lunes, 3 de julio de 2017

Ocho lecturas bien diversas, pero con un común denominador: lo salvaje (más o menos)

Guillermo Arriaga, El salvaje, Alfaguara 2017.

Dos historias discurren en paralelo en esta novela-río de 694 páginas: una tiene lugar en México, otra en Alaska.
Una es la historia de Juan Guillermo, un adolescente de 17 años que vive en la colonia Unidad Modelo de Ciudad de México con sus padres y su hermano mayor, Carlos. Trabajadores esforzados y honestos, sus padres les han transmitido un irreprimible amor por los libros: "Cuando Carlos y yo éramos niños, mis padres distribuyeron estratégicamente libros por toda la casa. En el baño, los pasillos, sobre las mesas, junto a la cama. No importaba si los libros se ensuciaban, mojaban, rompían. Si los subrayábamos o doblábamos. Mis padres los consideraban pertrechos de guerra, no inanes artículos de lujo. Mi hermano y yo quedamos contagiados por la glotonería cultural de mis padres. Leer, leer, leer". Y, en efecto, los libros y sus autores son un elemento importante en la historia de Juan Guillermo, como lo son sus amigos el Jaibo, el Agüitas y el Pato, y Chelo, la mujer a la que ama y por cuyo amor compartido sufre. El asesinato de Carlos, traficante sui generis de drogas, por un grupo de ultras católicos (que guardan semejanzas con los "cristeros" de los años Veinte) aliados con la corrupta policía. La muerte de su hermano desencadenará su venganza..
La otra es la historia de Amaruq, cazador nativo dispuesto a arriesgarlo todo por capturar al más grande y feroz de los lobos del Yukón.
Y es, también, la historia de dos lobos: el ya citado Nujuaqtuuq, el gran lobo de Alaska, y Colmillo, un lobo tomado por perro feroz en México y condenado a vivir encadenado.
Una historia, unas historias, tan improbables que, sin embargo, funcionan al sumergirnos en un mundo violento, físico, sensual, en el que las dos historias acaban confluyendo en un relato de redención: la del lobo encadenado que vuelve a la selva, la del vengador obsesionado que se descubre incapaz de asesinar.

Catherine Poulain, Allí, donde se acaba el mundo, Lumen 2017.

Inspirada en su experiencia como pescadora en un barco en Alaska, la novela de Poulain comparte un cierto aire de familia con la de Arriaga. No por su estilo, mucho más contenido, ni por su temática, tan realista que a ratos parece una etnografía de las comunidades pesqueras alaskeñas.
La novela se divide en dos partes. En la primera, titulada "El corazón de los fletanes", acompañamos a la protagonista, Lili, en su aventura a bordo del Rebel, pescando bacalao, fletán y cangrejo en las heladas y agitadas aguas del Golfo de Alaska: agotamiento, dolor, esfuerzo físico, que sin embargo no logran quebrar la voluntad de esta aparentemente frágil francesita -"¡Os he traído de vuelta al pajarito!", grita el patrón- capaz de superar cualquier obstáculo en un mundo "macho" hasta el extremo:
"Terminé olvidando que debía morir aquel día. Me sentía feliz entre ellos. Me seguía doliendo mucho la mano. Los hombres se levantaron y yo me levanté con ellos.
- No hace falta que vengas ahora mismo -me dijo Ian.
- me encuentro estupendamente -le aseguré.
Y regresamos a cubierta. Quería estar con ellos siempre, que pasáramos frío, hambre y sueño juntos. Quería ser un pescador de verdad. Quería estar con ellos siempre".
La segunda parte, titulada "El gran marinero", desarrolla la compleja, sensual, alcohólica relación entre Lili y Jude, uno de los tripulantes del Rebel, enigmático y telúrico. Si en la primera parte la tensión sexual que acompaña la experiencia de una mujer en un mundo masculino hasta el extremo se mantiene en general en un segundo plano, en esta segunda parte se torna central y es narrada sin corrección ninguna, lo que en más de una ocasión me transmitía una incómoda impresión de sumisión:
"He soñado que todo volvía a empezar. De nuevo, el frío, el agua dentro de las botas, las noches de pesca, el mar oscuro y brutal como lava negra, mi rostro embadurnado de sangre, el vientre liso y pálido de los peces que abríamos, el Rebel más negro que la noche, rugiente, sumergiéndose en un terciopelo helado, las tripas esparcidas por la cubierta. Las horas desfilaban, el tiempo carecía de sentido. El gran marinero gritaba, aún de pie y solo frente al océano. Y yo había decidido que todo sería así siempre, que navegaríamos por la tinta la noche y el terciopelo con una estela de aves pálidas y chillonas a la zaga; que no regresaríamos nunca, que no volveríamos a ver tierra firme jamás, y todo ello hasta la extenuación, permanecería junto al hombre que grita para verlo oírlo siempre, y seguirlo en la alocada carrera, pero jamás lo tocaría, tocarlo ni siquiera se me pasaba por la cabeza".
Pero será que es así la vida, allí, donde se acaba el mundo.

