y que obliga a trabajar: ese común no se impone, ni se da por sentado, sino que se construye.
Sacando poco a poco, y recíprocamente cada perspectiva de su exclusividad -no tanto de su posición, sino del carácter bloqueado, encerrado, de su posición cuando ignora al otro- el diá-logo hace , emerger progresivamente un campo de inteligencia compartido en el que cada uno puede empezar a entender al otro. […]
Por eso, integrando la posición del otro en su propio horizonte, cada uno hace trabajar su propia posición, sacándola de lo que tenía de solitariamente evidente. Así, vislumbrando la posición del otro desde un ángulo no defensivo, sino según lo que hay en ella de posibilidad nueva, cada uno percibe al mismo tiempo su propia posición, escuchando al otro, desde el afuera que es ese otro; luego descubre, frente a la posición del otro, la unilateralidad de su propia posición: la posición de cada uno se abre, su frontera se ve franqueada, y un desplazamiento comienza. Cuando se establece un diálogo, si no es ficticio o simulado, y mientras dure, aparece un entre […] que surge de lo que cada posición le entreabre a la otra (ese es el entre de la «entre-vista») y obliga al pensamiento a trabajar.

¡Qué poco se ha obligado a trabajar al pensamiento en el caso de Cataluña! Cuanta evidencia solitaria. Cuanta perspectiva bloqueada. Cuanta unilateralidad. Cuanta posición cerrada. Cuanto diálogo simulado. Cuanto gap, y qué poco écart...

1 comentario:

Pepe Moreno Losada dijo...

Gracias, esperaba tu reflexión... y me gustaría escuchar más opiniones... de los que sois referentes de pensamiento elaborado desde lugares distintos: País Vasco, Cataluña, Madrid...También espero a los teólogos iluminando esta situación en claves evangélicas. Ahora es buen momento.