Marilynnne Robinson, Lila, Galaxia Gutenberg, 2015.

"Y ella llevaba su propia vida grabada bien a la vista de todos, lo sabía sin tener que mirarse porque así les pasaba a todas las mujeres que conocía. Y no sabía cómo había encontrado al único hombre en la tierra que no lo veía. O a lo mejor lo veía a su modo porque había leído aquella parábola, o poema, o lo que fuese. [...] Así que bien podría ser que él la viera como a alguien salido directamente de la Biblia, alguien que conocía todas esas cosas que pueden pasar y nadie tiene las palabras para contarlas". He subrayado esta frase porque creo que sirve como resumen de la hermosísima historia que nos cuenta este libro.
Lila, es una joven huérfana, criada con un grupo de mujeres y hombres nómadas que, en la mejor tradición de los hobos y trabajadores precarios protagonistas de tantas novelas de Steinbeck, recorre el Medio Oeste norteamericano en los años previos a la Gran Depresión buscándose la vida como pueden. En una época, incluso hubo de trabajar en cierta "casa en San Luis" donde "la Señora", por mor de la respetabilidad, llamaba a sus clientes "caballeros" [...] "y se suponía que las chicas eran las damas".
Por eso, cuando Lila se encuentra con el viejo reverendo John Amesen, viudo, predicador en el pueblo de Gilead, Iowa, y este la convierte en su esposa, su pasado no deja de perseguirla. Pero, para su absoluta sorpresa, lo que encuentra en su esposo es la entrega, la confianza y el agradecimiento más incondicionales:
"- Me parece que me pasa algo, querido. No puedo amarte tanto como te amo. No puedo sentirme tan feliz como me siento.
- Lo sé dijo él-. No creo que sea nada que deba preocuparnos. A mí no me preocupa, de verdad.
- He dejado tantas cosas atrás, una vida.
- Lo sé.
- No se parecía en nada a ésta.
- Lo sé.
- A veces la echo de menos.
Él asintió.
- No somos tan distintos. Yo echo de menos algunas cosas".
La novela transcurre con tanta suavidad que en ocasiones puede resultar desconcertante. Pero si hacemos el esfuerzo de dejarnos tocar por su ritmo pausado descubriremos una maravillosa historia. Interesante esta entrevista a su autora, que nos ayuda a enmarcar el libro.

Jo Nesbo, La sed, Roja y Negra-Penguin Random House, 2017.

Saltamos de género. Hace tiempo que sigo con fruición las andanzas de Harry Hole, comisario de la policía de Oslo ahora ya retirado, pero reclutado de nuevo para investigar los brutales asesinatos de un aterrador imitador de Drácula. No faltan las maniobras del taimado y corrupto jefe de policía Mikael Bellman, ni las complicadas relaciones familiares de Hole. Por cómo termina, queda claro que habrá una nueva historia. De alguna manera, lo anunciaba el autor en una entrevista. Espero que no tarde mucho.


Antonio Manzini, Una primavera de perros, Salamandra, 2016.

Seguimos con la novela policíaca. Esta es la tercera entrega de las novelas protagonizadas por el subjefe de policía Rocco Schiavone, trasladado como castigo de su añorada Roma al, para él, remoto y aburrido Valle de Aosta, donde continúa empezado en su particular e inútil protesta: negarse a cambiar sus elegantes zapatos Clarks, periódicamente destrozados por la lluvia y la nieve de la región, por unas botas de montaña, más apropiadas para el clima alpino. En esta ocasión, la investigación del secuestro de la hija de una rica familia de constructores de la zona le llevará a descubrir un submundo mafioso inesperado en una zona en principio tan pacífica y tranquila.
Publicitado como "el Montalbano de Aosta", la verdad es que hay aspectos tanto del personaje (irascible y enfrentado a la autoridad) como de las tramas que recuerdan demasiado a las geniales historias de Camilleri. Pero se lee muy bien.

Joe Abercrombie, Filos mortales, Alianza Editorial, 2016.

Y de un género, el policíaco, a otro, aunque en esta ocasión habrá quien lo considere más bien un subgénero: el de fantasía. Para entendernos, y por si sirve para "prestigiar" esta faceta oscura de mi librivorismo: el tipo de novelas que firma George R. Martin en su saga Juego de tronos. Es broma esto de disculparme: declaro públicamente que disfruto como un enano (o como un elfo, o una hechicera, o un troll...) con este tipo de literatura, cuando es buena. Y las novelas de Abrecrombie lo son. Hay batallas y hay magia, claro, y guerreros y matanzas a mansalva, pero hay, también, una complejidad en las historias y en los personajes muy destacable. Sólo así se puede entender que una curiosa pareja de lesbianas, formada por una habilísima espadachina y una no menos diestra ladrona, protagonice algunos de los momentos más logrados de este libro.
En una entrevista, dice Abercrombie: "A veces me acusan de traicionar la noble herencia de Tolkien, de ser una especie de doctor Frankenstein obsesionado por ensamblar todo lo bueno que hay en él hasta convertirlo en un monstruo. Pero igual que las películas de Sergio Leone no tratan de corromper el wéstern sino que nacen del amor real por él y del deseo de renovarlo, yo también creo que se deben abrir nuevos caminos".
No es mala presentación.

William E. Bowman, Hasta arriba, Blackie Books, 2016.

Y de la fantasía heroica al humor.
Una expedición británica se aventura a escalar por primera vez el monte Kurda Rarí, "el último baluarte de la Naturaleza contra el espíritu de conquista humano", enclavado en las remotas tierras de Yoguistán. Compuesta por el más estrafalario grupo de personas que cabe imaginar -un experto en orientación que continuamente debe ser rescatado tras extraviarse, un fotógrafo que pierde todos sus instrumentos, un cocinero nativo cuyo nombre, Puag, lo dice todo-, comandados por un jefe de expedición cuya idea de mantener el espíritu de equipo consiste en conversar sobre la situación sentimental de los expedicionarios hasta provocarles el llanto, 3.000 porteadores y una inagotable reserva de champán "con fines medicinales".
No debe extrañar que acaben dando vueltas en círculo en un glaciar a la manera de una conga alpina, en el fondo de una grieta tras una rocambolesca operación de rescate, o cargados a las espaldas de los porteadores yoguistanís mientras estos superan sin esfuerzo cuantos obstáculos aparecen en su camino. Este hilarante fragmento nos da el tono del relato:

Los transistores se hacían a pequeña escala para ahorrar peso y su alcance era, por tanto, limitado. A veces era necesario transmitir los mensajes por medio de uno o dos intermediarios. A tenor de mis experiencias de juventud en fiestas infantiles, decidí que era aconsejable ensayar un poco. Ordené al equipo que formara un corro amplio que abarcase toda la anchura del glaciar, de modo que pudiéramos enviar los mensajes en redondo. En un principio tuve serias dificultades para pensar un mensaje. Tenía la sensación de que se me había congelado el cerebro y por unos minutos me sentí como un necio. Por fin, no sé cómo, conseguí componer el primer mensaje: "Qué sereno está el Kurda Rarí en la alborada".
Cuando lo recibí decía: "Tostón seso frito".
Tras pensarlo brevemente, envíe otro: "Por favor, presten mucha atención al mensaje". Pero también volvió un "Tostón seso frito".
Era absurdo. A modo de experimento transmití entonces: "Tostón seso frito" que volvió como "La voz del líder es música para los oídos de sus acólitos".

Humor británico al estilo de Jerome K. Jerome. Por cierto: "subir alto" y "ponerse ciego" en inglés se dice empleando el mismo término high. Ahora mira de nuevo la portada del libro...


Edward Thomas, Poesía completa, Editorial Pre-textos, 2012.

Y un último giro estilístico nos lleva a la poesía.
Edward Thomas (Inglaterra, 1878 - Francia, 1917) fue un poeta tardío cuya obra completa fue escrita desde apenas tres años antes de que muriera combatiendo en la Primera Guerra Mundial, en la batalla de Arras.
Y aunque la guerra aparece en algunos de sus poemas, como en "Un soldado" o "In memoriam (Pascua, 1915)", el tema central de estos poemas es la naturaleza rural de la campiña inglesa, especialmente de las tierras de Gales, con sus gentes y sus tradiciones. Selecciono dos de sus poemas:

DESHIELO
Sobre el paisaje, moteado por la nieve,
los grajos, conversando en sus nidos, graznaban
y en lo alto de un frágil olmo, contemplaban
lo que nosotros no veíamos: irse el invierno.

LAS VERDES SENDAS
Las verdes sendas que terminan en el bosque
las cubre blancas plumas de gansos este junio
como marcas de alguien que mostrara sus pasos
al interior del bosque, pero no ha regresado.
En cada senda, una cabaña mira al bosque.
Una la cubren las ortigas; otra, las flores.
En una va un anciano solo por entre el bosque; 
de la otra se ve partir tan sólo un niño.
Entre los setos que rodean este bosque,
un tordo canturrea su canción todo el día.

Mención especial merece la minuciosa labor de edición y traducción de Gabriel Insausti.
Un libro para degustar este verano.

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